Mantener una relación de pareja estable y duradera no supone, directamente, que se trate de un vínculo exitoso, donde primer el verdadero amor, libre de violencia.
Así lo confirma el estudio “Violencia de género y homicidio en la pareja en La Habana (2009-2010)”, de Janet González Medina, que da cuenta de que las 18 muertes por homicidio en la pareja en la capital cubana, en 2009, fueron mujeres.
“Más del 70 por ciento de las parejas mantenían una relación estable y duradera”, indica González Medina en un artículo que publica la Revista Cubana de Tecnología de la Salud.
“Esto demuestra que estabilidad no significa armonía”, apunta la autora y plantea que “las instituciones deben actuar de manera inmediata en los conflictos y así evitar que estos, de agravarse, terminen con la vida de uno de los miembros de la pareja, casi siempre la mujer en el papel de víctima”.
Que exista un tiempo de relación medianamente largo invalida el argumento de que la violencia de género que se produce en el contexto de la relación y culmina en el homicidio no debe ser atribuida a desavenencias de carácter de una pareja que comienza a adaptarse el “uno al otro”, sostiene la investigadora.
A la vez se confirma que el homicidio es más frecuente en las parejas que mantienen un vínculo marital, aunque también puede ocurrir al poco tiempo de terminada la relación. “Es una referencia para que las instituciones estén alertas para prevenir un posible homicidio en aquellas parejas cuya causa de separación fue la violencia de género”, advierte la autora.
En su indagación, la autora confirma que el homicidio en la pareja está muy vinculado a la violencia de género, pues según estudios previos en Cuba y otros países casi siempre es la mujer, previamente maltratada, la victima mayoritaria en este tipo de homicidio.
Del total de casos de homicidios en la pareja que ingresaron al Instituto de Medicina Legal de La Habana, entre enero de 2009 y enero de 2010, todas mujeres asesinadas por sus parejas, 72, 1 por ciento tenía entre 31 y 50 años de edad.
En tanto, 61,1 por ciento de esas mujeres se dedicaba a las labores domésticas y menos del 30 por ciento mantenía un vínculo laboral formal.
A juicio de González Medina, perviven arraigadas conductas machistas transmitidas por la familia, al tratarse de hogares donde la mujer es mantenida por el hombre y no tiene poder de decisión.
“Al estar desvinculadas laboralmente, no son independientes y deben tolerar las agresiones para no perder la estabilidad económica en el hogar”, suscribe en su artículo. Además de que permanecer en la casa las hace estar más a mano para la agresión, apunta.
Los resultados indican que 55,5 por ciento de los homicidios fueron cometidos en la vivienda de ambos miembros de la pareja, lugar donde la víctima está más desprovista de defensa y fuera del alcance de auxilio proveniente del exterior.
En 44,4 por ciento de los casos, los homicidas han actuado con ensañamiento, provocándoles múltiples heridas de gravedad a sus víctimas. Ello explica que 77 por ciento de las mujeres mueran con inmediatez a la agresión, sin recibir asistencia.
Igualmente parece haber un amplio predominio, en víctimas y homicidas, de relaciones anteriores no armónicas, lo que indica la presencia de una conflictividad histórica, agrega.
Mediante entrevistas a familiares y homicidas se pudo comprobar la presencia del ciclo de violencia en 94,4 por ciento de las parejas estudiadas, incluidas sus parejas anteriores y la de análisis.
También que, erróneamente, los familiares mantiene en la mayoría de los casos la postura de no intervenir en los problemas de la pareja, sin darse cuenta de que las víctimas necesitan apoyo para poder comprender las fases del ciclo de violencia que sufren y para denunciar a sus agresores.