Por Dixie Edith
Lista para visitar a sus suegros, una muchacha se presenta ante su novio, quien la mira con desdén, sorpresa y, de malos modos, la manda a vestir. “Pero ya estoy vestida, como siempre”, se defiende ella. “Así, medio desnuda, no te paras ante mis padres”, replica él. “Y si no te cambias, te quedas”, la reta descompuesto.
La escena es parte de una dramatización del más reciente taller Prevención de la violencia de género en las familias, organizado por el Grupo de Estudios sobre Familia, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), con el auspicio de la ONG Oxfam, una agrupación de 14 organizaciones internacionales que buscan potenciar el desarrollo. Para la psicóloga del CIPS, Marisela Perera Pérez, aunque ya llevan cinco convocatorias del taller, “cada una ha sido diferente porque cada persona es diferente”.
Sostenido sobre la metodología de la educación popular, esta edición tuvo la particularidad de estar dirigida, fundamentalmente, a comunicadores.
Directores y asesores de programas televisivos, periodistas y psicólogos se unieron a personas que trabajan en proyectos de transformación integral de barrios, iglesias cristianas y otros espacios comunitarios para aprender cómo se manifiesta la violencia dentro de las familias y armarse de herramientas para enfrentarla desde sus saberes profesionales.
En ese camino, las sesiones de trabajo ayudaron a identificar mitos asociados a la violencia. Fue el caso del consumo de alcohol como única causa de la agresión, o del extendido criterio de que, a veces, las mujeres, por su forma de vestir o comportarse, “se buscan que las maltraten”.
“Nada justifica hacer uso de la violencia contra otra persona”, sostuvo una de las talleristas, opinión compartida, finalmente, por la amplia mayoría de las y los participantes.
La sicóloga Yohanka Valdés Jiménez, máster en Ciencias y una de las organizadoras del taller, reflexionó que muchos de esos mitos obedecen a que “la violencia que tiene lugar en las familias es un problema enraizado en patrones culturales”.
“Sus expresiones no siempre se visualizan, suelen considerarse legítimas y cuentan con la aprobación social, a fuerza de su reiteración y naturalización”, explicó Valdés a SEMlac.
Durante las cuatro jornadas también se indicó cómo reconocer cuándo los desacuerdos y las desigualdades, al interior de las familias, corren el riesgo de convertirse en violencia.
“Todas las diferencias no son violencia de género”, esclareció Mareelén Díaz Tenorio, psicóloga del CIPS y también organizadora y conductora del taller.
“Pero hay algunas históricas, tradicionales, en las relaciones intergéneros e intragéneros, que se convierten en desigualdades, y llegan a generar violencia. No se quedan solo entre hombres y mujeres, están relacionadas también con las edades, las diferencias socioeconómicas y muchos otros factores”, precisó Díaz.
La escena ya descrita y otras protagonizadas durante la experiencia colectiva pusieron la mirada, además, en las llamadas microviolencias.
Descritas por el psicólogo argentino Luis Bonino Méndez como “pequeños, casi imperceptibles controles y abusos de poder cuasi normalizados que los varones ejecutan permanentemente”, esta forma de agresión es más común de lo que muchas veces se reconoce.
Según el experto, que también las llama micromachismos, “son hábiles artes de dominio, maniobras que sin ser muy notables, restringen y violentan insidiosa y reiteradamente el poder personal, la autonomía y el equilibrio psíquico de las mujeres, atentando además contra la democratización de las relaciones. Dada su invisibilidad, se ejercen generalmente con total impunidad”.
Marzo de 2010
(Solicite el trabajo completo a semcuba@ceniai.inf.cu)