La violencia es uno de los fenómenos más extendidos actualmente en el planeta y no sólo vinculado a situaciones de abierto conflicto. En nuestra vida cotidiana se hace tan común, que se naturaliza.
Reconocer que la violencia se da en múltiples formas, grados y ocurre en cualquier medio social, es fundamental para visibilizarla.
Recibimos a una señora de 40 años llamada cariñosamente Lola, casada desde hace 20 años: hoy es ama de casa, tiene dos niños y antes de parir a su segundo hijo trabajaba en una farmacia.
Ella nos explica,… “me siento muy mal, estoy siempre cansada, no me alcanza el tiempo para nada. En la casa siempre hay que hacer algo, y más con eso del alquiler en el que mi esposo quiso meterse. Es una esclavitud, debo atender la casa, a los niños, lavar, limpiar diario las habitaciones de los turistas; apenas tengo tiempo para mí.
“Mi esposo se ocupa de atender el negocio, él cree que con eso de anotar en el libro, de ir a inmigración, a las reuniones, es todo. Luego, cuando llega la noche, estoy muerta, y entonces se pone bravo porque yo no tengo deseos, y te digo más: a veces yo lo hago sin deseos porque, figúrate, se va a pensar que ya no me gusta, o quién sabe si se busca otra por ahí, si es que ya no la tiene, porque yo ni caso le hago. Como pelea por todo, tenemos discusiones casi a diario, porque él se va para la calle y viene a lo hora que le parece, con dos o tres cervecitas de más, y no hay quien le pregunte nada”.

Cuando indagamos con Lola sobre la necesidad que ella tiene de buscar ayuda, porque está viviendo una relación de violencia psicológica con su pareja, nos dice:
“Eso no es violencia, tu no sabes lo que es violencia; él nunca me ha pegado, ¡ni que se atreva! Además, con los niños es muy bueno, les compra de todo y a mí en la casa no me falta qué comer. ¿Tú no has visto la gritería que se arma al lado de casa de mi mamá y cómo el esposo le pega a la mujer?; eso sí es un escándalo. Yo me siento mal, no tengo deseos de vestirme, no duermo bien, estoy deprimida, pero es por la carga de trabajo que tengo arriba y por estar todo el día en la casa, incluyendo los sábados y domingos. Pero eso no es violencia”.
Muchas mujeres, como Lola, encuentran estas situaciones como algo natural, común y no las identifican con la violencia. La cultura en la cual nos hemos desarrollado, en la cual la mujer, esposa o ama de casa debe llevar toda la responsabilidad de los hijos, las labores domésticas y además hacer bien su “papel de esposa”, forma parte de la construcción social del “ser mujer”.
Por eso, la mujer acepta, todavía hoy, su posición de subordinada como algo natural.
En muchos países se observa todavía a la mujer como objeto decorativo, al matrimonio como su carrera y al nivel cultural que pueda alcanzar, como un adorno más.
Como objeto sexual cumple la misión de satisfacer al esposo y tiene además la tarea de cuidar y educar a sus hijos. Los sexólogos Marcio Shiavo y Aller Atucha, en su libro Sexualmente irreverentes, (1996) nos plantean la fórmula diseñada socialmente para ellas: Mujer = buena madre, buena esposa, fidelidad, heterosexualidad, monogamia.
Lo que nos dice que la sexualidad no se vive igual para el hombre y la mujer; él está educado para el placer, para dominar y controlar ejerciendo su poder de ser hombre. A ella se le niega la necesidad humana del placer, se le marcan pautas, se le imponen normas morales que se aprueban o desaprueban según los criterios sociales aprendidos, y que se ajustan al modelo social aceptado.
No obstante la incorporación de las mujeres a la esfera productiva, se mantiene su elaboración como agentes reproductores y dependientes de los hombres (desde lo real y lo simbólico), pese a los cambios existentes en los patrones sociales.
Dentro del condicionamiento social que reciben las mujeres, señalamos como un importante presupuesto la creencia acerca de que la esfera de mayor autorrealización de la mujer es la “familia” y su sueño ser madre
A su vez, esa autorrealización está sustentada sobre la base de lo que recibimos socialmente; en la familia, la escuela, el trabajo, los medios de comunicación, donde a pesar de muchos esfuerzos se continúan estereotipando los roles, que implican la subordinación de la mujer al hombre. Este es, también, uno de los ejes fundamentales de la violencia de género.

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