Por Dalia Acosta y Raquel Sierra
Más cercana del oriente que del occidente de Cuba, la ciudad de Camagüey se ha destacado por su arquitectura colonial, la educación y cultura de su gente y un sinnúmero de leyendas casi siempre asociadas al amor.
Entre sus calles adoquinadas, plazas, iglesias, tejas, tinajones de barro y casas antiguas, la población atesora las memorias del idilio de Ignacio Agramonte, prócer de la independencia contra España, y su esposa, Amalia Simoni, una de las tantas mujeres que trasladó su hogar para los campos de batalla en el siglo XIX.
Pero «ni todos los camagüeyanos son tan amorosos como lo fue Ignacio, ni las camagüeyanas tan liberales como lo fue Amalia», comenta ahora María Elena Pulgares, profesora de la Universidad de Camagüey y especializada en temas de género, familia y desarrollo social.
La vida tampoco es igual en las diferentes zonas de la ciudad. Una cosa es la céntrica calle República, donde todo sucede tras los inmensos portones de cedro, y otra la cotidianidad en los numerosos barrios que rodean la ciudad y que, en no pocos casos, carecen de servicios básicos como acueducto y alcantarillado.
En uno de esos barrios, la población contempló cómo un hombre le hacía un tacto vaginal a su esposa para comprobar si tenía el semen de otro en su interior. «Los dos son alcohólicos. Él la golpea todo el tiempo y esa vez se pasó. Todo el mundo lo vio, pero nadie dijo nada», contó a SEMlac una vecina del Marquesado. «La gente no se mete en esas cosas. A uno lo respetan en la medida en que no interfiere en los asuntos de los demás. Marquesado es un barrio marginal habitado por ocupantes ilegales, la mayoría sin empleo y procedente de otras provincias del país. Si molestas, te sacan», dijo la vecina.
Historias como ésta recorren la ciudad de boca en boca. Algunas, las más extremas, se perciben como parte de un fenómeno que ha ido en aumento en los últimos años, a raíz de la crisis económica de la pasada década. Otras son vistas como parte normal de la vida cotidiana o, sencillamente, han existido siempre.
Más allá de los maltratos que sufren muchas mujeres, la población camagüeyana habla, como si fuera lo más normal del mundo, del hombre que es «dueño» de todas «las hembras» de su cuadra o del «patriarca» que exige «probar» a las parejas de sus hijos, hermanos, sobrinos y nietos.
Historiadores locales estiman que los antecedentes históricos de una provincia ganadera como Camagüey, donde la figura paterna desempeñó siempre un papel muy importante en el seno de la familia, pueden otorgarle características especiales a la cultura machista en esta región de la isla y, por ende, a la violencia de género.
La profesora Pulgares, sin embargo, asegura que no existen evidencias de una diferenciación entre el machismo camagüeyano y el de otras zonas del país. Al mismo tiempo, reconoce que «es posible que el machismo aquí tenga sus especificidades; y el feminismo también».
En la comunidad
En las afueras de la ciudad de Camagüey, buscando la salida hacia las provincias orientales de Cuba, se encuentra el Hospital Psiquiátrico Provincial Docente Comandante René Vallejo Ortiz, una institución reconocida en el ambiente científico local por sus investigaciones en torno a la violencia intrafamiliar.
En esa línea, un equipo de investigadores encabezado por la psiquiatra Nidia Riera Carmenate, directora de esa institución, trabajó en la propuesta de un sistema de intervención comunitaria para la atención a la violencia intrafamiliar, a partir de un estudio con 200 familias.
El colectivo se propuso hacer una caracterización del problema, los factores de riesgo, y crear y validar un instrumento que posibilitara medir las acciones violentas en el seno del hogar, para que el médico de familia pudiera identificar y trabajar con esos casos.
La investigación de los 200 núcleos familiares con problemas de violencia arrojó predominio de familias extendidas, unidas por consanguinidad, que llevan más de cinco años conviviendo y con predominio de grupos más vulnerables: mujeres, ancianos y niños.
Se encontró una marcada relación entre las conductas violentas y la desvinculación del trabajo, el bajo nivel intelectual, el alcoholismo, los intentos suicidas y los trastornos psiquiátricos. Entre los hombres violentos, predominaron los solteros.
Las discusiones y el mal carácter fueron los detonantes más frecuentes de los hechos de agresión y se observaron serios problemas de comunicación al interior de la familia, generadores, entre otros factores, de conflictos como el abandono del estudio, el desempleo o la sanción penal.
No constituyeron elementos definitorios la edad, el sexo, el tipo de vivienda o de unión familiar, el tiempo de convivencia ni la situación económica. Tampoco se notaron diferencias por la participación en organizaciones políticas, fraternas o religiosas.
Reconocer el problema
«Si no enfrentamos el tema de la violencia, se puede convertir en un problema muy grande», alerta Pulgares, autora de un estudio en curso sobre la violencia contra la mujer en el ámbito de la pareja, que pretende indagar en el fenómeno en la ciudad de Camagüey y en otros dos municipios de la provincia de igual nombre.
Para la integrante de la Cátedra de la Mujer de la universidad camagüeyana, la ecuación es clara: cuando el problema no se reconoce, es como si no existiera y, por ende, no se hace nada para enfrentarlo. Así pasó con la prostitución en los años 80 del pasado siglo y está pasando ahora con otros problemas sociales.
A su juicio, la resistencia que aún existe a reconocer la existencia de la violencia de género en el país ha limitado su abordaje desde los medios de comunicación y también desde la sociología. «Nos hemos dejado llevar por el tabú que rodea el tema, pero lo vamos a romper», afirmó.
Según la profesora, las investigaciones realizadas en Camagüey han sido más a nivel comunitario y desde algunos sectores de salud, pero apenas hay experiencia o antecedentes de estudios profundos y abarcadores que puedan servir como marco de referencia.
También propuso el abordaje nacional del problema. «Una investigación a la que todos tributemos desde nuestras provincias», propone.
El estudio de Pulgares pretende establecer similitudes y diferencias entre municipios con diferentes niveles de desarrollo económico, como Florida y Santa Cruz del Sur, y también indagar en la apreciación del fenómeno que existe en varios grupos etarios de la población camagüeyana.
Además, tiene planificado trabajar con el personal de cuatro estaciones de la Policía Nacional Revolucionaria para conocer cuáles son las denuncias recibidas, las que se retiran y el tratamiento que reciben las víctimas por parte de las fuerzas del orden.
Existe la percepción de que se reportan altos grados de violencia en el seno de la familia, incluso en aquellas con alto nivel cultural. «También hay que ver cómo piensan las diferentes generaciones. Lo que para mí puede ser un acto violento; a lo mejor para una persona joven no lo es», comentó.
Camagüey, Cuba, junio de 2007.-