Mujeres mayores: visibilizar la violencia

Al hablar de violencia hacia la mujer mayor no puede perderse de vista que es un tema marcado por el contexto demográfico, generacional, biográfico, el género y lo gerofóbico, apunta a SEMlac la psicóloga Teresa Orosa Fraíz, presidenta de la Cátedra del Adulto Mayor de la Universidad de La Habana y de la Sección de Psicogerontología de la Sociedad cubana de Psicología.

A los evidentes cambios en la estructura de edad de la población cubana—un fenómeno también del mundo—, con un población envejecida que alcanza ya el 21, 4 por ciento con 60 o más años, la especialista añade otro cambio menos mencionado.
“Es de tipo generacional, es decir, la mutación de forma de ser persona mayor, de pensar y de proyectarse, si lo comparamos con los mayores de épocas anteriores. Somos más, pero a la vez, tanto hombres como mujeres, somos diferentes respecto a nuestros abuelos por factores de protagonismo e influencias de diversa naturaleza: sociales, políticas, tecnológicas, entre otras, ocurridas en el pasado siglo. Además, cada persona cuenta con su propia historia de vida, lo cual en cualquier análisis siempre ha de destacarse, pues se vive y se vivencia la vejez, desde lo biográfico también”, insistió la profesora.
Por otra parte, dijo, un enfoque de género no solo llevaría a tener en cuenta la diferente expectativa de vida entre mujeres y hombres, que en ellas es mayor. Realmente se envejece diferente, no solo por los cambios de carácter biológico, sino también desde los mandatos asignados y asumidos a lo largo de la vida, especialmente vinculados al ejercicio y expectativas del rol de cuidador. De hecho, los denominados eventos vitales de la vejez, es decir, la jubilación, la abuelidad y la viudez, también se vivencian y elaboran determinados por el género.
Todo ello, en una sociedad aún gerofóbica, con temores o evasiones a ser viejo o vieja, debido a prejuicios aún existentes hacia el envejecimiento, la vejez y las personas mayores, más fuertemente expresados “hacia y en” la propia mujer mayor.

¿Cuáles son las principales manifestaciones de la violencia en esta etapa de la vida?
Abuso, maltrato y violencia no siempre se expresan de forma evidente y lo invisible, si bien está dado por la naturaleza de la agresión en ausencia de golpe físico, también está determinado por la no concientización de lo que ocurre, y el hecho de que no se identifica como forma de maltrato.
Por tanto, puede haber abuso sexual cuando la propia pareja insiste y viola el deseo de la esposa o compañera, pero también hay violencia hacia la mujer mayor cuando la sociedad, la cultura, los prejuicios (de muchas personas y familias), le reservan en exclusiva su espacio de cuidadora, abuela o esposa abnegada, ignorando la necesidad de logros en proyectos y de las más diversas necesidades como hacedora social y protagónica, igualmente, de importantes transformaciones sociales.
De tal forma, violencia invisible ocurre hacia la abuela como una incondicional cuidadora o hacia la esposa, no como compañera, sino como segunda mamá que la vida provee al hombre para el cuido y únicamente para esta función.
Por otra parte, violencia invisible también existe cuando continúa ocurriendo un ensañamiento de “los otros” hacia los cambios del cuerpo y la imagen de la mujer mayor. Ello refuerza la necesidad o importancia del parecer joven, desde esa mirada externa o de espejo que le dedican los otros y que le puede provocar temor a dejar de ser mirada, o la pérdida de “deseabilidad”. En ello se ha afincado exitosamente en el mundo la llamada industria del rejuvenecimiento, dirigida más a la mujer.
Finalmente, aunque no es el caso de Cuba, persisten exclusiones a nivel social, de tipo legal, y desigualdades en los sistemas de pensiones, por brechas de género en los ingresos y posteriores retiros, e inclusive en derechos de carácter hereditario.

¿Pueden disminuirse desde el accionar social los costos psicológicos de la violencia en las mujeres mayores?
Resulta importante la toma de conciencia de estas u otras situaciones que afecten la integridad psicológica de la mujer mayor, aunque —como sabemos— el principal antídoto lo ha sido su historia de vida y su protagonismo social, aun cuando se desenvuelva en hogares o entornos que le estigmaticen.
Están demostrados la mayor disposición de ellas, inclusión y participación en agrupamientos y convocatorias sociales, mayor capacidad de identidad con sus cambios y su edad. Lo más importante es que se conviertan en paradigma de empoderamiento comunitario, que le permite el ejercicio de toma decisiones y mayor aporte a la sociedad, a la gestión del desarrollo local y de sus propios derechos.

 

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