Con una experiencia de 10 años en los estudios de masculinidad, el historiador cubano Julio César González Pagés está convencido de que, si la humanidad quiere avanzar hacia un mundo sin violencia, hay que ir a las esencias: «más allá de la identificación de formas más frecuentes, víctimas, victimarios».
Confeso feminista y autor de importantes estudios sobre la historia de las mujeres en Cuba, el también presidente de la Comisión Género y Paz de la organización no gubernamental Movimiento Cubano por la Paz, Pagés piensa que la violencia hay que tratarla desde sus raíces y como un proceso social.
SEMlac: ¿Estaríamos viendo la violencia como un fenómeno del que todos somos parte?
Siempre he pensado que hay actitudes sociales muy cínicas sobre la construcción de géneros y sobre el precio que deben pagar los hombres por estos modelos preestablecidos. Buscar víctimas y victimarios puede ser necesario, pero es un proceso que libera la responsabilidad social.
Aún criamos a los niños varones enseñándoles kárate porque «el hombre tiene que saber defenderse». Al preparar futuros gladiadores los educamos para que sean capaces de introducirse en la tríada de la violencia contra las mujeres, contra los hombres y contra sí mismo.
El modelo masculino del siglo XXI está formado en la cultura de la violencia y la guerra. Viajamos a la Luna, pero la violencia entre hombres, muchachos y niños se sigue reproduciendo como en el Medioevo. La sociedad tiene que echar una mirada retrospectiva y ver que este fenómeno no surgió de un día para otro, que es un proceso en el que todos colaboramos: el sólo hecho de no ser sensibles nos vuelve cómplices.
SEMlac: Sin embargo, ¿podríamos decir que no basta con tener un conocimiento o comprensión de un problema para que se produzca un cambio?
Las personas, que estudiamos estos temas, pensamos que lo prevemos todo, pero hay una desconexión entre lo que elaboramos y los seres humanos que somos. Yo mismo puedo hablar aquí y dos horas después ser violento y justificarlo. He dado talleres para hombres y me he descubierto ejerciendo la violencia desde mi jerarquía profesional.
Están las mujeres que acceden al poder y maltratan a sus subordinados. Cuando se designa a una mujer en un puesto de dirección se espera otra actitud, otra manera de hacer las cosas, pero tal pareciera que para ejercer el poder hay que hacerlo siempre desde la violencia.
Somos hijos e hijas de la naturaleza y talamos bosques, destruimos la biodiversidad. Pero en este proceso de destrucción de nuestro medio, las mujeres y los hombres han participado de forma diferente: somos los grandes violadores de todos estos espacios. En la actualidad, no conozco una sociedad donde los hombres diferentes sean aceptados y queridos. Puede haber una excepción dentro de un grupo, pero a nivel social no eres bien visto. Cuando podemos transgredir esa construcción del género masculino y femenino, pagamos el precio de hacerlo.
SEMlac: ¿Esta masculinidad construida durante siglos puede violentar a los mismos hombres?
Pasamos toda la vida sin ir a un médico, usamos taladros para abrir calles, fumigamos con líquidos tóxicos que nos pueden volver estériles y, por lo general, nadie nos advierte de los riesgos. Son agresiones desde la costumbre, desde nosotros mismos.
Un número importante de hombres muere de cáncer de próstata. ¿Qué explica que no tengamos una campaña preventiva con tanta nitidez cómo la que tienen las mujeres sobre el cáncer de mama? No hay una campaña visible, no te tocan a la puerta para alertarte. Se da por preestablecido que uno lo tiene que saber todo, como si la información debiera transmitirse sólo por los otros miembros de la tribu. Y sucede que lo que te llega puede estar totalmente distorsionado y así «aprendes» que agredir a una mujer, casi obligarla a tener sexo, es una forma de ser hombre.
Pasa también cuando un niño le pregunta algo a la madre y ella le dice que hable con su papá. A ese niño se le violenta el derecho al conocimiento y esa madre pierde la oportunidad de influir, de hacer que su hijo sea diferente, de hablar sobre esa deuda que tenemos los hombres con la ternura….de evitar que se convierta en un «simple penetrador sexual».
SEMlac: Entonces, ¿cuál sería la solución?
Tenemos que pensar en metas menos ambiciosas, pero duraderas y capaces de promover cambios efectivos. Tenemos que ver cómo le explicamos estas cosas a un hombre que trabaja en el transporte colectivo y se enfrenta a la violencia diaria, en todas sus modalidades.
Todas las campañas o medidas dirigidas a nosotros son impositivas y, de alguna manera, retan ese nivel de osadía que desde niños nos identifica como ser varón. La ley obliga a los motociclistas a usar cascos de protección y los hombres, desde su masculinidad construida, te dicen «dame la opción de morir».
Si queremos construir una equidad, tenemos que crear un diálogo con perspectiva de género, que sea un instrumento en la vida personal, que todo el tiempo esté a debate, que se entienda que para construir a este hombre violento hubo todo un proceso.
Debemos preguntarnos por qué la industria pornográfica sustituye a la educación sexual. ¿Por qué los noticieros exacerban las noticias sobre las guerras? ¿Por qué no hemos podido evitar que millones de niños en el mundo sean violentados en su sexualidad?
Me ha costado muchísimo tiempo llegar a la conclusión de que existe un andamiaje muy difícil de desarticular que va desde la estrategia de poder hasta cómo vivimos, cómo socializamos, cuáles son las normas que establecemos y las costumbres. Si no hacemos un trabajo desde la educación, la violencia va a estar presente cada día más en los hombres y en sectores cada vez más amplios de mujeres.
2008-03-14