Son grandes los avances de la ciencia y la tecnología a nivel mundial y muchos los cambios que traen a todas las esferas de la vida. Sin embargo, las familias continúan siendo pilar fundamental de la sociedad y cumplen funciones que son irreemplazables, por lo que se impone un trabajo intencionado de promoción y prevención para eliminar todas las manifestaciones de violencia que ocurren al interior de los hogares. La violencia intrafamiliar se ha convertido en un flagelo global: visibilizarlo y atenderlo es un desafío urgente.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la violencia es “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”[1].

Por otra parte, la OMS define a la familia como el grupo de personas del hogar con cierto grado de parentesco por sangre, adopción o matrimonio[2], aunque otras definiciones apuntan también al conjunto de personas que tienen lazos de consanguinidad, aun cuando no compartan el mismo techo.

Actualmente coexisten diferentes conceptos de familia y los más recientes apuntan a la existencia de familias diversas y no de un modelo único. De cualquier modo, lo que está claro es que se trata de una estructura que acompaña a la humanidad desde el comienzo de la civilización, con una importancia en el desarrollo de los seres humanos. Cuando una familia funciona de manera adecuada, se generan maneras de vivir más plenas.

La familia juega, igualmente, un papel decisivo en el desarrollo de la personalidad. Junto a las bases bioquímicas y neurofisiológicas que marcan este proceso, la interacción con el medio social y el soporte emocional que brinda el ámbito familiar son elementos clave para lograr salud emocional.

El Código de la Familia en Cuba, actualmente en proceso de modificación, establece que la familia constituye el centro de las relaciones en la vida en común y satisface hondos intereses afectivos y sociales de las personas.

El equilibrio familiar, por tanto, es indispensable para la salud emocional de sus integrantes, ya que se transmiten los valores, se forman los sentimientos y persiste la forma de pensar inculcada por sus predecesores.

En los hogares de familias disfuncionales se pierde la organización, la comunicación, la estabilidad y, por tanto, el modo en que sus integrantes se relacionan suele ser inadecuado. La violencia intrafamiliar es una de estas maneras inadecuadas de relación.

Con manifestaciones psicológicas y físicas como la ofensa, el maltrato verbal y físico o la humillación, entre otros aspectos que estresan y desvalorizan a los convivientes, este tipo de maltrato acarrea inevitablemente afectaciones emocionales que pueden llegar a dañar el desempeño, en todas las esferas de la vida, de las personas implicadas.

Los desequilibrios en las relaciones de poder que se producen al interior de los hogares generan personas inseguras, con baja autoestima, indecisas y que experimentan, a menudo, sentimientos de tristeza o cólera que resultan caldo de cultivo para la aparición de enfermedades, por causa de procesos de estrés sostenidos.

Por otra parte, la exposición rutinaria a los problemas emanados del mal funcionamiento familiar se traduce en enfermedades psicológicas que gradualmente se convertirán, eventualmente, en dolencias físicas.

Algunos autores hablan de la salud de las familias y se refieren al ajuste o equilibrio entre los elementos internos y externos del grupo familiar. Resulta evidente que en una familia donde no existe el respeto, se impone la violencia, y sus integrantes están en riesgo de enfermar es necesaria una intervención.

Esta debe producirse desde la acción de equipos multidisciplinarios para trazar acciones con el objetivo de preservar la integridad familiar, no revictimizar y lograr modificaciones en el estilo de vida existente, para propiciar relaciones más democráticas.

Se trata de modificar las reglas establecidas y ese inadecuado funcionamiento intrafamiliar que es resultado de patrones heredados, patriarcales, perpetuados erróneamente de generación en generación. Por ejemplo, padres y madres que golpean a sus hijos e hijas porque “la letra con sangre entra”; a menudo una repetición de la manera en que fueron educados.

El medio social influye, pero no determina en el desarrollo de las familias. Sin embargo, el funcionamiento interno de estas determina la proyección social e individual de sus integrantes, influyendo en el manejo de conflictos, en la manera en que establecen sus relaciones interpersonales, la toma de decisiones, así como en su seguridad y autoestima.

Los modos y estilos de vida que se aprenden en la familia resultan de invaluable valor para lograr su funcionalidad, por lo que los profesionales que intervengan deben estar bien preparados para lograr cambios efectivos, acordes con las necesidades identificadas. No se debe perder de vista que la familia, en tanto célula básica de la sociedad, “constituye un microsistema funcional sujeto a las leyes y normas que responden a las necesidades internas del grupo y a su vez refleja la realidad externa”[3].

Teniendo en cuenta el impacto adverso que tiene la violencia para la salud familiar y personal, se hace necesario que las acciones médicas estén encaminadas a fomentar el cambio en el modo de vida y el estilo de vida. En ese camino, la promoción de salud es herramienta fundamental para ganar en conocimientos e incentivar a la población a lograr cambios de comportamiento.

Se debe trabajar en la calidad, accesibilidad y equidad en los servicios de salud que impactan en las familias. Un reto esencial está en conseguir una influencia positiva para que el aprovechamiento de los servicios de salud sea óptimo.

La promoción es un elemento indispensable para poder trabajar con los problemas de salud y de enfermedad. Tal como expresó la OMS en la Declaración de Ottawa, en 1986, la promoción de salud “es el proceso que permite a las personas incrementar el control sobre su salud para mejorarla” e igualmente incrementar su sentido de bienestar[4]. La promoción de la salud también es el resultado de todas las acciones emprendidas por diferentes sectores sociales para el desarrollo de mejores condiciones de salud personal y colectiva para toda la población, en el contexto de la vida cotidiana. En esencia, consiste en proveer a las personas de los medios necesarios para mejorar su salud y adoptar un estilo de vida sano.

Las vulnerabilidades del contexto familiar, el embarazo adolescente o las relaciones desiguales en las parejas, entre otros ejemplos, pueden aumentar el riesgo de manifestaciones de violencia. Resulta urgente trazar estrategias preventivas encaminadas a educar a la población, a las comunidades, para reconocer estos asuntos vinculados con la salud, o esos desequilibrios de poder que pueden ser generadores maltrato al interior de las familias.

Los profesionales de la salud tenemos el reto de educar a la población en la importancia que reviste la salud familiar y el impacto que tiene la indispensable elevación de la calidad de vida a nivel personal, social, e incluso económico, para el logro del desarrollo armónico de la sociedad
[1] OMS (2002) Informe mundial sobre la violencia y la salud. Ginebra. En: https://www.who.int/violence_injury_prevention/violence/world_report/en/abstract_es.pdf

[2] Ídem

[3] Clavijo Portieles, A. (1989) Manual de Psiquiatría para el médico de la familia. La Habana: Editorial de Ciencias Médicas.

[4] OMS (1986) Carta de Ottawa. Conferencia Internacional sobre la Promoción de la Salud. Canadá. En: https://www.paho.org/hq/dmdocuments/2013/Carta-de-ottawa-para-la-apromocion-de-la-salud-1986-SP.pdf

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