Masculinidad hegemónica, otra cara de la violencia de género

Construir la igualdad y superar la violencia de género requiere visibilizar también la problemática del hombre, opinan especialistas en Cuba. Ello implica, necesariamente, poner sobre la mesa una construcción de género y de roles hegemónicos sobre qué es lo masculino y lo femenino, anclada en una cuestión estructural socio-histórica y sin cuya comprensión es muy difícil avanzar hacia una sociedad sin violencia y con equidad de género.

Estas premisas fueron ampliamente debatidas por activistas, académicos e investigadores en el Taller «La Problemática silenciada del hombre, ¿qué se oculta? ¿Qué se muestra?», espacio que sirvió de antesala al IV Taller sobre Violencia, Derechos humanos y Sexuales, organizado por el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) y que formó parte de la Jornada contra la Violencia hacia las mujeres y las niñas.
El evento apostó por visibilizar qué pasa con los hombres, en medio de un contexto donde los datos actuales referentes a la población masculina reflejan una situación preocupante: problemáticas de salud, asunción del riesgo como prueba de hombría, accidentalidad, violencia hacia las mujeres y entre hombres, suicidios, adicciones…
«En el discurso científico, como en el terreno de la práctica social, la problemática masculina sigue estando seriamente invisibilizada», sostuvo en el encuentro el profesor español, psicólogo y especialista en esta temática, Alfredo Waisblat.
Entender las diferentes desigualdades instaladas desde la propia concepción de los supuestos falsos -trascendió en el taller- pasa por comprender también esa lógica atributiva, binaria y jerárquica que expropia y asigna roles a la mujer y al hombre. A ella, desde la inferioridad y la exclusión de todo el mundo «exterior», recluida en ese rol donde la «m» de mujer se sustituye por la de madre, con un perfecto papel de cuidadora, reproductora, dada a los otros y armada para pensar en la necesidad de los demás: atrapada en su cuerpo.
El hombre, en cambio, concebido desde un papel superior, para que la relación con su cuerpo no mida el esfuerzo, convertido en «engranaje, grúa o máquina», recluido en el mundo «exterior» y al que le ha sido expropiado el espacio doméstico y la relación con los otros, para que no sienta, condenado a no quedar por debajo de las expectativas: atrapado en la «fábrica» en un papel de trabajador y proveedor eficaz.
Ambos, hombre y mujer, construidos para cumplir con su papel de «tuerca» dentro de una unidad económica, asentado en la subjetividad que crea el imaginario social.
«Pareciera que hay dos mundos, el de la producción y el de la reproducción y que son ajenos, cuando en realidad son las caras de una misma moneda. Pero el hombre no puede entrar al de la mujer porque no le corresponde, y viceversa, porque no están pensados para ello. Hay un territorio hostil que debe sostener él en lo público y un territorio doméstico que debe sostener ella, aislada, considerando cada uno que al otro no le toca. Los costos de asumir estos mundos los rompen y hieren, y paradójicamente los convierte en un buen hombre o una buena mujer», sostuvo Waisblat.
Para el experto, cada uno espera del otro una recompensa, que no llegará porque estamos frente a un área de desencuentro de esos dos mundos fruto de esa construcción social. Los dos esperan como si al otro no le pasara nada, y es un fenómeno que no puede evitarse desde el sostenimiento de los roles asignados con estos guiones de género, pues hay una serie de elementos que facilitan que el hombre para reequilibrarse a sí mismo recurra a los privilegios patriarcales, dijo.
Se trata, señaló el profesor, de una cuestión estructural que se ejecuta con violencia, que surge de una división sexual del trabajo que muestra y construye, por una parte, un trabajo asalariado, y por tanto visible; y un trabajo de cuidado, no remunerado y en consecuencia oculto.
«De ahí que construir la igualdad entre hombres y mujeres pasa por visibilizar la problemática estructural del trabajo, que silencia tanto lo que sucede con los hombres como con la violencia de género», precisó Waisblat.
¿Qué consideraciones debería estar en la agenda de una lucha masculina? A juicio de los participantes en el taller, ocupan un lugar esencial el sacar a la luz esta problemática y las distintas expresiones que tiene hoy, así como el papel de los hombres en la violencia, desde la responsabilidad.
«No vale seguir diciendo que la violencia de género es un problema de las mujeres, cuando los agentes de esta violencia somos los hombres. Unirse a las luchas feministas, recuperar la paternidad presente, no solo proveedora, y el espacio doméstico, sentirse parte, es un buen comienzo, no para victimizarlo sino para poner al hombre en movimiento», concluyó el experto.

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