Por Raquel Sierra
Se llaman por apodos muy feos, juegan de manos constantemente, se ofenden, dicen palabrotas y empujan a otros como lo más normal del mundo. Son adolescentes y las más de las veces ni tienen idea de cuándo sobrepasan la línea de la violencia.
La adolescencia es una etapa significativa del ciclo vital. Todo cambia: desde lo biológico hasta la conducta. De no ser atajados a tiempo, los comportamientos violentos pueden permanecer en el espacio escolar, de ahí la importancia de que la escuela y la familia se involucren para corregir esas situaciones. La psicóloga Yaquelin Montes González considera que es preciso reconocer la existencia de la violencia escolar e identificar sus fuentes para iniciar procesos que permitan atajarla.
Una investigación desarrollada por Montes, junto a otros especialistas en el Instituto Politécnico de Agronomía Orlando Pantoja Tamayo, en el municipio Jesús Menéndez, provincia de Las Tunas, 667 kilómetros al este de La Habana, involucró a 29 estudiantes varones de la carrera de Agronomía y arrojó la existencia de violencia manifiesta.
“La existencia de violencia en las escuelas está entre lo más difícil de probar porque, desde el imaginario popular, se dice que en nuestras escuelas no hay violencia. Por eso nos dimos a la tarea de identificarla, describirla y marcar qué factores la reflejaban”, explica la investigadora a SEMlac.
“Desde la propia estructura jerárquica de la sociedad, unos mandan y otros obedecen; por tanto, la sociedad nos coloca en una u otra posición. Eso se reproduce en la familia y, posteriormente, en la escuela, desde una estructura patriarcal”, apunta.
En el estudio “La violencia escolar entre varones. Un acercamiento desde el IPA Orlando Pantoja Tamayo”, Montes destaca que “en virtud de esos aprendizajes se `naturaliza´ la violencia, aceptada culturalmente como parte del poder masculino, lo que explica la `invisibilidad´ de las formas más sutiles de violencia, de esas que no dejan huellas en el cuerpo sino en el `alma´”.
Los muchachos entrevistados, todos varones entre 15 y 17 años, practican diversas manifestaciones de violencia física, verbal, gestual y psicológica dentro de la escuela o en cualquier otra actividad extraescolar, precisó.
Causas y azares
Realizado con el fin de desarrollar habilidades para la detección de la violencia en la escuela y sus manifestaciones, con vistas a resolver conflictos cotidianos de manera no violenta, el estudio organizó talleres, lecturas comentadas y escenas dramatizadas que lograron modificar en parte la percepción que suele tenerse de este flagelo.
La investigación llegó a la escuela de una manera inusual, como una búsqueda a situaciones que estaban ocurriendo allí, cuenta Montes.
“No es habitual que la institución busque ese apoyo, pero pensamos que, como tenemos un espacio en la radio, las personas pueden escuchar cómo se tratan estos temas y decir: `aquí yo puedo encontrar una solución, un alivio o una respuesta´”, dice.
Y agrega: “las escuelas tienen determinados niveles de ruido y, cuando es alto porque están vociferando, hay una interrupción constante en el proceso docente educativo. Además, había hechos de violencia física que los docentes no podían manejar, por lo que se pidió la mirada de especialistas”.
De acuerdo con la investigación, entre los factores que propician la violencia se encuentran las familias disfuncionales con historia de violencia, abandono, carencias afectivas o escaso control, desconocimiento acerca del tema y sus formas de manifestación, así como desventaja social de origen.
El estudio del colectivo de especialistas de Chaparra (poblado de Las Tunas) enumera, entre otros, factores que se integran e interactúan desde la escuela para sostener el fenómeno: inestabilidad del Consejo de Dirección, fluctuación del personal docente e insuficiente formación académica y actitud negligente.
En el IPA se identificó el empleo de métodos educativos violentos de los profesores varones mediante el empleo de «malas palabras» y amenazas constantes, lo que, a juicio del equipo de investigación, refuerza un sentimiento de exclusión.
También encontraron manifestaciones de tratamiento simétrico en expresiones de los profesores tales como: “ustedes son tan hombres como yo y lo resolvemos en cualquier parte”, que modelan tipos de comportamientos masculinos violentos.
En el caso de las profesoras, escasas en la carrera de Agronomía, también son tratadas de forma simétrica, como otro igual por los estudiantes, señala el estudio.
Reveló, además, que inciden otras condicionantes como una disminuida capacidad para aprender de los estudiantes, los rasgos físicos, peso y talla bajos, deformidades o defectos físicos y psicológicos, timidez, baja autoestima, la carencia de asertividad, una autovaloración inadecuada (por exceso o defecto), tensiones e irritabilidad.
La observación permitió conocer, igualmente, que la violencia se expresa física y simbólicamente, excluyendo a los que no la practican.
En un espacio donde prima la violencia verbal, llamó la atención que se ofende adjetivando en femenino, con frases como: “eres una vaca vieja”, “no seas babosa”, “eres una putica”, “loca”. Ese tipo de expresiones antecede al maltrato gestual y físico: ”se amenazan con los puños, levantan sillas como para tirarlas, se empujan”, indica el informe de la investigación.
Asimismo, se detectó que no faltan quienes se reúnen en pequeños subgrupos, por afinidad, donde mantienen buenas relaciones. Pero incluso, dentro de cada subgrupo, hay algunos que intercambian de forma violenta con miembros de otro subgrupo.
Atentado contra la enseñanza
La investigación concluyó que las indisciplinas y el mirar a los maestros como iguales influyen negativamente en el proceso docente educativo y es algo muy relacionado con los elementos que aporta la propia institución.
Según dijo a SEMlac Carlos Alberto Ordoñez, otro de los autores del estudio, estas situaciones pueden conducir a la deserción escolar y hasta la ruptura de parejas, cuando con burlas y comparaciones en lo físico y económico arremeten contra muchachos del propio IPA frente a sus novias.
A su juicio, fenómenos como este pueden estar produciéndose en otras escuelas y necesitan ser estudiados porque cada contexto y espacio social tiene sus características. “Si una persona quiere demostrar lo mismo tiene que estudiarlo en otros contextos”, remarcó Montes.
“Tenemos concepciones humanistas y nuestro sistema educativo y social tiene muchos logros. Pero esos logros no pueden velar el hecho de que se está dando el fenómeno violento, que ha proliferado en el mundo”, indica la psicóloga Montes.
“Para dicha nuestra, en las escuelas cubanas no suceden crímenes ni escenas violentas como las comunes en otros países, pero sí hay fenómenos de menor intensidad que causan deserción, interrupciones de la enseñanza y malestar en los profesores. Aunque no alcance altos niveles, es una invitación a los investigadores para estudiarlo”.
Ordoñez adelantó que esta investigación, realizada primero entre los varones para determinar en qué medida ellos invisibilizan la violencia y cuánto se puede cambiar esta conducta, tendrá un segundo momento con muchachas que, en un número mucho menor, estudian en el IPA Orlando Pantoja.
“Estamos construyendo un adolescente con el mismo material con que nos construyeron a nosotros, pero necesitamos una nueva socialización que pase por la equidad, la igualdad y relaciones más simétricas”, sentenció Montes.
Para la psicóloga, ello también requiere que “desde la familia, haya un crecimiento saludable: que los roles, los espacios, los límites y el ejercicio de la autoridad sean efectivos”.
Junio de 2011