Por Virginia Díaz-Argüelles
Una de cada 10 familias cubanas vive la violencia intrafamiliar, dice a SEM la psicóloga Isabel Louro, master de la Escuela Nacional de Salud Pública.
«Los diferentes grados, niveles y concepciones de la violencia familiar dependen de las creencias, normas y valores de cada país», agrega la especialista al comentar los resultados del estudio Comportamiento de la violencia intrafamiliar, publicado en la revista cubana de Medicina Familiar.
La investigación fue realizada en 1999, en el policlínico Dr. Manuel Fajardo Rivero, en la ciudad de La Habana, con una muestra de 100 familias.
La célula fundamental de la sociedad no está exenta de prácticas violentas tampoco en la isla caribeña y la que ocurre puertas adentro de la casa se considera también parte de violencia social.
Todo parece indicar que la lucha de poder en la familia ha convertido a sus integrantes en agresores o agredidos. El fenómeno incluye no sólo al maltrato físico, que puede llevar a la muerte, sino también formas más sutiles.
Entre otras habituales están el leer cartas o documentos de amigos, familiares o hijos, oír conversaciones telefónicas, no responder al saludo, gritar a otros, humillar y ridiculizar a los hijos o descuidarlos en su atención. «Uno de los momentos de mayor agresión a los niños es durante las comidas. Unas veces porque se trata de un niño o niña anoréxica y otras porque es muy intranquilo, pero independientemente de una u otra conducta, mientras la madre ofrece la comida a sus hijos descarga la ansiedad, las frustraciones y los problemas maritales contra los más débiles», refiere Louro.
Existen muchas formas de expresión de la violencia en la familia, ejercidas por cualquier integrante del grupo. Puede haber agresiones físicas, abuso sexual, o violencia psicológica, que incluye hostigamiento y humillación. Esta última, aunque no deja huellas visibles en el momento de los hechos, puede tener implicaciones más trascendentes.
El incremento de la violencia intrafamiliar se ve agravado por la difícil situación económica que enfrenta el país, la falta de viviendas y la necesidad de convivencia de varias generaciones dentro de una misma casa.
En Cuba no abundan las investigaciones relacionadas con el tema y, a pesar de que la 49 Asamblea Mundial de la salud considero en 1996 que la violencia es un problema de salud pública creciente en el mundo, aún las actividades de prevención a nivel de la comunidad y el médico de la familia son inefectivas e insuficientes.
En su estudio, Louro encontró que la variante psicológica fue la más frecuentemente empleada y las mujeres las agresoras en mayoría desde su función de madres y los niños, niñas y adolescentes los principales agredidos. Su indagación abarcó a 188 familias en un área de salud del municipio Playa, en la capital cubana, durante el año 1999.
Resultados similares arrojó otra encuesta local realizada por el profesor de Medicina Legal Jorge González, actual rector de Ciencias Médicas de La Habana, en la escuela Felipe Poland, en La Habana, en 1999.
Cuando este le preguntó a 147 niños de los dos últimos años de la enseñanza primaria qué no les gustaba de su familia, el 48 por ciento refirió que las discusiones o peleas. La ingestión de bebidas alcohólicas resultó el factor desencadenante más importante.
De padres a hijos
Unas veces por erróneos patrones familiares, otras por una forma inadecuada de imponer el respeto y la autoridad, lo cierto es que los hijos suelen ser blanco de la violencia proveniente de sus padres, en todas sus manifestaciones.
Cuando se habla de maltrato infantil casi siempre se piensa en niñas o niños golpeados, los millones que viven sometidos a trabajos forzados, prostitución, hambre, frío o mendicidad, por irresponsabilidad social y familiar.
Sin embargo, no nos damos cuenta que Julia, la vecina que le grita constantemente a Manolito, lo humilla y le proverbia palabras obscenas, también maltrata a su hijo.
En la reunión del Grupo de Consulta Regional sobre Maltrato Infantil, efectuada en Brasil en julio de 1992, se definió este fenómeno como «toda acción o conducta de un adulto con repercusión desfavorable en el desarrollo físico, psicológico y sexual de una persona menor».
El concepto incluye no sólo el maltrato físico, sino también el psicológico, emocional, el abuso sexual, el abandono, la negligencia y la explotación. La violencia intrafamiliar y el maltrato constituyen una forma de abuso del poder ejercido en el contexto de las relaciones de dependencia que se dan en la familia y afecta el bienestar psicosocial del niño, del adulto responsable del maltrato, de la familia y de su entorno social.
Cuba no escapa al crecimiento mundial del maltrato infantil, aunque las estadísticas muestran valores inferiores, y no tiene la misma connotación de otras latitudes, en opinión de expertos.
En el primer trabajo sobre causas de muerte extrahospitalaria en menores de un año en la capital cubana en 1989 y 1990, publicado en la Revista Cubana de Pediatría por el médico Manuel Martínez Silva, se reportó el maltrato como causa de muerte en el 40 por ciento de los fallecidos.
Más tarde, en su tesis de grado, la doctora Ana Ivis Crespo Barrios encontró que también en la capital, entre 1990 y 1992, 200 niños fueron víctimas de maltrato, de ellos el 77 por ciento de forma no intencional.
Varios factores parecen estar favoreciendo conductas agresivas o violentas, aunque no generalizadas, según especialistas, en el medio familiar. La crisis económica iniciada en 1990 y el aumento de las desigualdades sociales hicieron emerger nuevos fenómenos como la corrupción, la prostitución y el incremento del delito.
Todo ello, unido a casos de ausencia paterna, modelos inadecuados de crianza, la irresponsabilidad de algunos progenitores, el ejercicio incorrecto de la autoridad, el predominio de las relaciones de poder y las defectuosas relaciones entre padres e hijos, parece haber incidido también en el ámbito de las relaciones familiares violentas.
No hay estadísticas precisas que permitan afirmar que el maltrato infantil es un grave problema de salud en Cuba, sin embargo, especialistas en la materia reconocen la repercusión social que determinados casos puedan tener.
Si bien es más frecuente en medios socioeconómicos bajos y sobre todo con escaso desarrollo cultural, la violencia intrafamiliar no es exclusiva de esos grupos. Para algunos estudiosos del tema, la experiencia anterior de maltrato y vivencias negativas de los padres en su niñez también influyen.
«¿Cuántos de nosotros no hemos visitado familias muy pobres, campesinas, muy limpias y organizadas, donde cada hijo tiene su tarea que cumplir y la madre, sin extremos, es a la vez dulce y recta?», se pregunta Tania Maseras, una maestra jubilada que vive en Guanabacoa, barrio de la periferia de la capital.
Maseras establece también una diferencia de crianza y educación entre los hijos de las personas con mejor situación económica y las menos favorecidas. Para ella, dinero y posibilidades de desarrollo saludable no van siempre, proporcionalmente, de la mano.
«Hay niños que no tienen ataris con hombres y extraterrestres que matar, power ranyers que defender de los monstruos y prefieren cabalgar en un potro, bañarse en el río y tirar flechas con un arco construido con un tallo verde y una soga», dice tranquilamente esta mujer.
«Otros, en cambio, son hijos de padres con muy buena situación socioeconómica pero tan ocupados en sus trabajos que los niños pasan el día solos, o con la abuela, al regresar de la escuela», añade.
En muchas de esas situaciones, las madres y padres apenas tienen tiempo de asistir a una reunión de la escuela porque el trabajo les apremia.
En tanto, los hijos presencian discusiones familiares, viven la tragedia del divorcio de sus padres, o se duermen tarde delante del televisor, viendo la película de terror o de extrema violencia.
Como un círculo interminable, entonces, la violencia sale de casa y hasta toma asiento al lado de los niños en la escuela. «Ese es el niño desajustado, al que la maestra le grita en el aula porque no hace la tarea, ni copia en la libreta, se escapa y es clasificado como niño de riesgo», comenta Maseras, quien ejerció por 30 años la profesión de maestra.
La violencia se reproduce
En un estudio realizado entre 2000 y 2001 en la escuela primaria Patria Nueva, en el municipio capitalino del Vedado, la psiquiatra infantil María Elena Francia Reyes, comprobó que el antecedente de padres maltratados en su infancia incidió más en los niños que sufrieron maltrato que su nivel socioeconómico y sociocultural.
La especialista refiere que el maltrato infantil es multicausal e incluye una serie de factores biosicosociales, de medio ambiente, las características del agresor y del agredido.
En este estudio, todos los padres del grupo admitieron que habían proferido algún tipo de maltrato a sus hijos ya sea física, psicológica, o emocionalmente, según la severidad de la indisciplina del menor de edad.
Los padres más maltratados en su niñez aplicaron estas medidas a sus hijos. Cuando se indagó en el método más apropiado para mejorar esas conductas y propiciar ambientes más adecuados a los niños, todos refirieron, en primer lugar, la disminución o erradicación del estrés para disminuir tensiones que suelen descargarse en los menores.
Una apreciación similar ofrecieron otros adultos consultados en el otro extremo de la isla, en Santiago de Cuba, 900 kilómetros al este de la capital cubana.
Allí la psicóloga Isis Blanco encontró en el 2001 que, en un área de salud, los padres que maltrataban a sus hijos entre 8 y 10 años de edad, reconocían como situaciones propicias más frecuentes de este maltrato: el estrés, los conflictos, las frustraciones, el antecedente de maltrato en la niñez, las enfermedades crónicas y la mala situación socioeconómica, en ese orden.
El maltrato infantil es tan viejo como la humanidad misma. La Biblia recoge muchos ejemplos, y tal vez el más conocido sea la Matanza de los Inocentes, ordenada por Herodes, temiendo al nacimiento de Jesús, quien se anunciaba que seria el rey de los judíos.
Asociado a prácticas de infanticidio, el castigo físico ha sido usado, y aún lo es, como método educativo y disciplinario. El derecho romano otorgaba al pater famili derechos de vida o muerte sobre sus hijos, con poder para incluso venderlos, matarlos, castigarlos o abandonarlos a su gusto. La familia se erigía sobre bases de poder y fuerza.
Con el cristianismo se produce un cambio conceptual, al concebirse los hijos como enviados de Dios. Al invertirse los principios morales de la familia, la paternidad pasó a otorgar más deberes que derechos, hasta que San Agustín, con su imagen distorsionada del niño como un ser imperfecto y malévolo, influye notablemente en la educación del siglo XVII y el castigo corporal pasa a ser indispensable en el trato del niño.
El maltrato físico puede definirse como intencional o no. El primero supone premeditación y pleno conocimiento de causa por parte del que lo ejecuta, y el no intencional ocurre cuando el daño o lesión es secundario o por negligencia.
Entre 2000 y 2002, un grupo de especialistas del Hospital Pediátrico «Juan Manuel Márquez», sustentado por el protocolo para abuso físico en el niño, propuesto por la OMS, hizo un estudio entre 81 pacientes con sospecha de maltrato físico, intencional o no, que llegaron al Centro.
Entre otros aspectos, los especialistas analizaron el maltrato relacionado con el niño, la escuela, el hogar y con el daño ocasionado. La tercera parte de los niños maltratados tenían edad entre 1 y 6 años, predominó el sexo femenino y la madre fue la persona que más los cuidó y que los maltrató con más frecuencia.
Sin embargo, los adolescentes fueron maltratados en su mayoría por personas ajenas a la familia y los niños de raza negra y mestiza los de mayor presencia entre las víctimas.
El síndrome del niño golpeado fue descrito por primera vez en 1868 por Ambrosie Tardieu. Posteriormente, en 1946, Caffey reveló la presencia de hematomas subdurales asociados con alteraciones radiológicas de los huesos largos en los pequeños.
Henry Kempe y Silverman en 1962, crearon la expresión «síndrome del niño golpeado», concepto este que fue ampliado por Fontana al indicar que estos niños podían ser agredidos no sólo en forma física, sino también emocionalmente o por negligencia, de modo que sustituyó el término golpeado por el de maltratado.
«Recuerdo un caso que no puedo olvidar», cuenta a SEM Vivian Mena, especialista de segundo grado del Hospital Pediátrico de Centro Habana, también en la capital cubana.
«Una tarde de guardia, en 1985, un oficial de atención de menores trajo a un niño de 10 años, con mirada muy triste, corpulento, callado, con una quemadura en forma de una plancha en su espalda.
El oficial le contó a la médica que existía la sospecha de que la lesión se la había hecho su propia madre, porque había antecedentes de maltrato. Pero el muchacho lo negó con mucha fuerza.
Bajo arresto, la madre testificó que, en efecto, «había sido sin querer, porque él la atormentaba cuando salía de pase de su escuela de conducta y ella no tenía tiempo para atenderlo».
Cuando presencias casos como esos, extremos, pero que existen, es que meditas en la importancia a de la maternidad; no se trata sólo de tener hijos y ya», comenta la doctora Mena.
La Habana, octubre de 2004.-