No puede ofrecer una fórmula concluyente para vencer la violencia, pero los años que lleva adentrándose en el asunto, desde la realidad de su comunidad, llevan al doctor cubano Luis Fonticiella Padrón a asegurar que «la violencia es, sobre todo, el fracaso de la inteligencia».
Fonticiella vive en El Condado, un barrio de la periferia de la ciudad de Santa Clara, unos 270 kilómetros al este de La Habana, donde la gente se conoce y se saluda por la calle y donde, históricamente, se fueron acumulando problemas sociales, económicos y de insalubridad.
Colaborador de la Casa de Orientación a la Mujer y a la Familia desde que fuera creada allí por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), hace más de 15 años, este médico dirige, además, el Centro municipal de información y es coordinador de la Sala de análisis de situación de salud y calidad de vida. SEMlac: ¿Cómo encarar la violencia desde los espacios comunitarios?
En nuestro caso, empezamos por hacer un diagnóstico e investigar qué pasaba en la comunidad, sin discriminar a nadie. Hablamos con mujeres, hombres, niños, niñas y ancianos. Partimos del concepto de que la violencia es la interposición de un grado significativo de dolor evitable, e incluimos los actos autoinfligidos.
Conocimos, por ejemplo, que había una transmisión de elementos que están en la educación de las personas, como que el hombre, para ser hombre, necesita ser violento, fuerte firme y que las mujeres deben soportar cierto grado de violencia sobre ellas porque es lógico y normal que sufran. Algo que viene desde la famosa historia de que Dios las condenó a parir con dolor. Son formas de legitimar y naturalizar el maltrato y el sufrimiento.
Conversamos, traemos ideas y propuestas, buscamos una reflexión amena desde lo cotidiano de lo que nos está pasando. No creemos que hayamos resuelto grandes problemas, pero al menos la gente va creando una conciencia y lo va reconociendo de alguna manera
En las charlas y encuentros usamos mensajes positivos que hagan pensar y cambiar, como «Tus manos son para acariciar», «Tu voz es para estimularme». Esos son los dos elementos más visibles en la campaña que promovimos en El Condado. El trabajo pega, funciona, cuando la gente se ve reflejada en las situaciones, se reconoce, sin tener que mencionar sus nombres.
SEMlac: ¿Ese trabajo incluye también a los hombres?
Los hombres hablan, incluso, sobre la violencia que se ejerce a veces sobre ellos. Llama la atención que hay hombres que dicen sentir una presión tan grande que quisieran escaparse, perderse. A veces evaluamos la violencia solamente desde la posición de la mujer y no vemos en qué posición está el hombre, a la hora de analizar qué hace y por qué lo hace.
Hay hombres que nunca habían ejercido la violencia, no habían respondido de ese modo, pero reaccionan violentamente en un momento determinado. Entonces reparas en que también sobre ellos se había dado o acumulado cierto grado de violencia, lo mismo en forma de presiones, que más directamente con ofensas, empujones, arañazos o agresiones.
Claro, esta no es una problemática que normalmente se refleja por los organismos oficiales, porque el de los hombres es el único grupo considerado no vulnerable en este tema. La mayoría de las víctimas de la violencia son las mujeres, las niñas, niños y ancianos. Sin embargo, a veces no nos damos cuenta de que los hombres tienen un cuerpo de acero con las piernas de barro, que parecen fuertes y se están derrumbando.
SEMLac: ¿Cree que hay una percepción adecuada del fenómeno entre las personas?
Por lo general, las personas violentas niegan que lo son y las violentadas muchas veces ni siquiera reconocen que viven esas situaciones. Actualmente hay mucha violencia abierta, pero hay mucha también solapada, que se ejerce muy bajito, muy calladito, pero esta ahí, subyace.
En ocasiones las mujeres han sido víctimas de la violencia sexual, pero no lo denuncian porque en cierto modo fueron violadas por sus maridos, obligadas a tener sexo cuando no lo deseaban.
SEMlac: ¿Y en el caso del maltrato infantil, se percibe como tal?
La violencia infantil tiene su base fundamental en que no hemos aprendido a vivir la niñez de nuestros hijos e hijas, y eso es importantísimo. Cuando se aprende a vivir la niñez de los hijos, no hay necesidad de ser violento. La violencia es el fracaso de la inteligencia. Cuando su inteligencia fracasa y usted es incapaz de negociar, entonces se vuelve violento. Hay que aprender a pactar, a entender que la mayoría de las veces no tenemos un mundo a la medida y no por eso debemos actuar violentamente.
Lo más difícil es deconstruir lo aprendido, lo establecido, como ese modelo materno y paterno filial en el cual el padre es la autoridad, la madre el eterno sacrificio y los hijos el centro de todo, al punto que los padres dejan de vivir y disfrutar su vida para dedicarse a ellos, pero sin aprender a disfrutarlos.
Por supuesto, el desequilibrio en las relaciones de poder es la base de la violencia, pero no siempre es así. Si el niño arremete contra el padre o la madre, en un acto de violencia extrema, ahí no se manifiestan las relaciones de poder, sino reacciones violentas que están relacionadas con las formas en que educamos y somos educados.
A veces los padres no nos damos cuenta y ejercemos pequeños niveles de violencia sobre nuestros hijos. La imposición genera rebeldía, como mismo la sobre protección crea dependencia. Este es un tema que debe tratarse un poco más, todos los días, porque necesitamos también mensajes positivos, que ayuden al cambio. Es más fácil explotar que esperar, darse tiempo a sí mismo o controlarse.
Lo que sí está claro es que la violencia ejercida desde los primeros años de la vida engendra una personalidad violenta más tarde. Todo esto se va reflejando del mundo individual al familiar, y luego al comunitario.
2008-03-10