Violencia, prevenir comienza por comprender

Lograr claridad en la definición conceptual de los diversos tipos de violencia que conviven en la cotidianidad cubana podría ayudar a diseñar programas de prevención y atención más eficaces, aseguran especialistas.

Ileana Martínez*, enfermera de 34 años nacida en la oriental provincia de Granma, a poco más de 760 kilómetros de la capital cubana, no es una teórica del tema, pero comprendió lentamente, y de la peor manera, el significado de esta afirmación.

«Fui muy maltratada desde niña. Mi papá se pasaba de tragos y nos regañaba a punta de cocotazos y mi mamá nos gritaba todo el tiempo; pero, en el pueblo donde vivíamos, esas cosas eran normales y siempre pensé que mi hermana y yo éramos muy bellacas (malditas, desobedientes, según la norma local) y nos ganábamos todo aquello», contó a SEMlac.

«Luego, mi hermana se fue a estudiar a La Habana y yo me casé y me mudé a Bayamo (ciudad cabecera de la provincia de Granma), cuando todavía estudiaba enfermería. Mi suegra me trataba peor que a un perro y hasta alguna bofetada me dio, pero mi marido nunca me puso un dedo encima», detalló Martínez.Médico de profesión y reconocido en su provincia por sus conocimientos y experiencia, el esposo de esta mujer, en 10 años de matrimonio, consiguió que ella dejara el trabajo apenas graduada, la recluyó a los límites de la casa, no le permitía salir ni encontrarse con amistades y hasta pagaba un mensajero para que no tuviera que salir a hacer las compras.

«Me decía que yo era una inútil, que no podía trabajar porque con lo burra que era podía hacerles daño a los pacientes, me compraba toda la ropa que me ponía y hasta me quitó toda la autoridad con los niños», agregó.

Para Martínez, esta historia llegó a su punto de giro cuando se enfermó de gravedad y su hermana le ofreció llevarla a atenderse en La Habana. «Mi esposo armó un escándalo, pero mi hermana vino con un carro, cargó conmigo y con los niños y me llevó para su casa. En el viaje para La Habana me dijo que yo era una víctima de la violencia, pero yo no lo entendí hasta pasados muchos meses», explicó.

«Después de las primeras sesiones de tratamiento, cuando le explicamos las formas de la violencia, mi hermana nos decía que a lo mejor había sido víctima
de violencia doméstica, por la suegra; pero no de género, porque su esposo nunca la había golpeado. Le costó meses comprender que la violencia psicológica también puede ser maltrato», explicó a SEMlac Lidia Martínez*, médica de 30 años, hermana de la víctima de esta historia.

 

Visibilizar las diferencias

Para la también psicóloga Mareléen Díaz Tenorio, de OAR, en Cuba es necesario definir bien las formas de la violencia, pero también los grados en que ocurre.

«La complejidad del estudio de la violencia en general, y de la de género o de la que ocurre en el ámbito familiar, en particular, ha provocado una amplia producción de conceptualizaciones y enfoques diferentes, provenientes de diversos especialistas y con perfiles disciplinares disímiles», detalló Díaz Tenorio a SEMlac.

«Si para estas personas resulta difícil establecer definiciones, precisiones, imagínate lo difícil que se torna para las víctimas comprender y desmenuzar esas experiencias horribles que están viviendo. Sobre todo en el caso de la violencia de género, pues los propios estudios de género están aún en desarrollo», precisó.

«Los conceptos de violencia intrafamiliar, doméstica, de género y violencia contra las mujeres no se distinguen claramente desde las realidades sociales que describen, y generan confusiones teóricas y metodológicas para abordar el problema», escribió, por su parte, la doctora Yuliuva Hernández García, del Instituto Superior Minero-Metalúrgico de Moa, en la provincia de Holguín, a más de 740 kilómetros de La Habana.

En su artículo «Estudio de la violencia contra las mujeres en la relación de pareja. Resultados de investigaciones sociales en Moa», incluido en el libro Rompiendo silencios. Lecturas sobre mujeres, géneros y desarrollo humano, Hernández insiste en que, al analizar el tema de la violencia como parte de una institución mayor como la familia, «no se aprecian con toda claridad sus peculiaridades».

Para Díaz Tenorio, la repetida confusión teórica entre la violencia de género y la doméstica reduce este problema social a un entorno privado, ayuda a su invisibilidad y conlleva la descalificación de otras formas de violencia.

Según la Declaración sobre la Violencia contra la Mujer, aprobada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1993, la violencia de género es
«todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o
la privación arbitraria de la libertad», sea «en la vida pública o en la vida privada».

Años antes, en 1979, la Convención para la Eliminación de todas las formas de discriminación de la mujer (CEDAW) había definido la violencia de género como aquella «dirigida contra la mujer por ser mujer o porque le afecta de forma desproporcionada».

Documentos de la ONU precisan que este maltrato se desagrega en los ámbitos cotidianos en distintas categorías, como componente esencial o importante en la violencia de pareja, pero también contra las niñas, en el acoso laboral y en las violaciones en espacios públicos, entre otras.

Como parte de sus manifestaciones incluye la humillación intensa y continuada, amenazas de violencia física, control y vigilancia constante, cambios de humor
sin lógica, desaprobación continua, golpes, lesiones y hasta el asesinato conocido como feminicidio.

Estas formas de maltrato «tienen como objetivo principal ejercer o restablecer el dominio y, generalmente, es el género masculino el que detenta el poder», apunta la socióloga Magela Romero Almodóvar, profesora e investigadora de la Universidad de La Habana, en su artículo «Violencia de género en las relaciones de pareja. Un estudio de caso».

La violencia doméstica o intrafamiliar, por su parte, es aquella que ocurre dentro del hogar, y la sexual, «aquella dirigida contra la sexualidad de una persona mediante coacción, independientemente de su relación con la víctima», define un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), publicado en 2013.

La violencia contra las mujeres está identificada como un «problema de salud global», según la citada investigación de la OMS titulada «Estimaciones mundiales y regionales de la violencia contra la mujer».
Ese estudio reveló, además, que el maltrato que ocurre en la pareja es el tipo más común de violencia y afecta a 30 por ciento de las mujeres en todo el mundo.

Nombrar el maltrato

Ante situaciones como estas, hace ya varios años se ha comenzado a emplear el término violencia machista para definir, desde el enunciado, de qué tipo de maltrato se trata y facilitar su prevención y enfrentamiento.

Quizás uno de los casos más significativos sea el de la legislación de Cataluña. Con fecha del 24 de abril de 2008, esta comunidad autónoma española aprobó la Ley 5/2008 «del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista».

En él ámbito de los medios de comunicación, por solo poner otro ejemplo, la también española agencia de noticias EFE utiliza el término sistemáticamente desde 2007, para llamar la atención acerca de que esta violencia es consecuencia de una actitud de poder y discriminatoria de los varones con respecto a las mujeres.

En este camino, una de las confusiones más comunes, y más graves, ha sido catalogar como violencia de género la que ejercen los hombres contra las mujeres, pero también la de las mujeres contra los hombres, lo que consigue desvirtuar la naturaleza del fenómeno.

Sin embargo, como confirma el informe de la OMS, las mujeres y las niñas son mayoría entre las víctimas de violencia.

«Ellas se convierten en autoras de hechos de violencia y, generalmente, lo hacen en reacción a una marcada y sostenida violencia que se ha ejercido sobre ellas», ha escrito reiteradamente en sus investigaciones la doctora Clotilde Proveyer, también socióloga de la Universidad de La Habana y con larga experiencia en el tratamiento del tema.

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