Familia y género, rutas para prevenir la violencia

Por Sara Más

Factores relacionados con la familia y los conceptos de género parecen incidir más de lo que la gente supone en la ejecución de actos de violencia, en particular el maltrato infantil, y también podrían tenerse en cuenta en posibles acciones para evitarlos, según expertos cubanos.
El predominio femenino de las víctimas y el masculino de los perpetradores, así como ciertos comportamientos en la dinámica familiar apuntan a que estos aspectos tienen una influencia notable en los casos de violencia infantil en la isla, aunque no son los únicos.
De acuerdo con estudios hechos en la capital cubana durante los últimos diez años, los perfiles del abuso sexual a menores de 16 años apuntan al predominio de las niñas con 10 años de edad como promedio y a hechos que ocurren en los lugares habituales donde ellas desarrollan su vida cotidiana, muy frecuentemente su propio hogar.
Los abusos, en mayoría, suelen ser «perpetrados por conocidos o familiares, cada vez más cercanos en sus vínculos de afinidad o familiaridad», señalan en un artículo el psiquiatra Ernesto Pérez y la psicóloga Ileana Rondón, especialistas del Departamento de Peritación Mental del Instituto de Medicina Legal, en La Habana. El texto, aparecido en el último número de la revista Sexología y Sociedad, que edita el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), da cuenta también de que la mayoría de los actos son tocamientos y otros de carácter sexual y erótico, ninguno con uso pornográfico de las víctimas infantiles y con ocurrencia del coito en menos del 20 por ciento.
Por otra parte, y lejos de lo que las personas acostumbran a pensar, no se detectan trastornos sexuales entre los perpetradores, que suelen ser personas insertadas en el medio familiar de la víctima, con un poder histórico, eventual o «vinculados por afinidad o familiaridad a la figura masculina de poder», apuntan los expertos.
Por esas características y el predominio femenino de las víctimas, Pérez y Rondón aseguran que «no se trata sólo de maltrato infantil, sino también de una forma de violencia de género. Además, por el perfil familiar de ocurrencia, también sería clasificable, en muchos casos, como violencia intrafamiliar», señalan.
Al interior de la vida familiar, los estudios retratan grupos fundamentalmente extensos y hasta de tres generaciones con alto riesgo de disfunción jerárquica, la ausencia de las figuras paternas, además de hijos e hijas afectivamente insatisfechos, con baja autoestima, dificultades en la comunicación y necesitados de aprobación. «Lo que los hace más vulnerables a otros factores de riesgo y a la dinámica interpersonal de la victimización», agregan.
Igualmente, es común que existan antecedentes de violencia y abuso en las familias de las víctimas, a veces como un estilo histórico, de transmisión generacional.
Más recientemente, en 2004, otro estudio en niñas y niñas víctimas de delitos no sexuales halló una situación familiar similar. Por tanto, «se estableció que determinados perfiles o cadenas concatenadas en el entorno microsocial, especialmente en la familia, eran comunes a prácticamente cualquier forma de maltrato infantil, lo que los lleva al rango de dianas esenciales en cualquier diseño de intervención», según Pérez y Rondón.
Basados en estos estudios, los especialistas abogan porque, más allá de la necesaria y justa sanción penal a los abusadores, la intervención y las medidas rehabilitadoras alcancen también a las víctimas y sus ambientes, a los muchos factores «biológicos, psicológicos y especialmente sociales que dan origen a las conductas violentas o son importantes para su control».
La Habana, enero de 2005.-

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