Cuando se utilizan las finanzas y bienes materiales como medio de chantaje, abuso o coacción contra las mujeres, debido a la posición subordinada que históricamente ellas han tenido dentro de las familias, se ejerce violencia económica, una de las formas más comunes pero solapadas de la agresividad machista.

El poder monetario que la sociedad otorga a los hombres como proveedores por excelencia es utilizado frecuentemente como un mecanismo de control hacia sus parejas, explicó la economista Teresa Lara durante una conferencia convocada por el autónomo proyecto cultural Circuito Líquido, en la Editorial de la Mujer de la Federación de Mujeres Cubanas.

«El abuso económico forma parte de un patrón de violencia doméstica que también puede incluir maltrato verbal, emocional, físico y sexual», abundó la experta durante la charla, que cerró la capacitación sobre «Economía de la cultura», realizada el pasado 10 de abril entre una veintena de jóvenes vinculados a las artes y la comunicación en la isla caribeña.

Lara significó que la violencia económica frecuentemente acompaña a las agresiones físicas y psicológicas por motivos de género, porque su génesis radica en las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres.

También influye la división sexual del trabajo que establece empleos típicamente masculinos y femeninos, con diferente remuneración.

Desde su salida al espacio público a inicios del siglo XX, ellas terminaron copando áreas vinculadas a los servicios como reproducción de sus roles privados, mientras los hombres siguen siendo mayoría en las especialidades técnicas y científicas, que garantizan mayores ingresos.

En Cuba existen más de dos millones 766.000 mujeres económicamente activas y ellas son 66 por ciento de la fuerza profesional y técnica, según el último Censo de Población y Viviendas, realizado en 2012 por la estatal Oficina Nacional de Estadísticas e Información.

No obstante, la misma pesquisa reporta más de un millón 698.000 cubanas amas de casa, que representan 92 por ciento de las personas dedicadas a los quehaceres del hogar en el país.

La falta de autonomía económica por parte de algunas mujeres las hace más vulnerables al maltrato, especialmente si no ejercen ningún trabajo remunerado o carecen de la preparación académica para lograrlo.

Entre los ejemplos de violencia económica citados por la investigadora durante su conferencia se encuentran la negativa a que la mujer -ya sea esposa, novia o hija- alcance un empleo que independice sus ingresos.

Muchas de ellas, dedicadas únicamente, al hogar tienen muy restringido el manejo del dinero y la administración de los bienes propios o familiares, debido que supuestamente no les pertenecen.

«Impedir a un cónyuge la adquisición de recursos, como restringir su habilidad para encontrar empleo, mantener o avanzar en sus carreras e impedir a la víctima la obtención de educación» fueron manifestaciones de violencia económica por motivos de género citadas por la economista.

La falta de ingresos propios es uno de los motivos que usualmente frena a las víctimas de este maltrato para salir de esa situación.

En otro orden, tampoco se reconoce el aporte del trabajo doméstico desarrollado casi siempre por las mujeres, sean o no empleadas en actividades públicas.

La reproducción de la vida es imprescindible para sostener la fuerza de trabajo, porque si en el hogar nadie limpia, plancha, lava la ropa o cocina los alimentos, es imposible que alguien logre un rendimiento en su puesto laboral, ilustró la conferencista.

Según la única Encuesta del Uso del Tiempo realizada en Cuba en 2002 por la entonces Oficina Nacional de Estadísticas, las cubanas dedican 71 por ciento de sus horas laborales al trabajo doméstico no remunerado.

Diariamente, ellas trabajan 20 horas más que los hombres en actividades simultáneas como cocinar, limpiar, lavar y atender a niños y niñas, refiere la investigación cuyos resultados aún son vigentes a criterio de especialistas.

Sin embargo, estas labores no son reconocidas como aportes a la economía doméstica ni se incluyen en el Producto Interno Bruto del país.

Lara defiende la responsabilidad compartida de las tareas familiares como vía para superar la violencia económica por motivos de género en las parejas.

Para superar este tipo de agresividad ancestral, es preciso cambiar estereotipos y prejuicios que definen el poder económico según el género, defendió la experta.

A su juicio, la violencia es construida a nivel social y puede ser transformada si se enseñan patrones diferentes de relación entre hombres y mujeres.

Entre el alumnado se defendió la idea de crear productos culturales que muestren nuevos modelos de pareja en los cuales las mujeres no sean violentadas.

Para ello, se requiere también de una voluntad política que a nivel legal e institucional contribuya a eliminar las causas de esta agresividad, consideró Lara.

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