La salud de los hombres como un problema que merece observación específica ha comenzado a atraer cada vez más la atención desde la mirada de diferentes ciencias, entre ellas, las de la salud, la sociología y la psicología. Esta atención se ve respaldada también por tendencias epidemiológicas diferenciadas entre hombres y mujeres, en particular con respecto a la mortalidad prematura de los hombres por enfermedades crónicas no transmisibles (ENT) y la morbilidad relacionada con malos comportamientos de búsqueda de salud y/o estilos de vida no saludables. Entre estos últimos se encuentran el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas y el empleo de creatina o aminoácidos, antes y después de la realización de ejercicios físicos. Pero también se incluyen los comportamientos violentos como vía para la resolución de conflictos, que incluyen desde lesiones menores hasta, en su máxima expresión, homicidio y asesinato; junto a prácticas de actos arriesgados desde edades tempranas de la vida, además de sintomatologías asociadas a la salud mental, como el estrés, la depresión y el suicidio.
Estadísticas globales muestran que dos de cada cuatro hombres a nivel mundial mueren antes de cumplir los 70 años y que 52 por ciento de estas muertes son por ENT; además, 36 por ciento de ellas son evitables, en comparación con 19 por ciento que se pueden evitar en el caso de las mujeres[i].
En consecuencia, la mayoría de los hombres deben prestar más atención a su salud y no solo de manera individual. Los sistemas de salud – y las políticas públicas que se derivan de ellos- también deben poner más la mirada en la casi mitad masculina del planeta. En comparación con las mujeres, los hombres son más propensos a retrasar chequeos regulares y atención médica, sin descartar que hay padecimientos que les afectan solamente a ellos, como los cánceres de próstata y colon, o los bajos niveles de testosterona y las enfermedades cardiacas[ii].
Ante tal realidad se puede inferir que la salud de mujeres y hombres es diferente y desigual. Y se torna diferente en relación con los factores biológicos (genéticos, hereditarios, fisiológicos), por lo cual se manifiesta de forma distinta entre los sexos y muchas veces se mantiene invisible para los patrones androcéntricos de las ciencias de la salud, por no tener incorporadas las miradas de género hacia estos asuntos.
Es por ello que considero importante, para la comprensión de esta problemática, colocar como reflexión el cuestionamiento acerca de cómo ha influido el proceso de construcción de las masculinidades en el cuidado de la salud de los hombres, desde una mirada de género plural y diversa.
La comprensión del abordaje de género requiere de un amplio conocimiento sobre los antecedentes históricos que le dieron origen y sobre su fundamentación teórica. Esto hace posible la realización de investigaciones con este enfoque, para obtener resultados sobre las diferencias entre mujeres y hombres que nos permitan actuar, de forma equitativa, sobre las desventajas de cada uno.
Desde la praxis profesional en el abordaje del tema se constata que se presta muy poca atención al trabajo con los hombres en materia de promoción y prevención de salud; pues se tiende a concentrar toda la atención y actuación en la mujer. Al reflexionar sobre este aspecto, es evidente que no se tiene en cuenta la diversidad de las diferentes expresiones al interior del proceso salud-enfermedad de mujeres y hombres, comportamiento que, a mi juicio, esta matizado por los estereotipos de género que tranversalizan la práctica médica.
Cuando se habla o se investiga sobre este tema, se debe tener en cuenta que, para lograr el ejercicio de la promoción y prevención de salud hay que ser coherente con las diferentes expresiones de identidades de género.
Individualmente, mucho de lo que asociamos con la masculinidad gira sobre la capacidad del hombre para ejercer poder y control. Pero las experiencias cotidianas de los hombres hablan de una realidad diferente. Aunque ellos tienen el poder y cosechan los privilegios que el sexo les otorga, este poder está viciado. Y de ello se derivan, también, violencias sutiles que les acompañan durante toda su vida
Según Kaufman, existe en la vida de los hombres una extraña combinación de poder y privilegios, dolor y carencia de poder. Por el hecho de ser hombres, gozan de poder social y de muchos privilegios, pero la manera como hemos armado ese mundo de poder causa dolor, aislamiento y alienación, tanto a las mujeres como a los hombres[iii].
Mientras que para la mayoría de los hombres es simplemente imposible cumplir los requisitos de los ideales dominantes de la masculinidad, estos mantienen una poderosa, y a menudo inconsciente, presencia en sus vidas. La construcción de las masculinidades condiciona, por ende, el comportamiento de los hombres frente al cuidado de su salud y a su vez los violenta como sujetos sociales.
Desde este análisis se corrobora que, de igual forma que ha sucedido con las mujeres, en la construcción de la identidad de los hombres están presentes los estereotipos que definen la masculinidad y los vincula con la fuerza, el proveedor por excelencia, la mutilación de expresión de sus emociones, la heteronormatividad, que no solo incluye a la orientación sexual sino que se asocia también al sistema sexo- género, y la reproducción desde un enfoque binario. Todo esto va unido a la cultura del falo, la “inteligencia superior”, en fin, el androcentrismo, que los sitúa en el centro del poder y en un aislamiento de conductas que promuevan el cuidado y autocuidado de su salud.
Para los hombres es usual encontrar la valorización de cualidades como la vitalidad, el cúmulo de experiencias y la madurez. Su apreciación social se basa más en el tipo de relación social que establece con el mundo, en el prestigio social alcanzado y sostenido, así como en su productividad.
Desde estos complejos mecanismos mediante los cuales se construye día a día, institucional e informalmente, el machismo ensambla el pensamiento retardado de atención a las cuestiones de salud de los hombres, discriminando sus derechos en relación con la atención de su salud sexual y reproductiva, el cuidado, conservación y protección de su salud física y mental y, por tanto, todos los procesos de participación para el cambio hacia la consecución de estilos de vida saludables.
Es significativo también resaltar la pobre presencia de soportes comunicativos dirigidos al cuidado de la salud de los hombres, incluida las personas LGBTI.
Y, por último, y no menos importante, me gustaría hacer una alerta sobre las prácticas violentas en salud hacia los hombres, y en particular hacia los hombres con identidades de género y orientación sexo-eróticas diferentes.
Constituyen una preocupación para mí, como investigadora, las expresiones de violencia y victimización en el ejercicio de las prácticas médicas hacia las personas LGBTI. Ocurre tanto violencia verbal y psicológica, por acción u omisión. Pero también el no empleo del método clínico con estas personas, pues este tiene implícito el examen físico, el observar al paciente durante la entrevista. Estas violaciones inciden en una espera prolongada para acudir a los servicios de salud, cuya consecuencia luego estará vinculada a la gravedad que puede alcanzar el problema de salud.
Imaginémonos una persona transgénero, de hombre a mujer, intervenida quirúrgicamente para la consecución de una readecuación de sus genitales externos, que mantiene su próstata. ¿Qué acciones se derivan para la prevención del cáncer de próstata de estas personas? ¿Qué política pública los ampara? ¿A través de qué soportes comunicativos se tratan estas temáticas?
Lamentablemente, aún existe resistencia a tratar estos temas a la par que vacíos cognitivos que impiden una sensibilización, comprensión y compromiso para afrontar tal realidad.
A modo de conclusión, se constata que el recorrido por la perspectiva de género permite la comprensión de los complejos mecanismos mediante los cuales se construye día a día, institucional e informalmente, el machismo, la violencia o la increíble capacidad de intolerancia. Por el mismo filtro pasan las necesarias respuestas, materializadas en acciones de promoción y prevención, que fomenten el cuidado de la salud de los hombres. Su aportación consiste en develar, por lo menos, otra mitad de la realidad y con esto modificar la ya conocida. De aquí que asumir la perspectiva de género en el abordaje de los problemas de salud de los hombres requiere, también, tomar conciencia e interiorizar por parte del Estado, instituciones, operadores y decisores de los sistemas de salud, la necesidad de superar toda manifestación de poder, discriminación y violencia por motivos de sexo (sexismo), lo cual redunda en un gran esfuerzo y conduce a una revolución intelectual interna, de tipo personal, pero también en una revolución cultural de las mentalidades colectivas.
[i] OMS (2018). Informe mundial. Carpeta de Información. En: http://www.who.int/trh.whd/uaw/infopack/violencia-infopack.htm.
[ii] ODPHP (2019). Informe mundial. Office of Disease Prevention and Health Promotion.
[iii]Kaufman M. (2007). “Los hombres, el feminismo y las experiencias del poder entre los hombres”. En: Informe Mundial sobre Violencia y Salud. Soporte Digital del Diplomado Nacional de Violencia impartido por el CENESEX.