De víctimas a victimarias: ¿mujeres violentas?

Aunque las mujeres son mayoría entre las víctimas de la violencia de género, incluidas las que mueren a manos de sus parejas, también las hay que cumplen sanción por dar muerte a sus esposos como forma de sobrevivir y preservar la vida.

Las cubanas que se han convertido en victimarias de este tipo lo han hecho muchas veces como reacción a la historia lineal de violencia que han recibido de sus parejas y como única alternativa posible para ellas, ante las fallas en la atención para encontrar salidas a su situación, confirman algunos estudios.
«Estas mujeres victimarias, antes de asumir este rol, sufrieron sostenidos episodios de violencia por parte de sus compañeros de pareja y así lo demuestran sus narraciones», asegura la socióloga Iyamira Hernández Pita, autora de varios estudios sobre el tema.
Aunque escasas, las primeras investigaciones sobre víctimas-victimarias en Cuba datan de la pasada década del noventa, incluida la realizada por la criminalista Caridad Navarrete, quien estudió las historias de vida de 25 mujeres que cumplían sanción preventiva de libertad, de las cuales 23 habían ultimado a sus esposos.
«La mayoría lo hicieron en defensa propia, si puede decirse, no en el momento mismo en que fueron agredidas, sino por la acumulación de maltratos, y esa fue la salida que encontraron», argumentó entonces la estudiosa.
Navarrete concluía, también, que los actos violentos vividos con su pareja provocaron serios daños en la salud emocional de esas mujeres y su descendencia. Ellas, además, recibieron sobre sí todas las formas de violencia.
No obstante, son escasos los estudios acerca de este tipo de mujeres que se han visto obligadas a asesinar a su pareja solo para salvar sus vidas o la de sus hijos, sostiene Hernández Pita.
La especialista concede gran importancia a la realidad que viven estas víctimas antes de asumir el rol victimario, pues funciona como factor que refuerza la dificultad de sobrevivir la violencia o romper con esa relación.
Entre otras situaciones, en 2017 encontró miedo, vejación, angustia, depresión y procesos autovalorativos afectados entre 12 comisaras del delito de homicidio o asesinato a su pareja o expareja como forma de sobrevivencia a la violencia de género.
El estudio, con el cual obtuvo el grado científico de Doctora en Sociología, profundizó en las historias de vida de esas mujeres y cinco hombres, a la par que permitió establecer marcadas diferencias cuando este tipo de crimen lo comete un hombre o una mujer.
Entre otros resultados, se evidenció que la totalidad de las mujeres procedían de hogares funcionales y había padecido violencia física, psicológica, económica y sexual.
«Es importante apuntar que estas mujeres reconocen la violencia física y no así las otras tipologías antes mencionadas. La desvalorización, la hostilidad, la sexualidad disfuncional en la relación de pareja, la dependencia económica, la poca frecuencia en las relaciones sexuales son asumidas como parte natural de su cotidianidad», suscribe Hernández Pita.
En cambio, en los procesos de aprendizaje de los hombres estuvo presente la violencia como única forma de afrontar los conflictos.
El estudio constata que ni mujeres ni hombres tienen cultura sobre el tema, predominan concepciones sexistas que llevan a conductas estereotipadas y contribuyen a la revictimización, algo extensivo a especialistas y operadores de los sistemas implicados en estos casos.
Otro aspecto a tener en cuenta es el tiempo de permanencia en la relación violenta, precisa la autora en la investigación «Prevención y reinserción social de mujeres privadas de libertad en doble condición de víctimas-victimarias: metodología con enfoque de género».
Mientras 58 por ciento de las mujeres estuvo con su pareja entre 15-20 años antes de convertirse en victimaria, los hombres mantuvieron relaciones poco duraderas, pero muy violentas, 50 por ciento de ellos con un mínimo de tres años.
El estudio también desarticula estereotipos que asocian el color de la piel con los hechos por violencia de género, pues 50 por ciento de las mujeres estudiadas son de piel blanca.
Otro matiz de interés es que 83,3 por ciento de las mujeres cometieron el hecho en el mismo momento en que estaban siendo violentadas físicamente por su pareja o expareja, después de haber atravesado por continuos y severos episodios de violencia similares por parte de estos.
«Estas conductas han variado en el tiempo», acota Hernández Pita en su trabajo. Entre 2004 y 2008 aún prevalecía el asesinato u homicidio en estado de indefensión, pues las víctimas de una sostenida violencia actuaban luego de una fuerte agresión por su pareja o expareja, pero solían esperar a que este estuviese dormido y lo ejecutaban.
«De 2009 a la actualidad las mujeres comienzan a sentir y actuar diferente: frente a la posibilidad de morir optan por sobrevivir», subraya la socióloga.
La pesquisa revela también que ambos, mujeres y hombres, tienen una historia marcada por una educación sexista en relación con los agentes de socialización, como familia, escuela y grupo de coetáneos.
«Algo significativo es que algunas de ellas no ponen fin al sufrimiento por no destruir a la familia y no concientizan que, haciéndolo, pueden protegerse ellas y sus hijos de los efectos nocivos de la violencia», apunta Hernández Pita.
En la base de esas conductas, explica, está la indefensión aprendida, que anula en ellas toda posibilidad de reacción y acceso al cambio.
La experta aboga, entonces, por una mirada de género a estos procesos y su tratamiento legal a partir de un mejor conocimiento de lo que sucede, para poder prevenir y reducir los daños, además de considerar el síndrome de mujer maltratada como atenuante penal.
También es partidaria de ofrecerles a estas mujeres un tratamiento específico con enfoque de género que pase por la instrucción penal, el tratamiento legal y su estancia en el establecimiento penitenciario.
De ese modo podría reducirse la victimización secundaria y el estigma que las muestra como violentas cuando en verdad son víctimas que, por fallas de diverso signo, se convirtieron en victimarias.

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