Por Dixie Edith
La Habana, noviembre de 2007.- Las estadísticas sobre violencia intrafamiliar disponibles en Cuba, aunque no son abundantes ni generalizadoras, permiten confirmar que la violencia psicológica y la emocional son predominantes.
Según la definición aprobada por la Organización de Naciones Unidas, en 1994, en Beijing, China, se considera violencia contra las mujeres cualquier acto de este tipo basado en el género, que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico.
Alba Sánchez, una jubilada de 64 años del municipio de Playa, en el oeste de la capital, asegura que fue víctima de violencia psicológica, sin saberlo, durante toda su vida matrimonial. «Mi esposo, ya fallecido, llegaba todos los días del trabajo junto conmigo, pero aún así me exigía, en muy mala forma, que le tuviera listo el baño y la comida», contó a SEMlac. «Hubo un tiempo en que insistía en que yo tenía que dejar de trabajar en la calle y, cuando me negaba, se pasaba hasta dos semanas sin dirigirme la palabra», agregó Sánchez.
Un estudio, en ese mismo municipio, de las especialistas Mariela Almenares, Isabel Louro y María T. Ortiz, todas con maestrías en Psicología de la Salud, confirma la prevalencia de la violencia psicológica sobre las otras formas de la agresión intrafamiliar.
La indagación, realizada a un centenar de familias, constató que en el 90 por ciento de ellas existía violencia psicológica, mientras que la física se evidenció en un 34 por ciento de los hogares estudiados.
Publicada por la Revista Cubana de Medicina General Integral, esta investigación define la violencia psicológica como el «hostigamiento verbal entre los miembros de la familia, a través de insultos, críticas permanentes, descréditos, humillaciones y silencios, entre otras».
Según las expertas, estos actos «no dejan huellas visibles inmediatas, pero sus implicaciones son más trascendentes».
Las Casas de Orientación de la Mujer y la Familia, de la Federación de Mujeres Cubanas, observan, como otra variante de este tipo de violencia, la violación del espacio individual de los niños y ancianos.
«Algunas personas alquilan habitaciones de sus viviendas y fuerzan a los viejitos a dormir en el pasillo o la sala», confirmó a la prensa local la doctora Teresita García, jefa del servicio de psiquiatría del hospital capitalino Comandante Manuel Fajardo.
María de Carmen Chao, del Centro Comunitario de Salud Mental del Municipio Plaza de la Revolución, cree que la violencia no es sólo por acción, sino por omisión; por ejemplo, «cuando a un niño se le niega la atención, el afecto».
En este sentido, el estudio realizado en el municipio Playa detectó descuido de las necesidades de alimentación, abrigo o cuidados médicos en el 12 por ciento de las familias investigadas.
En la literatura especializada también se reconoce, como formas de violencia psicológica, el abandono y la negligencia en los cuidados, o la falta de respuesta a las necesidades de contacto afectivo y cariño.
Los resultados de otras investigaciones médicas agregan evidencias a este análisis. Las especialistas en Psiquiatría Annia Duany y Vivian Ravelo estudiaron a 50 familias del municipio del Cerro, también en Ciudad de La Habana, y detectaron violencia intrafamiliar en el 24 por ciento de ellas, «siendo el tipo psicológico la más frecuente» con un 58,6 por ciento.
Esta investigación precisa que la violencia de tipo psicológico fue más frecuente en las familias moderadamente funcionales, o sea, las de un comportamiento más o menos armónico y estable, mientras que la física ocurrió, sobre todo, en las familias severamente disfuncionales.
Más hacia el oriente de la isla, en la provincia de Camagüey, distante unos 530 kilómetros de la capital, un estudio efectuado en el territorio del Policlínico Comunitario Docente Tula Aguilera, mostró resultados en la misma línea.
Un colectivo de especialistas en Medicina General Integral de ese centro asistencial entrevistó en el año 2003 a 235 mujeres, de las cuales 125 declararon estar sometidas a algún tipo de violencia conyugal. De estas últimas, el ciento por ciento refirió haber presentado agresiones psicológicas; el 97,6 por ciento, maltrato sexual; y el 62,4 por ciento, agresión física.
Las manifestaciones de violencia psicológica estuvieron relacionadas, fundamentalmente, con críticas por la forma de vestir de las entrevistadas por parte de sus compañeros; exigencias de cumplimiento de tareas, sobre todo relativas al cuidado del hogar; así como la falta de apoyo del cónyuge en las labores domésticas.
Emocionalmente, más de la mitad de estas mujeres no solicitaron orientación profesional. Quizás, como le ocurrió a Alba Sánchez durante más de 40 años, no identificaron sus sufrimientos cotidianos con algún tipo de violencia.
La doctora en Sociología Clotilde Proveyer Cervantes, profesora de la Universidad de La Habana, está convencida de que abordar el tema de la violencia doméstica en Cuba no puede ser patrimonio de investigadores.
«Es una urgencia social», asegura Proveyer, quien pertenece, además, al Grupo Nacional para la atención y prevención de la violencia intrafamiliar y al equipo de estudios de género de la Facultad de Sociología de esa casa de altos estudios.
Según esta socióloga, los espacios conquistados en Cuba por las mujeres «modifican, de alguna manera, la relación entre los géneros y eso explica que la violencia doméstica en Cuba sea menor que en otros países».
«Pero está claro que existe y abarca todas sus gamas: desde la más sutil hasta la más cruenta. Seguimos teniendo relaciones de subordinación entre los géneros. Nuestros medios de comunicación y nuestra educación siguen siendo sexistas. Los rasgos patriarcales siguen vivos «, asevera.
El doctor en Ciencias Ernesto Pérez González, psiquiatra y criminólogo del Instituto de Medicina Legal, por su parte, sugiere analizar el fenómeno desde una posición desprejuiciada.
«La violencia en la familia no se puede enfocar con la óptica de quién es malo y quién bueno. Tiene que verse en un sentido histórico y así se descubre un intercambio de roles entre quién es víctima hoy y quién mañana», declaró en 2005 a la prensa local.
Así, de acuerdo con Pérez González, el niño objeto de agresión -directa o indirecta- en el hogar tiene muchas más posibilidades de ser un maltratador cuando sea padre y hasta de incurrir en delitos violentos.
En opinión de ambos especialistas, hace falta medidas alternativas, como la atención terapéutica de un siquiatra o psicólogo, que ayuden a reducir los factores de riesgo sociales.
En esa cuerda, las Casas de Orientación de la Mujer y la Familia han asumido labores de prevención, pero aún resultan insuficientes, y los médicos de la familia, que ejercen su labor muy cercanos a los núcleos familiares y podrían estar en mejores condiciones de enfrentar este fenómeno, no están entrenados para detectarlo y prevenirlo.
Entre las opciones en discusión hoy en Cuba, se encuentran los tribunales de familia, integrados por juristas, pedagogos, psicólogos y otros especialistas, capaces de hacer una valoración integral de la familia, de la persona y del hecho, para buscar solución a las causas.
Alba Sánchez aboga por buscar espacios donde las mujeres puedan aprender qué es la violencia familiar y cómo evitarla desde el interior de sus hogares. «Si hubiera sabido que hasta las malas palabras y las groserías son una forma de violencia, hubiera buscado ayuda», razona.
Para la doctora Proveyer, «acudir a la ley, debe ser el último peldaño de una escalera. Hay que construir otros modelos de masculinidad y femineidad que no sean contrapuestos».