Aunque en el refranero popular reza aquello de que los golpes enseñan, la experiencia demuestra que un alto porciento de las situaciones violentas presentes en la vida de los seres humanos es generado por otros actos similares.
Casi todas las personas menores de edad violentas e inadaptadas en sus escuelas están relacionadas, de alguna manera, con padres que consumen alcohol, las agreden física y hasta mentalmente o ejercen sobre ellas algún tipo de violencia familiar, afirma Marta Díaz, especialista de la consulta de psicología en la policlínica Héroes de Girón del municipio del Cerro, en la capital cubana. Entre sus vivencias está el caso de Carlos Enrique Frías, un adolescente que agredía a todos en su escuela, hasta con cuchillas de afeitar. Una mirada a su hogar revela una convivencia compleja, con 12 personas, la mayoría adultos. El muchacho vive y comparte sus días con un abuelo alcohólico que, en ocasiones, es violento; unos padres divorciados que no se han separado por no tener otro hogar a donde ir a vivir, y una madre excesivamente agresiva.
«Yo sólo trato al niño, pero estoy segura de que en esa familia más de uno necesita de mi apoyo profesional», reconoce la doctora Díaz.
Al decir de vecinos y conocidos, la madre del pequeño de 13 años ha sido víctima, en reiteradas ocasiones, de la agresión de su ex esposo, «pero hasta el momento no he podido lograr que acuda a mi auxilio», comenta Díaz.
La madre, además de golpear a Carlos Enrique, lo ofende. En ocasiones le niega el alimento cuando su hijo no le hace caso. Díaz dice que está valorando la posibilidad de remitir su caso a una escuela de conducta.
Aunque la violencia intrafamiliar incluye a ambos sexos, es más frecuente que las víctimas sean del sexo femenino. Otros grupos vulnerables a esa práctica son la población infantil y los ancianos.
Investigaciones internacionales revelan que el 75 por ciento de estos casos corresponden a maltratos a la mujer, explica la psicóloga Díaz.
«Soy de las que consideran que la violencia no es una práctica aprendida, consciente y orientada. Es consecuencia de una organización social estructurada sobre la base de la desigualdad. En este sentido, la violencia intrafamiliar es el resultado de las relaciones desiguales de poder y es ejercida por los que se sienten con más derecho a intimidar y a controlar», reconoce.
Queda claro que una de las características comunes de la violencia doméstica es su «invisibilidad» y, por tanto, es común el sub registro de estos sucesos. Ni siquiera en Cuba se conoce la situación real de este problema, con datos precisos.
Como sucede en otros muchos países, el denominador común es la inexistencia de estadísticas nacionales sobre esta problemática, en primer lugar porque las víctimas, en un alto porcentaje, no lo confiesan.
Datos ofrecidos por Naciones Unidas refieren que una de cada cuatro mujeres es objeto de la violencia conyugal. Estudios muy rigurosos, pero parciales, indican que en Cuba existe la violencia doméstica, aunque hasta el momento no constituye un problema de salud, según afirman especialistas.
La violencia puede acarrear no sólo traumas físicos o desajustes de la personalidad, sino también trastornos depresivos, ansiosos, dolores de cabeza, temores injustificados, deterioro de la autoestima, predisposición al consumo de sustancias (alcohol y drogas), deserción escolar, actos o intentos de suicidio y falta de motivación.
«En el caso de Carlos Enrique recomendé a los padres, en más de una ocasión, la posibilidad de vincular mi asistencia con un tratamiento más especializado en la Clínica del adolescente, a donde acudió con sus familiares durante 2 ó 3 meses y logramos algunos progresos en su conducta», reconoce la especialista.
Luego los padres abandonaron ese tratamiento y la conducta del niño volvió a sus altibajos. La situación es complicada para él, aunque ya no es blanco de los maltratos en su casa.
«Los maestros se quejan de su intranquilidad en las clases, su falta de atención y conductas inadecuadas», explica la especialista que insiste en la necesidad de que el menor sea atendido en una escuela especializada.
Por el momento los progenitores están prestando más atención al niño, especialmente el padre. Carlos Enrique se mantiene asistiendo a la escuela, pero todavía está por ver su desarrollo futuro.
«El muchacho también es fácilmente irritable y agresivo en exceso, en parte como resultado de un mecanismo de acción-reacción ante la violencia», agrega Díaz. Un comportamiento que, ajustado al refranero popular de que «los golpes enseñan» podría completarse con la idea de que, muchas veces, «enseñan a golpear».
(octubre/2004)
2008-03-14