Ver más allá de los golpes

Por Sara Más

Aunque no faltan quienes identifican formas muy sutiles de violencia en su vida diaria, en Cuba muchas personas la siguen asociando, únicamente o en primer lugar, con acciones físicas muy evidentes, lo mismo dentro que fuera del hogar.
Ejercer la violencia es, sobre todo, agredir físicamente a una persona o violarla, según declararon 341 entrevistados, el 53 por ciento mujeres, que fueron consultados por SEMlac en seis provincias del país: Pinar del Río, Ciudad de La Habana, Cienfuegos, Villa Clara, Camagüey y Holguín.
El sondeo periodístico, con respuestas anónimas, fue ejecutado en 2006 y contó con el apoyo de la Agencia Suiza para la Cooperación y el Desarrollo (Cosude). Su propósito fundamental fue explorar cómo las personas identifican, valoran y viven las diferentes formas de violencia, ya sea como víctimas o ejecutoras.
«Mi padre fue mi vida, fue lo que más quise y fue también la persona que más violencia ejerció sobre mí, pero no puedo sentir odio ni rechazo hacia él. Después comprendí que papá trabajaba el día entero y éramos 12 hijos; no podía reaccionar de otro modo», contó a SEMlac una trabajadora estatal de 58 años, residente en la oriental provincia de Granma, ciudad a 733 kilómetros al este de la capital cubana. De una lista para identificar cuáles acciones asociaban a la violencia, las más señaladas fueron: violar, agredir, maltratar, forzar y golpear. En tanto, actos tan sutiles o cotidianos como gritar, intimidar y prohibir fueron menos reconocidos, aunque su selección abarcó una parte considerable de la muestra (80 por ciento).
Menos aún se percibió alguna manifestación de violencia en otro tipo de actos, aparentemente menos agresivos, como leer correspondencia ajena, escuchar conversaciones telefónicas, no responder al saludo, ridiculizar a alguien, descuidar la atención de los hijos o no querer compartir los gastos familiares.
Para poco más de la mitad de las personas entrevistadas, estos no pasaban de ser, simplemente, actos de mala educación o inadecuado comportamiento. «Algunas veces los insultos se hacen como un juego, ahora la moda es saludarse silbando», acotaba un estudiante mestizo, de 16 años, en Granma.
Oír charlas telefónicas ajenas es, para algunos, una imprudencia; leer cartas de otros, un entretenimiento; no responder al saludo, una grosería; negarse a usar condón con la pareja estable, sólo un acto irresponsable.
«Algunas de esas manifestaciones son rasgos de la personalidad que todo ser humano debiera tener bien definidos. Pero hay problemas también de educación y del entorno familiar, y los padres son los máximos responsables», reflexionó una técnico medio, trabajadora, en la ciudad de Camagüey, al centro de la isla.
Aunque no se apreciaron diferencias significativas en cuanto a edades, sí afloró un leve matiz en la mirada que dan al asunto hombres y mujeres. Los primeros identifican más la palabra violencia con golpear, violar y agredir; en tanto ellas alteran ligeramente esta percepción, al establecer agredir, violar y maltratar, en ese orden.
Los actos menos reconocidos por las mujeres fueron los insultos, castigos, no responder al saludo, ridiculizar a las personas o negarse a usar condón con la pareja estable.
Así y todo, la totalidad de la población entrevistada asegura que la violencia puede ser física, sexual y emocional o psicológica, aunque reconocen menos la social y la económica.
«La violencia ocurre por causa de la incomunicación; la gente no conversa y se agrede. Desde la familia eso se da con frecuencia», comentó una técnica de la salud de 35 años, en la ciudad de Cienfuegos, a más de 250 kilómetros al este de La Habana.
Otra conclusión del sondeo apunta a que, conceptualmente hablando, no pocas personas suelen reconocer que la violencia psicológica existe, junto a otras manifestaciones, aunque no siempre se reconozcan a sí mismas como víctimas o victimarios.
No faltan quienes han padecido ese tipo de actos, aunque no siempre con una clara percepción de los hechos. «Es posible», fue la respuesta de un trabajador estatal, de más de 50 años de edad, al preguntársele si había sido víctima, alguna vez, de algún tipo de violencia.
Su frase, más bien afirmativa, parece la de alguien que se detiene por primera vez a pensarlo, pues de inmediato admitió haber sufrido gritos, golpes, ofensas, humillaciones, amenazas de palabra, de gestos y hasta silencios forzosos por parte de familiares, en diferentes momentos de su vida.
Del total de personas consultadas, en ciudades y zonas rurales, más de la mitad -54,2 %- reconoció haber padecido situaciones de violencia, la mayoría relacionadas con gritos, ofensas y negación de la palabra por parte, en primer lugar, de familiares, en particular parejas, hijos y, en segundo lugar, compañeros de trabajo.
El sondeo indica que las mujeres han sido las mayores víctimas de las agresiones, atendiendo al 59 por ciento que marcó afirmativamente esa pregunta. Las situaciones más comunes se vinculan a que les han gritado, ofendido y amenazado de palabra. Como ejecutores de tales actos señalaron, primero, a la pareja y luego a hijos, hermanos y, por último, amistades.
Por su parte, el 47 por ciento de los varones consultados por SEMlac refirió haber sido víctima también de situaciones violentas, incluidos gritos y golpes, o amenazas de palabra o gestos en hechos que se les han presentado, fundamentalmente, en la calle. Pero en los casos en que les han dejado de hablar, especifican que ha sido su pareja.
Ante la pregunta de si ha sido violento alguna vez, el 56 por ciento respondió afirmativamente, sobre todo en el contexto familiar, de pareja, con hijos, compañeros de trabajo y hasta vecinos. Los hechos que más mencionaron fueron la ofensa y la amenaza de palabra y gesto.
(enero/2007)

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