Por Sara Más/ saramas_2000@yahoo.com
Rodeada de mitos y naturalizada, la violencia infantil es poco reconocida por quienes la practican y conviven con ella en esta isla del Caribe, aseguran especialistas y expertos.
«Podemos nombrarla o no nombrarla, verla o no verla, pero sí existe», sostiene la psicóloga Mareelén Díaz Tenorio al ser entrevistada para el documental No es el camino, del joven realizador cubano Eric Corvalán, recién estrenado en la sede del Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR), en la capital cubana.
De esa forma esa organización se adhirió a la celebración el 25 de septiembre del Día Naranja, iniciativa de la Red Mundial de Jóvenes Únete, que propone celebrar los 25 de cada mes acciones en favor de una vida sin violencia y se inserta en la Campaña del Secretario General de las Naciones Unidas Ban Ki-moon, para poner fin a la violencia hacia las mujeres y las niñas.
«Cuando visité las comunidades, me enfrenté realmente a la realidad. Tenía una idea cuando empecé a trabajar este tema, pero allí encontré una situación muy dura que me sensibilizó más», dijo Corvalán a SEMlac, tras el estreno del audiovisual.
Criterios diversos de la población entrevistada por él develan la complejidad de un problema que, a nivel individual y social, cuesta reconocer: «Aquí en Cuba no hay violencia infantil», «nos está haciendo mucho daño» y «lo que pasa es que está solapada» son algunos de los criterios contrapuestos y vertidos por personas entrevistadas al azar en la ciudad.
«Aunque se hacen grandes esfuerzos por parte del Estado y no hay violencia institucional, esta se expresa socialmente y la ejercen padres, madres, abuelos, tíos, otros familiares y personas adultas contra la infancia», opinó Gabriel Coderch, coordinador de OAR.
Psicólogos, psiquiatras infantiles, forenses y juristas entrevistados por Corvalán parten de que hay que reconocer el problema para poder enfrentarlo y prevenirlo. Abogan además por una mayor articulación de las instituciones y actores involucrados en su atención, leyes más efectivas y específicas, mayor información y servicios especializados para atender al público.
Aunque la violencia infantil está presente en todas las sociedades, en Cuba se distingue por no ser visible, en opinión de la psicóloga Díaz Tenorio. Sin embargo, investigaciones y estudios puntuales demuestran su existencia en todas sus formas y variantes.
En Cuba no hay estadísticas precisas conocidas a nivel nacional del maltrato infantil, pero ello no resta importancia a la repercusión social que determinados casos puedan tener, reiteran especialistas.
Vistos muchas veces como un método correctivo, algunas familias mantienen como naturales actos violentos cuando, por ejemplo, un niño o una niña se portan mal.
Un estudio del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas de la Academia de Ciencias de Cuba, en 2006, describe algunas de esas tendencias: a los regaños apela casi la quinta parte de mujeres y hombres entrevistados; a los castigos, una de 10 mujeres y casi dos de cada 10 hombres.
«Castigos y regaños también se combinan en una especie de progresión», asegura la investigadora Alberta Durán, del CIPS, en su artículo «Violencia en las relaciones paterno/materno-filiales», incluido en el libro Violencia intrafamiliar en Cuba. Estudios, realidades y desafíos sociales, publicado el pasado año.
El problema ha trascendido igualmente en estudios muy puntuales, fuera de la capital del país. Una de esas exploraciones fue realizada en el primer semestre de 2000 en toda la población infantil de 8 a 10 años de edad que vivía en el área de salud «30 de Noviembre», de Santiago de Cuba, ciudad oriental a 860 kilómetros de La Habana.
El trabajo reveló la práctica de violencia infantil intrafamiliar en 56,3 por ciento de los casos, infligida por los padres, incluido el maltrato físico (golpes, lanzamiento de objetos y zarandeos), emocional (gritos, descalificaciones e insultos) y la negligencia (falta de atención y cuidados) de esos escolares.
Para Ana María Cano, especialista de estos temas en el Centro Nacional de Educción Sexual (Cenesex), es importante «identificar que la violencia es un problema social y de salud». Al ser entrevistada para el documental, Cano insistió en que la familia debe conocer esa problemática justamente para prevenirla.
El audiovisual abunda por ello en la descripción de hechos y prácticas cotidianas: desde los más evidentes gritos, golpes y castigos, hasta presiones psicológicas, pasando por acoso escolar, humillaciones, abusos sexuales, desatención, ignorancia y silencios condenatorios, entre otros.
«Lamentablemente, se produce sobre todo en los lugares donde menos debía ocurrir», asegura el doctor Cristóbal Martínez, presidente del Grupo Nacional de Psiquiatría Infantil, en alusión a los propios hogares, viviendas, familias y círculos cercanos y cotidianos para niñas y niños.
«Esa frase conocida de ‘hogar dulce hogar’ en realidad es dulce para muchos niños y amargo para otros», reiteró el psiquiatra a Corvalán ante las cámaras de filmación.
Identificar la violencia infantil puede ser sencillo a veces, otras no tanto. Entre los rasgos más visibles están los moretones en el cuerpo, como huellas claras del abuso físico. Pero también determinadas conductas, como sentir temor a los adultos, llorar cuando otro niño llora, pesadillas, depresión, bajo rendimiento y desconcentración escolar, introspección y actitudes inhibidas. «Hay muchas señales que nos permiten captar que un niño está siendo maltratado», indicó Martínez.
Partidaria de una ley específica que ayudaría a visibilizar el fenómeno, pero enfocada más a lo preventivo y educativo que al aspecto únicamente penal, Díaz Tenorio no cree que el tema de la legalidad sea solo suficiente.
En su opinión, hace falta el derecho, pero también la educación, la participación de periodistas y medios de comunicación, la preparación de policías, médicos, psiquiatras y profesionales de muchas disciplinas para atender a víctimas y victimarios.
«Habría que articular y establecer una ruta crítica de las personas que están buscando ayuda», recomienda en No es el camino, cuya realización contó con el apoyo de las embajadas de Canadá, Noruega, Francia y Suiza, así como de la Asociación Nacional de Audiovisuales.
El documental «es real, reflexivo y no tiene nada que no ocurra en la vida real», reiteró su director a SEMlac.
«Me propuse llamar la atención sobre un problema que está tan silenciado y naturalizado que no se reconoce, pero hace mucho daño en las comunidades y las personas», agregó Corvalán, joven interesado en hacer visibles y debatir problemas de la realidad cubana actual.
Esta es la segunda vez que incursiona desde el audiovisual en un tema polémico, como antes lo hizo con Raza, pieza que ahonda en la discriminación racial.
Deseoso de que su último documental pueda exhibirse a partir de ahora en todos los espacios posibles, sobre todo en las comunidades, Corvalán lo ve como un primer paso para reconocer el problema, debatido y poder actuar porque está probado que la violencia «no es el camino», insiste a SEMlac.