Mujeres profesionales también padecen abusos

Por Sara Más

Lejos de lo que mucha gente suele pensar, la violencia no se da sólo entre personas iletradas, en barrios pobres, marginales o grupos de bajo nivel de instrucción.
A más de 250 kilómetros al este de La Habana, Cienfuegos es, para Ederly Cordero Carbonell, una ciudad «de un alto nivel cultural», pero eso no libra a sus profesionales «de padecer la violencia, en todas sus manifestaciones», asegura.
Con una población de 330.000 habitantes, se trata de una ciudad donde el 66 por ciento de la fuerza técnica y profesional está integrada por mujeres. Estas también se ven envueltas en situaciones de maltrato familiar y de pareja, la mayoría de las veces como víctimas.
«El tratamiento que necesitan es mucho más especializado», explica Cordero, graduada de Filosofía e Historia y al frente, desde hace dos años, de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en el municipio cabecera de la provincia.
La FMC es la única organización femenina en la isla que agrupa a las cubanas mayores de 14 años a nivel de barrio, poco más de cuatro millones de mujeres.
Tan difícil es atender y solucionar sus historias de maltratadas, como detectar su situación, porque si una característica distingue a la violencia entre profesionales es que suele ser todavía más silenciada que en el resto de la población. «Les da pena, mucha vergüenza, contar lo que les está pasando, lo que aguantan, cuando ese es el primer paso para empezar a actuar y salir del problema. Temen perder su prestigio», señala Cordero.
Eso explica que una de ellas, al hablar con SEM, pidiera reserva total de su identidad y hasta de su profesión. «Mejor no diga a qué me dedico, aquí me conoce mucha gente y alguien puede darse cuenta de que esta es mi historia, porque lo mío se comentó hasta en mi trabajo», solicitó.
Su relato es el resumen de dos años en que aguantó los engaños y la infidelidad del marido, primero, y la humillación, los maltratos de palabra y finalmente los golpes en su propio hogar.
La hija, ahora con 14 años de edad, presenció no pocos de esos altercados y todavía la asaltan las pesadillas cuando duerme. «A cada rato sueña que su papá me está pegando», se lamenta esta profesional de 41 años.
Para ella había una agravante: él era «el dueño y señor de la casa», porque se trataba de un apartamento de propiedad de su empresa y ella quedaba sin derecho a vivir allí. Un día la dejó en la calle, sin permitirle entrar; otro fue tan fuerte el escándalo y la golpiza que intervino una vecina.
«Nuestra estrategia es brindarles a las víctimas todo el apoyo social posible allí donde hace su vida, con la solidaridad de los vecinos y líderes de la comunidad», señala Cordero.
En este caso, los vecinos fueron el muro de contención frente al marido abusador; salieron en su defensa, se le enfrentaron y le impidieron darle golpes, incluso bajo amenaza.
Ese, sin embargo, no es un caso aislado. «Tenemos un serio problema de falta de viviendas en el país, que se relaciona con la violencia», explica Cordero.
Las mujeres tienen un alto nivel cultural, pero trabajan en sectores que no facilitan ni otorgan casas. Los hombres tienen muchas más posibilidades de obtener una vivienda vinculada, cedida por su empresa, que no es propia, pero donde pueden vivir, sin derecho a que la herede o la reclame su familia.
Sencillamente es de la empresa, para el uso exclusivo de su trabajador. Vive con su familia, pero, si hay una ruptura, la mujer queda desamparada y sin derecho, incluso ante los tribunales.
Son historias que, si cursan el trayecto jurídico, terminan con la declaración de ilegalidad para la mujer, en caso que esta decida permanecer en el domicilio contra el dictado de la ley, más allá del infierno personal a que se expone al convivir con su atacante.
«Hacemos un llamado a la conciencia en casos como estos, en que el grado de discriminación se ha acentuado», apunta Cordero. La intervención temprana y oportuna logra evitar muchas veces males mayores y hasta desenlaces fatales.
Datos no oficiales indican que en la ciudad de Cienfuegos ocurren de cinco a seis denuncias diarias de mujeres, por violencia, ante la policía. En 2003 se reportaron cinco casos de homicidio, tres por dejar al marido.
En toda la provincia, los homicidios de mujeres a manos de sus parejas, en promedio, suman entre 10 y 12 casos anuales.
«La tasa, respecto a la población, quizá no sea significativa, pero cada caso sí. Son vidas que se pierden injustamente. Si ese es el final, entonces ¿cuántas historias parecidas, con ese desenlace, no habrá en camino»?, reflexiona la psicóloga Laura M. López, autora de varios estudios sobre el tema.
Una de las acciones que en conjunto emprenden la FMC y las instituciones académicas y de salud, es la promoción del tema en la comunidad, para tratar de llegar a un mayor número de personas con conocimientos y percepción del fenómeno.
También se manejan otras alternativas, como la de crear una línea telefónica confidencial sobre violencia a la cual acudir en busca de apoyo, es decir, una línea de ayuda que sirva como puerta para brindar consejería, orientación psicológica o psicoterapia.
En opinión de Reina Martínez Hernández, máxima dirigente de la FMC en la provincia, todavía ellas se sienten insatisfechas, sobre todo con lo realizado en los barrios y organizaciones de base.
«Para nosotras el reto está en ampliar más este trabajo para llegar con este tema a la comunidad y a las casas. No hemos logrado que las propias mujeres entendamos el problema o lo denunciemos, ya sea por temor o por pena. De eso, todavía, no se habla lo suficiente», señala.
Con eso concuerda Cordero, sobre todo porque hay que vencer disímiles barreras. «Hay barrios a donde se llega más fácil, porque hay un espíritu más solidario y poder de escucha. Entre las profesionales es más difícil», asegura.
(Enero 2006)

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