Por Sara Más
Su existencia no ha seguido una línea recta, pero tampoco es un camino sin final. Se equivocó una vez, cometió un delito y fue privado de la libertad, pero ahora encamina su vida.
«No me da pena decirlo porque cualquiera comete un error, lo importante es rectificarlo», dice Dolvis Espinosa, un joven de 33 años que reside en la oriental ciudad de Bayamo, a 733 kilómetros de la capital cubana.
Junto a él están Tailí, una muchacha de 32 años que ya dejó atrás un pasado vinculado a la prostitución y estudia ahora enfermería; Jorge Luis, un albañil de 35 que trabaja infatigablemente en la construcción; Aleida, una mujer trabajadora, madre preocupada por sus hijas, quien también de cierto modo intenta recomponer sus días… Todos tienen en común su pertenencia a un grupo singular, que se reúne en la Casa de Orientación a la Mujer y a la Familia de la Federación de Mujeres Cubanas, en la provincia de Granma, y sus deseos de salir adelante.
Son cerca de 70 personas vinculadas a un programa que ellas mismas decidieron llamar ¿Quién dijo que todo está perdido?, una frase tomada de una canción del argentino Fito Páez y que justamente resume lo que sus integrantes pretenden demostrar.
En una suerte de grupo de autoayuda, la casa les brinda el espacio de encuentros, el primer miércoles de cada mes, para hablar e intercambiar sobre diversos temas, desde los jurídicos hasta los culturales, de los educativos a los de salud o los sociales. Allí también reciben preparación en diversos oficios para reinsertarse laboralmente y ayuda especializada.
«Es un grupo que mezcla el trabajo de prevención y el educativo. La mayoría son hombres que cumplen sanciones judiciales fuera de prisión o disfrutan de los beneficios del sistema penitenciario. También hay algunas mujeres», explica María de los Ángeles Chávez, la coordinadora de la institución.
Profesionales de diversas especialidades colaboran con la casa y atienden las inquietudes de estas personas y sus familias y de otras tantas vinculadas a más de una docena de programas que mantiene la institución con diferentes grupos poblacionales y problemáticas sociales.
«A veces, la gente que viene a la casa trae a un vecino, a un familiar, a un amigo, cuando encuentra algo que puede serle útil a los demás. Así también se va ampliando la labor de los especialistas y nos extendemos más allá de la puerta, para llegar a la comunidad», comenta Chávez.
Para Ana María Ballester, al frente de la esfera de trabajo comunitario en el secretariado provincial de la FMC, se trata de «una labor que, de una forma u otra, transforma conductas y estilos de vida, que es nuestro propósito final: que ellos mismos y los demás los vean y valoren como seres humanos y no con la carga negativa de lo que fueron una vez o por haber estado en prisión».
Una vida sin violencia
Identificado ya por muchas personas como un lugar para recibir ayuda e instrucción, la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia provincial, en la ciudad de Bayamo, ha recibido, en el transcurso del año, a cerca de 10.000 visitantes, en demanda de orientación, capacitación e inscripción en cursos, trabajo grupal y procesos de extensión comunitaria.
Los conflictos y problemas de comunicación en las parejas, la convivencia familiar, los manejos inadecuados en la crianza y educación de las y los hijos, el alcoholismo con gran incidencia en la familia y el embarazo precoz se incluyen entre los principales problemas atendidos por la institución.
También situaciones de conducta delictiva y antisocial, violencia intrafamiliar con daño físico hacia la mujer, y psicológico hacia la población infantil, y violaciones sexuales y abuso lascivo en niñas y niños.
La prevención de estos problemas atraviesa, de alguna forma, todas las acciones de la casa, que promueve una cultura de la no violencia y cuenta con un programa específico cada jueves para su atención y prevención.
«A la casa llegan mujeres y hombres por cuatro rutas críticas fundamentales», precisa Chávez.
Una es la vía de los casos reportados por el hospital, la policía y los servicios de Medicina Legal. Otra, el acceso directo a la casa de orientación, y una tercera los envíos desde los bufetes jurídicos donde se establecen diversas demandas relativas al tema. También llegan las historias de ese corte desde las escuelas y la propia comunidad.
Informes de la casa indican que el año pasado se atendieron 291 casos por el programa de violencia: 246 mujeres y 45 hombres. De estos últimos, 11 incurrieron en maltrato contra los hijos e hijas, dos fueron agredidos por mujeres y el resto acudió como parte del proceso de mediación e investigación en la pareja y la familia ante los casos presentados por las mujeres.
«Evidentemente, las más afectadas han sido las mujeres, las niñas y los niños, envueltos en el ciclo de la violencia familiar», comenta Chávez.
El plan estratégico de la casa ayuda a esas mujeres y sus familias a salir de la situación, favorece su autoestima y el sentido de igualdad en las relaciones interpersonales.
Los pasos incluyen consejerías jurídicas y psicológicas, así como el análisis por parte del equipo interdisciplinario de colaboradores, integrado por una treintena de profesionales, entre psiquiatras, sociólogas, psicóloga, doctores en Medicina legal, pediatras, policías y trabajadores sociales.
El programa contempla, igualmente, la posibilidad de matricularse en cursos de orientación y adiestramiento que las preparen para un oficio. En 2005 se adiestraron 54 madres solas y amas de casas que no tenían trabajo y dependían económicamente de sus esposos agresores.
«Por eso prefiero decir que este es un lugar donde la mujer y la familia son dignificadas, un espacio de crecimiento humano», asegura la coordinadora.
(noviembre/2006)