Por Raquel Sierra
Los quiere con el alma. Cada vez que «los suena» o les grita, les pide perdón una y otra vez y los colma de besos, tratando de borrar la imagen violenta. Si alguien le preguntara si maltrata a sus hijos no dudaría en responder: «¿Yo? Primero, muerta».
Lo considera parte de la educación. Rosaura Sosa, residente en el municipio de Arroyo Naranjo, en la capital de Cuba, no concibe que esas sean algunas de las manifestaciones más comunes del maltrato infantil, un concepto que incluye desde palabras fuertes y desatención hasta golpes y abuso sexual.
No es el hecho que sólo haya terminado la enseñanza preuniversitaria lo que lleva a Sosa al desconocimiento. Esa escena, con matices, se repite en el hogar de Rodolfo Medina, un profesional de 41 años para quien «unas buenas nalgadas y castigos enseñan respeto y obediencia».
«Mi padre buscaba el cinto cada vez que me portaba mal o hacía una travesura que se pasaba de la raya. Trato de hacer lo mejor por Rafael Daniel, pero no son golpizas que puedan hacerle daño», piensa.
«Creo que hay una línea divisoria muy fina entre la educación y el maltrato. Los padres estamos sobre esa cuerda floja, siempre con el peligro de traspasar los límites», comenta, preocupado con su actuar. No existen en esta isla del Caribe estudios que arrojen estadísticas globales sobre el asunto, pero algunas investigaciones territoriales confirman su presencia en todo tipo de hogares y regiones, tal vez en niveles inferiores a otras naciones.
Durante un congreso internacional sobre el tema, realizado en diciembre de 2005 en La Habana, especialistas extranjeros consideraron que en la isla este fenómeno es menor, si se compara con otros países de América Latina y el Caribe, debido a las políticas sociales para evitar esas situaciones.
Según Antonio Sáez, presidente de la Asociación Iberoamericana de Medicina y Salud Escolar Universitaria, Cuba es una referencia regional de cómo prevenir las causas sociales del maltrato en la infancia y adolescencia.
No obstante, a puertas cerradas, pocos saben qué ocurre en realidad.
Detrás de la fachada
Los especialistas indican que existen tres categorías de maltrato infantil: físico, emocional y sexual, que pueden dejar secuelas severas. El fenómeno es definido como: «acciones intencionadas o por omisión, o cualquier actitud pasiva o negligente que lesione o pueda lesionar potencialmente a un niño provocándole daños que, en alguna forma, interfieran u obstaculicen su desarrollo físico, psicológico-emocional o como ser social».
Ese concepto lo esboza la master en ciencias Marta González en su estudio «Maltrato infantil. Manejo en el nivel comunitario», donde analiza ese fenómeno en familias disfuncionales del municipio de Manzanillo, en el oriente cubano.
El estudio de González, realizado en 31 niños y niñas entre 0 y 15 años, reveló la repetición de empujones y golpes, sin diferencia importante de sexo y con predominio de la edad escolar.
En el ámbito psicosocial, las mayores incidencias las tuvo el maltrato emocional. En el sexual, los tocamientos y el juego sexual.
En las alteraciones encontradas en el medio familiar de esos hogares disfuncionales o severamente disfuncionales destacaron la violencia familiar, el alcoholismo y la convivencia con personas que han estado presas.
Especialistas indican que los y las menores corren mayores riesgos que las mujeres y las personas de la tercera edad maltratadas, pues raras veces suelen defenderse y prefieren guardar silencio sobre lo que les pasa.
Otra investigación realizada en Santiago de Cuba, también en el oriente de la isla, con menores de 8 a 10 años, reiteró la existencia del fenómeno.
El estudio, difundido por una publicación médica, reveló que 56,3 por ciento de las personas menores de edad entrevistadas dijo haber sufrido maltratos físicos, seguido del abuso emocional (55,7 por ciento) y la negligencia (16,3 por ciento).
Niñas y niños contaron que quienes más les pegaban, zarandeaban o tiraban objetos eran las madres, aunque también lo hacían padres y tutores. Según el estudio, ellas también son las que generalmente gritan, descalifican, insultan y amenazan, aunque otros familiares también pueden hacerlo.
No es que las madres cubanas quieran menos a sus hijos que los padres. Sucede que ellas están más a cargo del cuidado y la educación de su descendencia, aunque estén incorporadas al trabajo, en lo que constituye una doble jornada y un estrés que no tiene la mayoría de los hombres, aseguran especialistas.
Otro estudio: «Síndrome de abuso físico. Presentación de un caso», dado a conocer en 2004 por un colectivo multidisciplinario, concluye que «en Cuba, de hecho no existe la forma de maltrato infantil general. Las formas particulares existen pero no en la cuantía de otros países».
El trabajo revela el caso de un niño de dos años, examinado en tres ocasiones en el cuerpo de guardia de un hospital, que presentaba fracturas múltiples y dolor. En la investigación se comprobó que la madre, soltera, maltrataba al bebé con frecuencia y que los cuidados hacia él no eran los mejores.
El equipo médico constató la combinación de varias formas de violencia: el abuso físico (dado por las fracturas que presentaba) y la negligencia física y emocional (dado por el descuido en la higiene del niño).
Asimismo, concluyó que las fracturas múltiples en diferentes estadios de consolidación son un signo prácticamente seguro de presencia de abuso físico y que esa lesiones en personas menores de 2 años «deben hacer sospechar que ha sido víctima de abuso físico».
El fenómeno, existe también en las escuelas de la isla. «Para mí, cuando hay que recurrir a la violencia es que no se supo manejar las cosas», dice Noemí, traductora de inglés, que emplea técnicas yogas para autocontrol.
«Cuando daba clases en secundaria, algo me hizo abandonar la docencia. Una alumna me retó, era ella o mi autoridad frente al grupo. La golpeé en la cara».
«Aunque todo el mundo entendió lo sucedido y el resto de los alumnos me apoyaba, sentí que algo había fallado y decidí dejar la escuela», dice, con toda la sinceridad del mundo.
Noemí optó por un camino. Otros docentes emplean métodos como gritos, burlas, chantaje y hasta golpes, buscando obediencia y atención.
«Es duro. Cómo va la maestra a halarle el moño a las mellizas porque no están atendiendo. Habría que ver por qué no escuchan, si la clase es interesante o no», dice Magalys Cuenca, madre de dos niñas de tercer grado.
La cara más fea
Si el maltrato infantil es considerado por especialistas como el secreto mejor guardado, el referido a los abusos sexuales es, tal vez, la manifestación más oculta de este fenómeno.
Al igual que el resto de las categorías de maltrato, éste deja secuelas de por vida que pueden influir en la respuesta sexual futura de los y las maltratadas, en su sociabilidad, capacidad de mostrar afecto y de aprendizaje, entre otras.
«Cuando era niña, un tío me acosaba. Yo no decía nada y aquello nunca terminaba. Por suerte, él se fue a vivir a otro país y me libré de su asedio, de sus manos sobre mi cuerpo, incluso cuando iba creciendo», dice en un susurro Amalia.
«A los 16 años me casé. Aquello no duró seis meses, éramos muy jóvenes y mi esposo no entendía el porqué de mi rechazo y de coitos tan dolorosos. Nunca se lo había confesado a nadie, ni a mis padres, temía que pensaran que yo lo inventaba», cuenta a los 40 años.
Amalia recuerda más: «por suerte, encontré como pareja un hombre mayor. Me entendió, consiguió que lo hablara y fue muy paciente en nuestra relación íntima. Solo entonces aquella imagen dejó de quitarme el sueño».
En su trabajo científico sobre maltrato infantil, la doctora Gloria Robaina señala que en casos de abuso sexual lo común es la ausencia de información: un gran silencio alrededor de un niño triste, huraño, con retardo de su desarrollo general.
En el maltrato y abuso sexual los síntomas y signos sí van a estar determinados por los indicadores de trauma local, infecciones, dolor, inflamación y sangramiento en los momentos recientes de la ocurrencia y en relación directa con el grado de violencia empleado; así como también con la pérdida de la capacidad de concentración, trastornos en la atención, cambios de comportamiento, aislamiento y mutismo, entre otros, afirma Robaina.
La Habana, enero de 2006.-