Mitos y prejuicios en el camino de la violencia

La violencia de género va dejando de ser un tema tabú, se ha empezado a reconocer como fenómeno presente en esta isla caribeña y a tratarse esporádicamente en los medios de comunicación, pero la práctica confirma que viejas creencias y prejuicios siguen naturalizando su existencia.

Frases y creencias muchas veces repetidas como “a ella le gusta que le peguen”, “se lo buscó” o “es una pelea de pareja, de ahí no pasan” perviven en la vida cotidiana, continúan limitando la violencia a un asunto del ámbito doméstico o privado y alejan la intervención necesaria para impedir males mayores, desenlaces fatales, la continuidad del maltrato, el apoyo y la asistencia a las víctimas.
“En poco más de dos meses me topé con tres casos desagradables en plena calle, y en todos la discusión terminó con el uso de la fuerza y una tremenda paliza de los hombres a las mujeres”, contó a SEMlac Berta Vázquez, residente en la capital cubana, quien presenció los hechos en la playa, en diferentes horarios.
Lo alarmante, para Vázquez, es que solo en uno de ellos intervino la policía, avisada rápidamente por un transeúnte. En los otros dos “no se metió nadie”, precisa, y hasta un hombre le restó importancia cuando vio que se trataba de una pareja. ”Esos se arreglan en un rato”, cuenta Vázquez que dijo. No faltó quien, sencillamente, le atribuyó todo al alcohol: “Así es como terminan las cosas cuando se pierde el control por la bebida”, comentó alguien.
Detrás de creencias como esas se esconden ideas equivocadas, pero muy difundidas socialmente, sobre las causas y mecanismos reales que motivan y perpetúan el maltrato.
Un estudio realizado en 2006 por el Grupo de Estudios sobre Familia del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) comprobó, tras entrevistar a 564 personas, que cierta mayoría tenía “claridad” acerca de lo que es el maltrato en la familia y carecía de mitos que lo  justificaran.
Si embargo, el mayor acuerdo del grupo frente a varias frases lo alcanzó la idea de que “las víctimas del maltrato a veces se lo buscan; hacen cosas para provocarlo”.
“Esta creencia, muy generalizada universalmente, resta responsabilidad al victimario y ha constituido un mito que justifica las formas más fuertes de violencia: desde la joven que es violada sexualmente porque “iba vestida de forma provocativa” o la esposa —o niño/a— con huesos fracturados porque “no respetó al marido o padre”, se suscribe en el citado estudio.
De modo que, en alguna medida, casi 48 por ciento de la muestra sostuvo que las víctimas son las causantes de la violencia y alrededor de 40 por ciento planteó un nivel de acuerdo con la frase que “la violencia familiar es un asunto privado que sólo le corresponde a los adultos de la familia”.
Si bien se trata de un estudio cualitativo, no representativo, el colectivo de autores señala que entre la cuarta parte y la mitad de las personas entrevistadas aceptó creencias erróneas que ayudan a invisibilizar las relaciones maltratadoras que observan o vivencian, y que pueden paralizar el interés y la actividad para lograr un cambio de la realidad.
“Aunque numéricamente resulte alentador que una mayoría no defienda mitos universales, se debe considerar que son excepcionales los sujetos que no tienen incorporado alguno de estos estereotipos sobre la violencia”, apunta el resumen de investigación.
Personas dedicadas al estudio de la violencia llaman la atención acerca de que los mitos, la falta de información y el desconocimiento en torno a este problema social siguen frenando su identificación y enfrentamiento.
Entre las ideas más generalizadas, y aceptadas acríticamente, están aquellas que suponen que las personas violentas tienen bajo nivel cultural o padecen de algún problema psiquiátrico. También que se trata de un asunto privado, en el que nadie se debe meter.
“Es violento porque es alcohólico”, suele ser otra frase recurrente y explicativa, mientras también se esgrime la sentencia de que “ella se lo buscó, algo habrá hecho para que él se pusiera así”, en franca justificación del agresor y condena de la víctima, sin conocer siquiera qué ha sucedido.
Especialistas alertan que, bajo estos criterios, el episodio de la violencia se ve de manera aislada y sus causas se limitan a la incompatibilidad de caracteres entre las partes, los factores externos, el alcoholismo, el consumo de drogas o un deficiente autocontrol de la conducta, cuando en realidad subyace un desequilibrio de poder.
Insisten, además, en la necesidad de conocer las múltiples dependencias que impiden a no pocas mujeres romper con la situación de violencia y maltrato que padecen, atrapadas además en situaciones de intenso temor y muy baja autoestima.
“Ni a las mujeres, ni a nadie, nos gusta que nos peguen”, asegura Vázquez, quien durante más de cuatro años soportó una relación de violencia que transitó por casi todas las modalidades identificadas: desde el maltrato de palabra hasta el abuso físico y “el castigo económico”, recuerda, de parte del padre de sus dos hijos.
“Callé por mucho tiempo, aguanté y tragué buches amargos porque no me sentía con fuerza para criar sola a mis hijos, no quería separarlos de su padre y en lo más profundo tenía la falsa creencia de que las cosas podían arreglarse”, cuenta a SEMlac, convencida ahora de que callar y aguantar solo empeoró la situación y postergó un desenlace que era inevitable: la separación.
La doctora en Ciencias Sociológicas Clotilde Proveyer Cervantes insiste en que el ciclo de la violencia no se instala en la relación de pareja de manera fortuita.
“Es resultado de un proceso de empoderamiento masculino galopante, y de enajenación femenina, que es mayor mientras mayor es su subordinación”, señala la profesora de la Universidad de La Habana en su artículo “Desmontando mitos para construir nuevas relaciones”.
La investigadora advierte la necesidad de desmontar los mitos que obstaculizan la toma de conciencia sobre lo ilegítimo de cualquier forma de violencia, porque todas ellas forman una cadena sin fin, que se reproduce infinitamente si no se corta la espiral.
“Cuando los gradientes de esa espiral aumentan, va disminuyendo la capacidad femenina para comportarse como sujeto autónomo y para encontrar salidas efectivas a la situación que las anula”, asegura Proveyer Cervantes.
Pero romper con dinámicas de género tan arraigadas no resulta sencillo. La violencia es vista como un hecho cotidiano y normal que ocurre en la pareja, y que debe ser solucionado por sus integrantes.
“Es evidente que queda mucho por hacer para eliminar —o disminuir— concepciones de esta naturaleza entre nuestra población”, reconoce el equipo del CIPS que acometió la investigación.
Si bien en sus pesquisas no encontraron diferencias entre hombres o mujeres, ni según la edad, sí pudieron detectar entre las personas más jóvenes cierta tendencia a ver menos la violencia familiar como un asunto privado. ”Resulta alentador para comenzar a luchar, desde las nuevas generaciones, en lograr el enfrentamiento social del problema”, indicó el resumen de investigación.

 

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