Por Sara Más
Además de aprender a reconocer la violencia en sus formas más sutiles, pasar de la pasividad a la denuncia y educar en la tolerancia y la equidad, poco puede avanzarse en la erradicación de ese mal si no se vencen las falsas creencias que le acompañan.
«Los mitos salen de la gente y con el tiempo se van convirtiendo en leyes no escritas», afirma Silvia García, psicóloga cubana e investigadora del Ministerio de Justicia. Y también impiden ver claramente los motivos reales que amparan el abuso.
Que las mujeres son masoquistas y les gusta el maltrato, que los abusadores son hombres con trastornos o actúan así por culpa del alcohol, son algunas de esas convicciones.
También se cree «que los más pobres y menos educados son los más violentos», comprobó la especialista entre mujeres y varones de una localidad de la capital cubana.
Pero «si se tratara sólo de hombres con trastornos, sería mucho más fácil de resolver», sostiene la psicóloga. Sin embargo, una buena parte de de los abusadores «son gente agradable, profesionales de respeto, personas admiradas entre los vecinos y, por eso mismo, es más difícil denunciarlos; nadie lo llega a creer», agregó la autora de Creencias y mitos sobre el maltrato femenino en las relaciones de pareja.
Por otro lado, el alcohol puede ser un factor desencadenante, pero «la causa fundamental de la violencia es la ideología patriarcal y la educación sexista que se continúa generando y transmitiendo mediante relaciones de subordinación femenina y poder masculino», aclaró.
La incidencia de los dogmas en la invisibilidad y permanencia de la violencia ha sido uno de los temas más reiterados por las especialistas que asisten esta semana al V Taller Internacional Mujeres en el siglo XXI.
Convocado por la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana y con la asistencia de 300 participantes de 17 países, el encuentro científico dedica una comisión de trabajo a Género y Violencia.
Sea para referirse al maltrato psicológico, verbal, o al físico, aparecen los viejos y nuevos pareceres que tratan de justificar esos actos o, de alguna forma, legitimarlos.
Otro tanto sucede con el acoso sexual, un fenómeno todavía menos admitido y del cual todavía se habla muy poco.
«Muchas mujeres no tienen una concepción acabada de lo que es y lo limitan a la persecución y las violaciones», señala la psicóloga Karelín López Sánchez.
Al explorar el asunto entre mujeres de diversas generaciones, la investigadora detectó los mismos mitos que suelen aparecer en otros actos violentos, como suponer que sólo incurren en ellos los hombres que padecen algún trastorno psicológico o desviación sexual.
En esa misma línea, López comprobó también que existe el criterio, incluso por parte de las propias mujeres, «de que ellas son las que lo propician, las que se visten llamativamente, las que los provocan».
De acuerdo con las indagaciones de la psicóloga, las mujeres entre 35 y 50 años tienen aun menos conocimiento sobre el tema y son las que tienen más arraigado el mito de que las mujeres suscitan el acoso.
Incluso no faltan quienes llegan a justificar a los hombres en ese proceder que asocian a una supuesta identidad masculina, porque «los cubanos son muy desinhibidos, más dados al piropo, muy expresivos».
«De esa forma, como parte de un proceso cultural, se van aceptando como normales ese tipo de situaciones», precisa López.
Poco reconocida entre cubanas y cubanos, y de reciente atención por parte de instituciones académicas y sociales, la violencia sigue siendo un tema insuficientemente abordado en la vida cotidiana, donde subsisten modelos patriarcales y una educación sexista en el seno familiar.
El tema de la violencia intrafamiliar, y especialmente contra la mujer, comenzó a investigarse en Cuba, de forma relevante, a partir de los años 90.
La creación del Grupo de Trabajo Nacional para la Atención y la Prevención de la Violencia Familiar, en 1997, contribuye desde entonces a unir disciplinas y esfuerzos en la atención del fenómeno.
Aunque no existen estudios representativos y estadísticas generales, investigaciones de Medicina Legal reportan una etiología homicida del sexo femenino en la cual el 45por ciento de las mujeres murió a manos de su pareja y el 52 por ciento de los casos ocurrió en el hogar de la víctima, en la capital cubana, entre 1990 y 1995.
En general, los trabajos realizados hasta ahora reconocen la existencia de la violencia contra la mujer en todas sus manifestaciones, desde las más sutiles hasta la muerte, pero subrayan un predominio del maltrato psicológico y verbal.
También identifican que ellas suelen desempeñarse como agresoras en menor medida, casi siempre como alternativa al maltrato que padecen.
Este fue un aspecto común encontrado por la criminalista Caridad Navarrete, una de las primeras investigadoras del tema en la isla caribeña que estudió las historias de vida de 25 mujeres que cumplían sanción preventiva de libertad, de las cuales 23 habían ultimado a sus esposos.
«La mayoría lo hicieron en defensa propia, si puede decirse, no en el momento mismo en que fueron agredidas, sino por la acumulación de maltratos, y esa fue la salida que encontraron», comentó la estudiosa.
Ella subraya que «la mujer que ha cometido ese tipo de actos criminales contra su compañero o esposo por lo general ha sufrido violencia familiar y en las relaciones de pareja en todas las formas posibles».
Sin dejar de ser válida como explicación psicológica y criminalística, también estas actitudes develan un asunto muy discutido y polémico, en tanto algunas personas y especialistas consideran que la violencia como respuesta a la violencia se erige en un nuevo mito que legitima y reproduce el ciclo del maltrato.
La revisión crítica de creencias, tratamientos y soluciones que antes y ahora se dan al fenómeno, alcanza también a las casas de protección o refugios donde permanecen durante un tiempo las mujeres violentadas.
Al parecer, esas residencias encuentran defensores y detractores, y además quienes les reconocen ventajas y limitaciones.
Para algunas personas se trata de un lugar útil para las mujeres maltratadas en su proceso de autorreflexión, denuncia y evasiones de peligros reales y donde encuentran un apoyo necesario para recomponer sus vidas.
«Pero en esas casas las mujeres tienen que estar escondidas, huyen del problema y entonces se convierte en un nuevo espacio donde se vuelve a victimizar a la mujer», dijo en el encuentro de La Habana la española Isabel Carrillo Flores, de la Universidad de Vic.
Aunque reconoce cierta evolución en su país en cuanto al tratamiento legal y presentación de estos temas en los medios de comunicación, Carrillo lamenta que todavía en uno y otro campo «predominen expresiones llenas de prejuicios, de sensacionalismos, y las mujeres sigan desprotegidas jurídicamente, porque el tema se aborda con reformas parciales».
La clave, en su opinión, sigue estando en la educación, en los modelos de dominación patriarcal que se trasmiten, y en la escasa preparación sobre el tema que poseen los profesionales jurídicos.
«Entre los propios juristas no hay un entendimiento de los procesos sicológicos por los que transita la mujer maltratada», sostiene.
(noviembre/2003)