Para que una mujer víctima de violencia machista en la pareja logre romper con los vínculos que la unen a su victimario, necesita saber que no está sola.
Especialistas concuerdan en que las redes de apoyo compuestas por la familia, las amistades cercanas, colegas de trabajo o vecinos resultan definitorias para terminar con situaciones de maltrato, lo mismo que aquellos espacios institucionales en los que ellas pudieran solicitar ayuda.
Pero la naturalización de los mitos sobre la violencia contra las mujeres complejiza la actuación de las personas dispuestas a intervenir en favor de las afectadas, un tema sobre el cual abundó para SEMlac la psicóloga Aida Torralbas, profesora de la Universidad de Holguín, a 685 km de La Habana.
Cuando alguna persona cercana está siendo víctima de la violencia machista. ¿Qué debemos y no debemos hacer para apoyarla?
Debemos tener en cuenta que esta violencia se expresa desde la más sutil —la que queda en el campo de lo psicológico y que muchas veces se enmascara tras los roles y estereotipos de género—, hasta la física.
Esto se mezcla con el hecho de que la mujer violentada puede pedir o no ayuda y tener conciencia de ella o no (en investigaciones algunas mujeres han dicho: «me pega lo normal»). Cuando esa persona no pide ayuda, suele ser más complejo apoyarla porque puede sentir que están invadiendo su privacidad.
Por ello, uno de los primeros pasos para trabajar la violencia es que la mujer tome conciencia de que está siendo violentada y de que eso no es normal. Es importante que no se sienta juzgada por quien intenta ayudarla, ni presionada a tomar una decisión. Si esto ocurre, la misma mujer puede alejarse por considerarlo una presión adicional a la que ya tiene.
Debemos dejarle saber que uno no considera justo el tipo de relación que tiene, pero que la comprende y está ahí para ayudarla en lo que la necesite. También se le pueden dar ideas de qué acciones pudiera tomar. En países donde hay centros especializados, por ejemplo, se le puede sugerir que los visite.
Se necesita hacer visible los valores personales de la mujer y reconocerle sus méritos y cualidades, pues en estos casos suele tener la autoestima muy deteriorada.
Lo que no se debe hacer es presionarla a tomar una decisión, si ella no está preparada. Solo en casos donde la vida esté comprometida, se debe hacer más presión. Si no, debe tenerse mucho cuidado para que la mujer violentada no se aleje y se quede más sola.
No vale molestarse ni abandonarla, si ella no disuelve el vínculo abusivo, pues solo se logrará que esté más sola y tenga menos posibilidades de concluir la relación abusiva. Uno de los temores más frecuentes de abandonar la pareja es el miedo a la «soledad». Si las amistades la desatienden por ella mantenerse en la relación, se vuelve un círculo vicioso.
¿Cuál es la importancia de una red de apoyo para romper el ciclo de la violencia machista?
La mujer violentada desarrolla lo que se llama «indefensión aprendida», que es una forma de desesperanza en la cual la mujer incorpora el convencimiento de que su situación no será diferente.
Se da por vencida después de intentar varias formas de cambiar la situación (la mayoría de las veces busca alternativas que no impliquen romper el vínculo) y, como no tiene éxito, asume que siempre tendrá que ser así.
Las redes de apoyo pueden brindar otros puntos de vista para resolver el problema, además de que, desde el sustento psicológico y/o material, pueden favorecer las condiciones para cambiar la situación violenta.
Por otra parte, la violencia en la pareja tiene mucho que ver con una relación de poder donde una persona abusa de su estatus maltratando a quien es más vulnerable.
Una red de apoyo puede empoderar a una mujer desde la compañía, el cuidado y el saber que hay otra persona preocupada por ella. También puede hacer que el maltratador no la vea tan vulnerable ni sola y, por esto, regule muchas de sus acciones.
Si un jefe de sector asumiera una posición fuerte ante el maltratador en un caso de violencia en el barrio, sería una manera de que el hombre sepa que la mujer no está sola. Lo mismo pasa si la familia demuestra que no permitirá el maltrato. Por lo general, el proceso de que una mujer maltratada abandone la relación suele ser largo y con recaídas, pero para que se dé, por lo general, es necesario contar con apoyos.
Se pudiera pensar que el ciclo se rompe si el hombre se detiene, pero casi nunca sucede porque, cuando él busca ayuda para cambiar, suele ser para que la mujer vuelva y, cuando lo logra, por lo general abandona el tratamiento. Además, el hombre casi nunca busca ayuda espontáneamente.
¿Cómo debe funcionar una «red de apoyo» y quiénes la componen?
Hay redes de apoyo formales, que son aquellas instituciones cuyo encargo social es la ayuda y tratamiento al fenómeno de la violencia. Pero, al no existir en Cuba una institución especializada para ello, queda en manos de médicos, psicólogos, policías, juristas y trabajadores sociales, quienes deberían atender estos casos, pero no tienen una formación para hacerlo.
Por tanto, apelan al sentido común, lleno de prejuicios e ideas distorsionadas sobre el fenómeno. Además, no hay una organización o protocolo que permita atender la violencia de manera sistémica, por lo que su manejo es aislado y, a la larga, ineficaz.
En otro orden están las redes de apoyo informales: familias, amigos, comunidad, vecinos, compañeros de trabajo, las cuales pueden servir de ayuda en un momento determinado y hasta de hogar transitorio de acogida para una mujer maltratada.
¿Cómo funcionan las redes de apoyo institucionales en Cuba? ¿Cómo fortalecerlas?
Los profesionales antes mencionados necesitan capacitación, pues en sus planes de estudio no abordan la temática. En las investigaciones que he realizado se evidencia el desconocimiento sobre el problema de la violencia de género.
Como no hay una institución especializada en el tema, se utiliza como vía alternativa las consultas de las Casas de Atención a la Mujer y a la Familia de la Federación de Mujeres Cubanas, donde un equipo multidisciplinario debe atender estos casos. La calidad de su funcionamiento varía en dependencia de las potencialidades de cada región, pues estas trabajan desde el voluntariado, lo cual implica que pueda existir inestabilidad en sus acciones o que se mantengan trabajando sin que realmente exista una multidisciplinariedad en el grupo.
Se pudiera fortalecer, ante todo, la capacitación de los profesionales que trabajan en la Casa de Orientación. Por otra parte, es importante cambiar la ley, pues se vuelve insuficiente para tratar el problema. Es importante que cada uno de esos profesionales pueda contar con un protocolo para el tratamiento de la violencia de género y que se puedan manejar los casos de forma interdisciplinaria, pues es un fenómeno muy complejo.
Se vuelve necesario crear instituciones especializadas para el tratamiento del problema, con respaldo legal. Esto implicaría recursos económicos y humanos capacitados y necesitaría un financiamiento considerable. Con la actual coyuntura socio-económica del país no me siento muy optimista al respecto.
¿En qué sentido se afectan también las personas que funcionan como red de apoyo, sobre todo psicológicamente? ¿Existen mecanismos para apoyarlas?
Las personas que son parte de redes de apoyo informales, que casi siempre tienen una relación afectiva con la víctima, suelen frustrarse mucho, pues no comprenden la magnitud del problema y les parece absurdo el comportamiento de la mujer por mantenerse en la relación.
Si no comprenden el problema y sus características, también se rinden y se alejan de la mujer violentada. Otras comienzan a rechazarla, pues la consideran débil o masoquista y terminan alejándose, dejándola sola y más vulnerable.
En las redes de apoyo formales, los profesionales con frecuencia se cargan mucho, afectivamente, y sufren lo que se llama «síndrome del quemado» y también la «victimización vicaria».
El primero hace que la persona, de tanto exponerse e involucrarse afectivamente ante situaciones de fuerte carga emocional, comience a crear como mecanismo de defensa un distanciamiento emotivo. El resultado final es que brinda un trato frío e impersonal a las víctimas (esto es común en todas las profesiones de contacto frecuente con personas y sus problemas).
La victimización vicaria se refiere al profesional también como víctima de la violencia, pues escuchar los relatos de las víctimas se convierte en una experiencia traumática para él o ella.
En Cuba no creo que existan mecanismos para apoyarles, pero son muy necesarios, pues esta situación repercute directamente en la calidad de la atención a las víctimas de la violencia de género y, por demás, se crea un nuevo problema de salud en quienes trabajan sobre estos asuntos.