Por Raquel Sierra
Con sus muchas ocupaciones y reuniones, algunas hasta altas horas de la noche, a la madre de un niño de 13 años no le alcanzaba el tiempo para nada, ni siquiera para acudir a la escuela de su único hijo e interesarse por sus estudios, sus problemas y carencias emocionales. El muchacho se tornó solitario y triste.
El caso de un compañero de aula es distinto. Su mamá, unida en segundas nupcias, le daba prioridad para todo a su nuevo esposo y descuidaba la atención del hijo. Por demás, el menor convive con los maltratos del padrastro hacia su madre.
La desatención de los hijos y las agresiones físicas y psicológicas hacia los menores son dos de los muchos rostros tras los cuales se parapeta la violencia, que tiene una repercusión directa en la conducta y comportamiento futuro de adolescentes y jóvenes. Estas y otras historias salieron a la luz con el proyecto Crecer en la Adolescencia, sobre género y sexualidad, que desarrollan la Casa de Atención a la Mujer y la Familia de la Federación de Mujeres Cubanas y la Escuela Secundaria Básica Urbana XXX Aniversario de la ciudad de Bayamo, en la oriental provincia de Granma, 730 kilómetros al este de La Habana.
María de los Ángeles Chávez, coordinadora de la casa, señala que allí organizaron, de manera especializada, talleres de desarrollo y crecimiento desde la perspectiva de género y la sexualidad con 30 adolescentes de séptimo grado (14 varones, y 16 hembras), grupo al que se integraron 39 madres y 13 padres.
Esta experiencia comprende desde el diagnóstico individual, que realiza un equipo multidisciplinario, -integrado por psicólogos, sociólogos, médicos y profesores-, hasta la atención grupal y personalizada de alumnos de la enseñanza secundaria, y que involucra también a sus padres.
Aunque fundamentalmente concebido para abordar las diferentes aristas de la sexualidad y el género, los talleres de participación tocan temas relacionados con la convivencia, el respeto y la comunicación, vitales para el buen funcionamiento de la familia.
Según Alina García, secretaria docente de la escuela, el análisis arrojó «casos de hijos de padres divorciados, de alcohólicos y con dificultades en el aprendizaje, entre otros».
García considera que «el grupo ha mejorado», como resultado del trabajo multidisciplinario, los talleres, las conferencias de especialistas con los adolescentes y los encuentros a fines de cada mes con las y los progenitores, en una suerte de ceremonia de «devolución a los padres».
A su juicio, «los cambios en el entorno familiar se notan en el aprendizaje. Si antes el niño de la mamá con alta responsabilidad no se relacionaba con los otros, ahora sí lo hace», cita como ejemplo.
«Aunque el trabajo le ocupa a la madre mucho tiempo, ahora, dentro de sus posibilidades, asiste a la escuela a interesarse por el desenvolvimiento de su hijo y coopera con las actividades del grupo», explica.
Otra alumna residente en un barrio muy alejado, que no hacía tareas ni asistía a las casas donde los muchachos se reúnen a estudiar, en la actualidad acude al centro de computación más cercano a estudiar, señala como otro ejemplo.
Para los profesores, este proyecto ayudó a conocer más a sus alumnos, lo que les permite individualizar el tratamiento hacia ellos.
Muchas vías
Durante el curso 2005-2006 comenzó el trabajo grupal con las y los estudiantes y, el último martes del mes, las experiencias se socializan con los padres, analizando las memorias de la vida cotidiana de las y los adolescentes, con sus contradicciones, dudas, ansiedades e interrogantes, en su proceso de crecer y sus demandas en las formas de crianza.
El programa se desarrolló durante todo el curso con la selección de materiales didácticos, la sistematización de los conocimientos en 28 talleres con la participación de 840 personas y continúa este año.
El trabajo tiene varias aristas. Es participativo y preventivo. Los casos que escapan a la competencia de la escuela y la Casa de Atención son derivados a las instituciones correspondientes, explica María de los Ángeles.
«Teníamos una niña golpeada. El caso se llevó al Consejo de Atención a Menores por el abuso físico que la madre ejercía contra ella. Hoy la pequeña tiene tratamiento psicológico y la madre fue asesorada sobre cómo mejorar la atención a su hija», detalla.
De acuerdo con la coordinadora, como parte del proyecto se atendieron 57 casos con diferentes problemas y se realizaron 20 dinámicas familiares.
Muchachos y muchachas hablan
«Para mí es una experiencia muy buena. En el taller he aprendido cómo comportarme, sobre educación sexual y acerca de los espacios que deben tener las personas de la tercera edad», dice Adriel Montejo, de 13 años.
«Antes -reconoce– yo era indisciplinado, hablaba mucho en clases. Ahora mi comportamiento es más adecuado y mis relaciones con mi familia han mejorado», añade este adolescente de cara seria.
Estas opiniones se repiten. «Hemos aprendido cosas de las cuales no nos hablaban en la casa, sobre la sexualidad y los cambios de nuestros cuerpos a esta edad y la necesidad de protegerse para evitar embarazos y enfermedades de transmisión sexual», agrega Lesyani González Mojena.
Marisleinis Moreno, también de 13 años, está satisfecha con la experiencia y cree que bien pudiera extenderse a muchachas y muchachos con similares problemas de incomunicación familiar, sobre todo en temas de sexualidad. «A mí me ayudó mucho. Establecí mejor comunicación con mis padres», señala.
Durante los talleres, las muchachas expresaron su inconformidad con el tratamiento diferente que reciben respecto a los varones y la libertad que los padres les dan a estos últimos. Sin embargo, unas y otros se refirieron al excesivo control de sus progenitores, quienes se quejan además de la conducta de los hijos.
Una experiencia para crecer
El proyecto no sólo beneficia a los jóvenes. Las madres y padres han aprendido a la par. El artículo Novedosa Experiencia de Trabajo Educativo y Preventivo-Crecer en la adolescencia sobre Género y Sexualidad, del colectivo que participa en el proyecto, señala que «ninguna asignatura en la escuela los enseña a ser madre y padre».
Al respecto, agrega: «la adolescencia puede transcurrir sin mayores contratiempos, sobre todo si las madres y padres tienen un mejor acercamiento a sus hijos, con un diálogo abierto, sincero, sin hacer gala de la autoridad que a veces los distancia, los hace seres desconocidos, ajenos y que, al final, dificulta la convivencia».
Cuenta María de los Ángeles que, en las reuniones con los padres, estos reconocen, en una larga lista anotada en la pizarra del aula, los problemas específicos que tienen con sus hijos. Las consejerías los instruyeron sobre cómo lidiar con ellos para transitar hacia una mejor comunicación.
Según el resumen de los resultados del trabajo, «no comunicarse o hacerlo de forma inadecuada puede traer consigo inestabilidad al interior de la familia y abonar el terreno para que surjan, incluso con cierta frecuencia, conflictos que inciden en la inadaptación social de sus miembros más jóvenes».
Al respecto, aconsejan que «los padres deben facilitar las condiciones, buscar el espacio y el momento para que se sientan dispuestos a conversar».
Los talleres con los progenitores sacaron a la luz sus temores relacionados con el crecimiento de sus hijos y su entrada en la adolescencia, así como la preferencia del silencio en temas sobre sexualidad, entre otros, que no contribuyen a prepararlos para esa etapa de la vida.
Para buscar soluciones a los problemas existentes, un grupo de 56 padres y madres se mantuvieron durante todo el curso en consultas de psicología, recibiendo orientaciones sobre el proceso de crecimiento de sus hijos y los desajustes en las formas de crianza y formación de valores.
Con el proyecto Crecer en la Adolescencia ha crecido la familia, ha mejorado la comunicación, además de que padres y madres han empezado a comprender que el diálogo fluido, sincero y directo con su descendencia facilita la transmisión de valores éticos.
No obstante, una de las conclusiones a las que arriba el artículo Novedosa Experiencia de Trabajo Educativo y Preventivo, es que «aún se observan patrones culturales y prácticas educativas que perpetúan la desigualdad entre géneros», debido a que «existe un insuficiente nivel de conciencia en mujeres y hombres acerca de la discriminación de género y su reflejo en las relaciones sexuales y, por tanto, de la necesidad de eliminarla».
(noviembre/2006)