Historia de violencia de mitad a fin

Por Raquel Sierra

Abraza a su niño como si quisiera protegerlo de todo. Todavía está lejano el día en que deba decidir si contarle o no que, durante un tiempo, ejerció lo que llaman la profesión más vieja del mundo.
Yoendry tiene 27 años. Por estos días anda de rubia. Habla sin pelos en la lengua y no tiene reparos en compartir su historia como prostituta. Mientras, Dayton Delvis, de un año y dos meses, se estruja los ojos, alejando el sueño.
«Mi niñez fue apacible, junto a mi mamá, mi padrastro y mi hermano. Hice la primaria y la secundaria con buenos resultados», dice, al mirar su vida pasada.
«Después del noveno grado estudié servicio gastronómico. Primero trabajé como camarera y luego en un centro recreativo», agrega.
Hasta ahí, nada indicaba que la vida de Yoendry, del municipio de Cumanayagua, en la sureña provincia cubana de Cienfuegos, podría tener un cambio brusco.
«Me casé en Cienfuegos, la capital provincial, con un muchacho que practicaba la religión cristiana. Creí haber encontrado la felicidad, pero todo terminó en seis meses. Fui víctima de mentiras, traiciones y de violencia», relata. «En una discusión, cuando le reclamé por su actitud, me dio un piñazo. Yo le dije `si me das, te doy ´, lo golpeé y le partí un diente», dice, sin enorgullecerse.
Esa ruptura fue como si el mundo quedara vacío. Se mudó para casa de una tía. Tenía 18 años y vivió como las jóvenes de su edad; iba a fiestas y discotecas. Trató de encontrar paz en la iglesia, pero no la halló.
«Tenía una prima que había sido jinetera (como se les dice a las prostitutas, en un intento por encubrir una realidad indeseable) y que ahora está casada con un italiano. Le pregunté cómo era ese mundo, qué había que hacer.
«Mi tía me pidió que no lo hiciera. Mis padres me dijeron 20 mil cosas, pero no estaba en condiciones de oír razones. Tenía mucha rabia dentro», cuenta.

Un año
Ese año la marcó para siempre. «En la escuela de economía había estudiado inglés y podía defenderme sola. Después aprendí un poco de italiano y francés. Siempre que me caía en las manos un libro en otro idioma, copiaba palabras y las memorizaba», explica.
«Con esa carta de triunfo, nunca necesité de un chulo (proxeneta). Sé que la mayoría son agresivos con sus muchachas, las golpean si creen que su relación con el extranjero se les está escapando de las manos y ella está buscando matrimonio.
«No se me olvida que una vez, saliendo de un baño, vi como uno amenazaba a una chica de mi edad, hasta que le dio tantas galletas que ella tuvo que irse a casa. Me repetí `eso no es para mi», dice segura de sí misma.
«Por mi físico y los idiomas, podía conquistar jovencitos por mi cuenta. Pero también me tocaron viejos y no todos buenos. Vi cosas que no me gustaron».
Por ejemplo, cuenta, están los «cubicajeros», hombres que les buscan a los turistas los autos y las casas de alquiler. A ellos hay que pagarles por eso. También están los que cazan clientes y la muchacha tiene que pagarles. Si no se ponen de acuerdo en la tarifa, dicen que está enferma y se rompe el trato.
Nunca tuvo miedo de contagiarse de alguna enfermedad. «Ellos andan siempre con preservativos, de colores, de sabores, se cuidan más que uno».
Pero reconoce que hay peligros permanentes. «Ese es un mundo de bebidas y hasta drogas, hay que tener mucho ojo. Cuando me invitaban, solo pedía refrescos y malta, no me gusta tomar. Me decía siempre `las cosas claras siempre salen mejor», recuerda.
«Algunas dice que lo hicieron para tener cosas materiales. No es mi caso; mi mamá trabaja en una empresa de exportación de habanos. No éramos ricos, pero nunca nos faltó nada. Lo hice por soberbia y me salió mal», afirma.

Un amor frustrado
Yoendry guarda muy claras en la memoria cada una de las fechas, como una clase de historia. En 1998 conoció al amor de su vida, por el que todavía suspira y a quien, al parecer, nunca tendrá.
«William era un chino de Toronto, Canadá, de 31 años. Nos conocimos y nos enamoramos. No le gustaba la ropa que me ponía. Me dijo que no podía andar por ahí vestida como una puta y me cambió el ropero».
Él quería que ella saliera embarazada, pero Yoendry se negó. A los dos meses volvió al país a visitarla. Cuando se fue, le escribía, decía que quería casarse. Ella le prometió que cuando viajara de nuevo a Cuba, trataría de quedar embarazada. Se cartearon por un tiempo hasta que un día, por teléfono, él le dijo que no recibiría más sus llamadas. Aquello la trastornó de nuevo. Dio otro paso equivocado.
«No podía explicármelo, todo parecía tan bien, tan bonito. Comencé a tomar, lloraba siempre. Y como dicen que con otro palo uno se rasca cuando le pica, volví a la vida de antes», confiesa, esta vez con cara de arrepentida. «En ese momento me daba lo mismo tirarme en el mar que ahorcarme.
«Un día, cogí una botella (autostop) con unos canadienses, me invitaron a una fiesta en un yate. Acepté y, rompiendo mis reglas, tomé cerveza y ron. Ahí había hasta `polvitos´ (drogas). Creo que mezclaron algo en la bebida».
Lo que vino después, no lo recuerda. Lo vio en una película que filmaron en la fiesta. «Dicen que empecé por enseñar los senos y después todo lo demás. Me soltaron cerca de casa de mi tía y me acosté. Al otro día fui para mi pueblo, donde estaban mis padres».
A los pocos días le llegó una citación de la policía. Le mostraron la película, le levantaron un acta de advertencia y le hicieron el juicio. El cinco de diciembre de 1999 la llevaron hacia Las Tecas, un centro de reeducación para prostitutas. Debía permanecer allí por cuatro años.
En ese tiempo, su enamorado canadiense regresó a Cuba para casarse. «Traía hasta los anillos. Mi familia quiso ocultarle la verdad, pero alguien, de mala fe, se la dijo. Él se casó con otra».
En el centro, llamado de rehabilitación de aseguradas, trabajaba en la cocina, cortaba flores en el jardín. «La imagen de mis padres abrazándome y llorando me perseguía». Por su buena conducta, la sentencia fue reducida a dos años. Salió en enero de 2001.
«Hasta entonces yo había sido de lo más formal. El día que me soltaron había como 200 personas esperándome, aunque uno del barrio dijo `¿qué es eso de darle la bienvenida a una puta?´. Pero nadie le hizo caso.
«En Las Tecas tuve todo el tiempo del mundo para pensar. Entonces no había ni pases, ni visitas de la pareja. Ahora dicen que hay cursos de peluquería y computación».

Rehacer la vida
A Yoendry no le ha sido fácil rehacer su vida. Se casó nuevamente y rompió al poco tiempo. Una de las tantas veces que su pareja, ex oficial, se sobrepasó con la bebida, llegó hasta a botarla de su propia casa.
Al poco tiempo conoció a otro muchacho, pero le pareció que estaba más interesado en un lugar donde vivir que en ella. Hace más de un año tiene una pareja estable. Él la ayudó en un parto difícil, que casi la lleva a la muerte. «Me decía: como te quede el cuerpo, te voy a querer igual.
«Estuve cerca de un ataque de eclampsia. Me inflamé tanto que nunca pensé recuperarme. Cuando mi mamá se quedaba dormida en el hospital, esperando lo peor, lloraba yo. Me quedaron estas marcas horribles en el abdomen y en los muslos, pero mi hijo está sano», dice aliviada.
La vida pasada la sigue persiguiendo. «Los padres de mi esposo no me quieren por lo que fui, solo su hermana me trata», confiesa.
¿Nunca más? La respuesta es difícil. «Creo que escarmenté por completo. A veces me acuerdo del chino, de forma súbita, y empiezo a llorar.
«Trabajo para mantener, vestir y calzar a mi hijo. Ni pienso ese tipo de solución para problemas urgentes de dinero. Vendo durofrío (golosina de jugo o refresco congelado), si puedo hago batidos y la gente me trae frutas para que los haga», explica.
«Hasta que quedé embarazada trabajé como profesora de atletismo, las alumnas todavía vienen. Ahora me dedico a mi casa, pero voy a empezar un curso de masaje, con el apoyo de la Federación de Mujeres Cubanas.
«La vida que llevé no fue nada fácil; era en parte bonita, porque me daba muchos lucros, pero no me dejaba dormir con la conciencia limpia.
«Sé que muchas regresan a Las Tecas y otras, cuando llegan a robarle a los turistas, terminan en la cárcel. Conozco una que salió conmigo y la regresaron a los tres días. Pero yo, hasta hoy, me digo `nunca más´».
Cumanayagua, Cuba, noviembre de 2005

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