Iliana Artiles: Los golpes enseñan a golpear

Lejos de lo que dicta una práctica educativa milenaria, los golpes no enseñan. Así lo asegura la master en sexualidad Iliana Artiles, quien dirige un grupo de trabajo que estudia este tema en el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX).
Autora del libro Violencia y Sexualidad, Artiles mereció elogios de la crítica por ese texto años atrás, cuando por primera vez se incursionaba en este asunto dentro del universo editorial cubano.
Convencida de que, detrás de todo acto violento, de cualquier tipo, «siempre hay alguna relación de poder», Artiles aboga por la promoción de una cultura de la no violencia que debe gestarse desde la familia, en cada hogar. SEMlac: ¿Es la violencia un problema social?
Se piensa que esa clasificación está dada por la cantidad de casos o la magnitud del problema, y no es así. Que haya un solo caso de maltrato o abuso ya lo convierte en un problema social por los costos que representa. Si bien no existen estudios nacionales o un pesquizaje, sí sabemos que no se trata sólo de un caso y repercute en todas las esferas de la vida de la víctima y de su familia.
SEMlac: ¿Suele reconocerse el maltrato infantil en la familia?
No siempre, porque se vincula a veces con el modelo que tiene establecido cada quien, como mamá o papá, para criar a sus hijos. Como hay personas que aprendieron que «así es como mejor se educa», entonces recurren al castigo o al golpe. Puede que haya manifestaciones aisladas, pero cuando se convierten en una forma de crianza y educación, podemos hablar de relaciones de violencia intrafamiliar. No se trata sólo del maltrato físico, del golpe, sino también del maldecir, gritar, decir palabras que lastiman la autoestima del niño: «eres un burro», «tú no sabes», «cuando te agarre te mato…» Nadie es capaz de imaginarse todo lo que psicológicamente puede impactar en una niña o niño una expresión de esas de parte de su madre o su padre.
SEMlac: ¿Es por esa predisposición cultural que entonces se acepta?
Son concepciones muy tradicionales de la educación, como aquello de que «la letra con sangre entra» o «los golpes enseñan». Son muchos los mitos y creencias que existen en relación con este tema, que hacen que los padres asuman que si así aprendieron ellos, así es como pueden lograr el control sobre sus hijos.
SEMlac: ¿Quiénes incurren más en ese maltrato?
Creo que, en la forma de maltrato más común de la niña y el niño, participan por igual la madre y el padre; sólo que se manifiestan de formas diferentes. Ellas asumen más todo lo relativo a la educación de los hijos: acuden más a la reunión de la escuela, están al tanto de las tareas escolares, del uniforme y cuidado de la ropa, la mochila, las libretas. Son responsabilidades que las hacen manifestarse continuamente mediante la expresión verbal, con regaños, exigencias, gritos o incluso alguna nalgada o golpe al menor, como una reacción a toda la carga que acumulan desde lo doméstico, a lo que suman esas otras responsabilidades. Como se manifiestan de forma más abierta, pareciera que castigan más.
Pero los padres también castigan, sin tener que caer en el gran regaño: a veces les basta con una mirada o una palabra. Su poder masculino –que también es simbólico– le permite ejercer esa autoridad, incluso sin estar presentes. De ahí ciertas expresiones como: «deja que tu papá llegue». Entonces el padre llega y no tiene ni que castigar ni pegar: sólo tiene que mirar.
La explicación está en la propia educación que recibimos de manera diferente: las mujeres están más educadas en la acción de la palabra y los hombres en la acción del gesto, de la expresión no verbal, por la autoridad que les da poder en la construcción tradicional de la masculinidad.
SEMlac: ¿Y, realmente, a qué enseñan los golpes?
Los golpes enseñan a golpear. O sea, la violencia es aprendida. Quien aprendió a golpes está enseñando precisamente eso, a transmitir violencia. Pocas veces se piensa en que las personas que aprendieron a golpes, si bien aprendieron, están dañadas desde lo psicológico por el dolor que les provocaron sus seres más queridos, pues recibieron algo que a ellos no les hubiera gustado recibir de sus papás.
Los varones, desde la educación diferenciada, reciben más golpes y castigos que las niñas. Ellas están más en la casa, aprendiendo labores domésticas, ayudando a la mamá; ellos en «el afuera», la calle, aprendiendo a defenderse, a golpear, a ser hombres. Es el precio de la masculinidad, de ser hombres, varones, machos.
Hay vías que no son, precisamente, las del castigo y la violencia, como conversar con los hijos, establecer normas, contratos, convenios, compromisos en las familias que, si bien no son sencillos, se vinculan a la comunicación y a nuevos modelos educativos que puedan funcionar y ser para niñas y niños por igual, de manera que rompan con nuestros estereotipos tradicionales de educación.
La Habana, noviembre de 2006

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

uno × tres =