Por Sara Más
En las familias cubanas coexisten formas violentas de relaciones interpersonales, con expresiones que van desde el maltrato psicológico hasta conductas violentas extremas, como el castigo físico, revelan varios estudios sociológicos.
«Quienes integran el grupo familiar son susceptibles de manifestar conductas como agresores y agredidos en diferentes momentos», aseguran Yohanka Valdés y Silvia Padrón, investigadoras del Centro de Estudios Psicológicos y Sociológicos (CIPS) del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
En ello influyen los intereses individuales o grupales, las situaciones coyunturales que enfrenta la familia, la etapa del ciclo vital en que se encuentre y las historias personales de cada quien, explicaron las estudiosas la pasada semana durante el VI Taller Internacional Mujeres en el siglo XXI, que cada dos años organiza en la capital cubana la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana.
Valdés y Padrón expusieron algunos resultados de estudios del CIPS que, desde la década anterior, han explorado directamente o indirectamente el tema.
«El control y sometimiento de otros constituye el móvil que estimula la violencia en gran parte de estas familias, sobre todo, porque se desconocen o no se practican otras formas de interacción que protejan los derechos individuales sin desestimar los deberes y responsabilidades de cada parte en las actividades grupales», señalaron. Entre otros aspectos, las investigaciones revelan que en esas familias la comunicación se limita, en lo fundamental, a la regulación de las conductas y son pocos los espacios para la transmisión de mensajes afectivos e informativos.
«Sobre estas bases se establecen métodos educativos que, en ocasiones, privilegian el castigo corporal, las humillaciones y otras formas de maltrato psicológico», señalaron las investigadoras en su intervención titulada Violencia Intrafamiliar y Género: una mirada desde la familia cubana.
En ocasiones, las actividades familiares se sostienen sobre normas o códigos de relaciones unilaterales que enfatizan la imposición, legitiman conductas autoritarias o establecen límites rígidos que acentúan las distancias entre los integrantes de la familia y las diferencias de poder, agregaron.
Aunque «las mujeres suelen ser las más desfavorecidas», los estudios indican que la población infantil y adulta mayor también padece el «desequilibrio de poder que se presenta en el grupo familiar».
Si la violencia no resultó un tema atrayente como problemática social en los últimos años, esto se debió a que se consideraba un fenómeno poco extendido, con un reducido número de víctimas «visibles» o diagnosticadas, comentaron.
Afortunadamente, en las últimas décadas esos estudios cobran fuerza y en América Latina el debate académico se concentra en buscar alternativas para erradicarla y prevenir la violencia, convertida para muchas familias «en un código de relación habitual» o «solución ante determinados problemas que surgen en la cotidianeidad hogareña».
En los últimos años en Cuba se han estimulado estudios que han avanzado en el diagnóstico de la violencia desde la perspectiva de género, con mayor énfasis en la figura femenina, reconocieron. Sin embargo, desde el sistema familiar continúa siendo un área poco explorada.
La Habana, noviembre de 2005.-