Coautora de Sin límites, un libro que parte de historias personales para indagar en las causas reales de los malestares que agobian a las mujeres en edad mediana, la médica y antropóloga cubana Leticia Artiles está convencida de que detrás de cada caso de violencia siempre hay una historia.
Especialista de la empresa estatal cubana de Gestión del Conocimiento y la Tecnología y coordinadora del capítulo cubano de la Red de Género y Salud Colectiva de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social, Artiles aceptó conversar con SEMlac sobre una propuesta aún en proceso de estudio.
Motivada por la concepción de determinantes sociales de la Organización Mundial de la Salud, la especialista cubana estima que para enfrentar la violencia, tanto a nivel personal como social, es necesario «conocer al otro desde sus saberes, historia y cosmovisión».
SEMlac: Exactamente, ¿en qué consistiría un abordaje antropológico de la violencia?
Podemos hablar de víctimas y victimarios, pero siempre estamos hablando de personas y, entonces, tienen que estar influyendo varias cosas desde la antropología. Una persona siempre tiene una historia y una percepción personal de las cosas. No todo el mundo ve la violencia de la misma manera. Por ejemplo, las indias ecuatorianas, en algunos casos, pensaban que si el marido no las golpeaba, no las quería. Aquí estamos hablando de un capital simbólico que, por supuesto, está regido por un dominio, por un escenario de poder.
Las personas también tienen un capital cultural que lo heredan del contexto donde se mueven. Está el caso de la mutilación genital que se practica en muchas sociedades africanas y que ha sido muy discutida porque ¿hasta qué punto puede llegar el derecho cultural?
La cultura no puede traspasar el derecho humano y obligarte a que tú no sientas y te conviertas sólo en un reservorio para la reproducción.
Todo esto pasa además por la economía. Las mujeres de los estratos sociales más bajos, o los hombres, tienen una percepción de la violencia distinta a la de los estratos más altos. Aun cuando en todos los estratos sociales hay violencia, la forma de expresarse es distinta en unos y otros.
SEMlac: ¿Y el entorno en que crecemos y vivimos?
Ahí están las relaciones que se establecen con la familia, la pareja, las amistades y las instituciones. Las personas no existen aisladas; existen en una cadena de ambientes. La cultura se transmite en la vida cotidiana y el primer escenario de traspaso es la familia. Después viene todo el entramado social: la regulación, la justicia, la educación.
¿Cuantas veces no hemos visto que la forma de expresión de un maestro o una maestra es violenta y no porque golpea, sino porque habla y ejerce una relación de poder, entre comillas violenta, con el menor? ¿Hay que ver cómo los cuerpos legales asumen la violencia, cómo se castiga, cómo se interpreta? ¿Cómo recibe la policía la denuncia de una mujer víctima?
Y todos estos capitales -cultural, económico, social y simbólico–, están a su vez condicionados por varios determinantes como el ingreso, la educación, el género, la sexualidad y la etnia.
SEMlac: A su juicio, ¿hablar de violencia de género oculta la violencia contra las mujeres?
No le veo diferencia. En la mayor parte de las sociedades, occidentales y orientales, hay una conformación patriarcal que se ve desde la religión. No hay un Dios femenino, todos son hombres y la figura masculina se identifica con la sabiduría y el poder. En la Regla de Ocha o Santería, las mujeres no pueden ser babalawo (sacerdote) y en la Iglesia Católica, no pueden ser Papa, ni sacerdotes.
Si vives en una sociedad patriarcal, el ejercicio de la violencia va a ser patriarcal. Y si yo entiendo el género como una construcción cultural que asigna comportamientos sociales, diferenciados según los sexos, pero que se estructura sobre relaciones de poder basadas en el dominio de los recursos –no sólo el dinero, sino otros recursos como la información, la comunicación y el tiempo–, entonces lejos de ocultarme la violencia contra la mujer, el género me la tiene que visualizar.
SEMlac: ¿Cuál sería el valor práctico de esta propuesta?
No es lo mismo una mujer aquí en Cuba, en Estados Unidos o en el Medio Oriente. Si los especialistas no tienen en cuenta todos estos elementos de que hemos hablado, el diagnóstico siempre va a ser parcial. El tratamiento de la violencia desde la antropología, nos obliga a ir siempre más allá. Debemos entender que, para resolver estos problemas, hay que profundizar en la persona.
La antropología tiene que ser un instrumento para contribuir a que los especialistas tengan una visión más global del fenómeno. Y la idea es traducir toda esta teoría, aún en ciernes, en una tecnología. Tratar que el diagnóstico no sólo me lleve a ejercer una supremacía cultural, etnocéntrica, como quiera llamársele, sobre el otro, sino a conocerlo desde sus saberes, historia y cosmovisión. Que cualquier persona vinculada al tratamiento, estudio o asistencia sepa que una entrevista personal, con todos estos elementos, le va a permitir hacer un mejor diagnóstico, tomar mejores decisiones, mantener una horizontalidad, privilegiar el respeto al otro o la otra.
La Habana, noviembre de 2006