Danae Diéguez: Cultura feminista frente a la violencia simbólica

Constantemente nos exponemos a ella, desde los medios de comunicación, el arte, el lenguaje y, en general, la cultura. Sin embargo, la violencia simbólica contra las mujeres pasa inadvertida, pese a sus altos costos sociales.

En Cuba, mucho se ha comentado en los últimos años sobre el contenido agresivo y denigrante hacia la mitad femenina que reproducen algunas expresiones de la música popular, videoclips o la incipiente publicidad estatal y privada.

Pero Danae C. Diéguez, profesora del Instituto Superior de Arte, invita a ir más allá para advertir la agresividad latente en todas las expresiones simbólicas sobre las cuales se sostiene la inequidad de poder entre hombres y mujeres.

La especialista en género y cine explica en esta entrevista con SEMlac las implicaciones de este tipo de violencia machista, sus principales manifestaciones en Cuba, así como los modos de combatirla.

 

Qué es la violencia simbólica por motivos de género? ¿Cómo se manifiesta y cuáles son sus implicaciones, especialmente en el contexto cubano?

 

La violencia simbólica por motivos de género se da mediante el tratamiento sexista que se hace de las imágenes y las representaciones sociales de lo femenino y lo masculino. En estas se invisibilizan las voces de las mujeres y sus conflictos, y los medios de comunicación, el cine y las industrias culturales son responsables de ello.

Las formas de manifestarse pueden ser muchas y varían desde las obvias, que fragmentan el cuerpo femenino y/o lo convierten en depositario de un «deber ser» dentro de un canon de belleza y un estereotipo que cercena las diversidades que hablan de las múltiples formas de las feminidades, hasta aquellas que sutilizan el estereotipo en la representación. Me refiero a que «de buenas intenciones está lleno el camino del sexismo», o sea, aquellas imágenes que aparentan una cosa pero que, cuando escarbas en su representación, portan un modelo ya conocido y encorsetado en ese «deber ser femenino».

Las implicaciones pueden ser muchas y variadas, en tanto las imágenes son depositarias de un orden de género y moldean los imaginarios simbólicos. En el contexto cubano, lo femenino aún está asociado a modelos de feminidad unidireccionales y atomizados: la mujer dentro de un prototipo de belleza, el cuerpo intervenido por el poder masculino o en función de la mirada de ese poder masculino, la dicotomía espacio público y espacio privado asociada a lo que se espera de ellas en cada espacio. También el mito de la «súper mujer» está muy referenciado y, sobre todo, el hacer hincapié en cómo esta o aquella mujer ha logrado determinados éxitos sin dejar de ser «la buena madre, la buena esposa, la que no ha perdido los atributos que la caracterizan como mujer». Los peligros que acarrea la sistematización de estas tendencias está en cómo las mujeres se obsesionan con una fórmula que las amputa en sus libertades más esenciales y cómo los hombres viven en función de ser los machos, en busca de esas mujeres, que ya de por sí están cercenadas sin conciencia de ello.

 

¿Por qué resulta tan difícil de identificar y transformar la violencia simbólica?

Primero que todo por su naturalización, generada por el poder real que tiene el mundo mediático. Ello provoca que mucho de lo que se produce esté asociado a criterios de verdad y legitimados como incólumes.

Los discursos hegemónicos gozan de buena salud porque, tristemente, el patriarcado goza de buena salud, aunque me gusta aclarar que, algunas veces, propuestas alternas a las hegemónicas no tienen por qué tener conciencia de la representación comprometida con la equidad de género. También resulta interesante que muchos discursos institucionalizados operan «correctamente», si de representaciones de género se trata, solo que la pregunta sería: ¿hasta dónde esas propuestas responden a un imaginario verdaderamente comprometido o están haciendo el juego de lo «políticamente correcto»?

 

¿Piensas que el arte y la cultura en Cuba reproducen un discurso violento desde lo simbólico contra las mujeres? ¿Por qué y de qué manera se transmiten estos criterios en el campo cultural cubano?

 

Cuba no queda al margen de cómo se reproduce la violencia simbólica contra las mujeres, sobre todo porque, a pesar de los avances incuestionables de las cubanas, hablamos de subjetividades humanas que no cambian a la velocidad de la creación de determinadas políticas públicas.

A ello se le suma que parece existir una supuesta verdad generalizada en torno a que el arte no tiene sexo ni género. Ese criterio esteticista obvia que quienes crean sí tienen una construcción de género y están socializados y socializadas con determinadas pautas de un orden patriarcal. Eso queda implícito y, a veces, explícito en la obra de arte, cualquiera sea la manifestación. Pero sobre todo es más evidente en las artes visuales, en los medios audiovisuales, en la literatura y en la letra de las canciones.

En el campo cultural cubano se reproducen estos criterios porque no basta con las buenas intenciones, se necesita de una política cultural con perspectiva de género. Puedo creer que está implícito tal o más cual criterio asociado a evitar la discriminación, pero si no lo declaro y articulo en función de ello, puedo ser excluyente y, sin querer, sexista.

 

Cuando se menciona la violencia simbólica en Cuba se cita, fundamentalmente, el audiovisual, sobre todo el videoclip y otros productos televisivos. ¿Desde estos medios se reproduce la violencia de género? ¿Qué los hace tan significativos en este sentido?

 

Sin dudas, el audiovisual es portador de una ideología de género, quizás más evidente porque llega a multitudes y, según el género al que pertenezca, es masiva la recepción.

La televisión, los videoclips y el cine reproducen hasta la saciedad esa violencia simbólica de la que hemos hablado, sobre todo aquellas obras en las que se asocia que, para que «guste más» y se «venda más», el cuerpo femenino y todo lo asociado a las mujeres deben estar determinados por patrones culturales sexistas, que ya está probado que «gustan». Ese es el poder de las industrias culturales y la poca conciencia de cómo impactan estas representaciones en las personas que después, acríticamente, reproducen esos patrones.

 

¿Existen experiencias culturales en Cuba que subviertan este tipo de violencia? ¿Cuáles y queé estrategias utilizan para proponer nuevas representaciones?

Por supuesto que existen experiencias comprometidas con la equidad de género en prácticas artísticas que, a pesar de ciertos «peajes de invisibilidad», se han sostenido en el tiempo y, sobre todo, se han incrementado.

En el mundo del audiovisual, hay cambios que van no solo por el camino temático, sino también por lo formal: el cambio del punto de vista en la representación; el abordaje de temas asociados a los conflictos de las mujeres: diversas, múltiples; la autorrepresentación y/o darle voz a ellas, en primera persona; la denuncia a los encorsetamientos asociados a las feminidades y algunas estrategias discursivas que se desmarcan de narrativas asociadas a las hegemonías que son directamente proporcionales a propuestas sexistas.

A la larga, estos cambios han redundado en mayor cantidad de mujeres que hacen visible que somos mucho más que un tipo de mujer: somos muchas formas de ser mujeres.

 

¿Cuál sería, a tu juicio, el antídoto contra la violencia simbólica hacia las mujeres que reproducen el arte y la cultura?

Propuestas discursivas que se desmarquen de esas representaciones tradicionales asociadas a lo femenino. Para ello, sensibilización y capacitación, porque para comprometerse hay que estar sensibilizado y tener herramientas.

Pero, sobre todo, una cultura de resistencia que subvierta los presupuestos que, desde el arte, legitiman las estructuras patriarcales.

Con ese propósito, el feminismo es necesario y útil. Podremos avanzar poco si no tenemos conciencia de los aportes que se han hecho desde el feminismo. Cuando hablamos de feminismo, lo hacemos porque es una corriente de pensamiento, una práctica política inclusiva, que busca la equidad entre los seres humanos. La cultura y el arte han dado evidencias de alta calidad estética en la que ha anclado la práctica feminista.

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