Ada C. Alfonso: La violencia contamina

Psiquiatra de profesión y dedicada por varios años al estudio de temas de salud desde la perspectiva de género, la doctora Ada C. Alfonso considera que al personal de esa rama le corresponde un papel crucial en el enfrentamiento a la violencia, no sólo desde la atención y asistencia a las personas que la padecen.
A la promoción de estilos de afrontamiento no violentos, deben sumar la promoción de mensajes que ayuden a identificar «todas aquellas manifestaciones de violencia, por sutiles que sean».
Subdirectora, en la actualidad, del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba, Ada integra la Red Latinoamericana de Género y Salud Colectiva, de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social (ALAMES), es consejera de la Red de la Salud de las Mujeres de Latinomérica y el Caribe e integra el Grupo Nacional de Prevención y Atención a la Violencia Intrafamiliar coordinado por la Federación de Mujeres Cubanas. SEMlac: ¿Por qué además de ser un problema social y de derechos que afecta a un elevado número de mujeres en el mundo, la violencia es también un problema de salud?
Es por su impacto en la vida de las personas y en su percepción de bienestar. Hace décadas que la salud, como definición, desborda el campo de la ausencia de enfermedad y asimila las nociones de malestar, padecer, calidad de vida, bienestar y desarrollo humano. La violencia conecta con todas las nociones enunciadas; afecta no sólo la percepción de la persona que la sufre en cuanto a «sí misma», sino a cómo se percibe en su relación con «los otros», consigo y en su entorno, en su inserción y participación en las instituciones que integran la sociedad.
SEMlac: ¿Qué señales deben atender los profesionales de la salud para detectar este tipo de actos?
En el caso de niñas y niños, por ejemplo, las visitas frecuentes por accidentes ocurridos dentro y fuera del hogar, las lesiones y fracturas a repetición, las quemaduras sin explicación, las provocadas por cigarros, lesiones de la piel a repetición, en los genitales y el ano, las infecciones reiteradas, los cambios de comportamiento en el hogar, la escuela, con familiares y otras personas, los desórdenes alimentarios y del sueño, así como la asunción de conductas de riesgo.
En cuanto a las mujeres adultas, se reiteran muchos síntomas y se agregan otros, como la amenaza de aborto, sangrados durante el embarazo, accidentes durante la gestación y en el hogar, depresión, conductas suicidas, ingestión de sustancias tóxicas, infecciones a repetición de vías urinarias y ginecológicas; hematomas y heridas en la cara, el cuello, el abdomen, los muslos; ansiedad, autoestima baja, irritabilidad, hostilidad; trastornos sexuales, precordalgias, fragmentación de la percepción del cuerpo y diversos trastornos del sueño, entre otros.
Los profesionales de salud debieran incluir en su interrogatorio a las personas y en especial a las mujeres que demandan atención, al menos, una pregunta acerca de la ocurrencia de algún tipo de violencia en el último año, durante la vida y en la infancia y sobre todo hacer énfasis en los abusos sexuales.
SEMlac: ¿Por qué hay personas que no se dan cuenta de que viven situaciones de violencia, aunque las padecen a diario?
Lo cotidiano se integra a nuestras vidas y la violencia contamina. Las personas aprenden estilos de relación, desde muy temprano, en sus familias de origen. Además, están sometidas a un sistema permanente de influencias en los diferentes espacios donde transcurren sus vidas. Basadas en lo aprendido y aprehendido modelan y organizan sus patrones de interacción y relación con las demás personas.
Las mujeres que interiorizaron un modelo de relación basado en la subordinación de ellas en el hogar es muy probable que asuman estos papeles y no puedan identificar fácilmente que son víctimas de situaciones violentas; igual ocurre con los hombres que han crecido en hogares violentos donde los varones, sus padres fundamentalmente, han victimizado a sus madres y a ellos mismos.
Por otra parte, el estrés motiva «un no darse tiempo», un responder de «forma primitiva» frente a situaciones cotidianas y simples, a veces con formas violentas que obstaculizan la comunicación y el entendimiento. La recepción de mensajes violentos produce una «adaptación» en quien los recibe, que acaba «aceptando» que la forma de relacionarse con «los otros» debe ser violenta.
SEMlac: ¿A qué atribuye la baja denuncia de las mujeres? ¿Por qué es tan complejo romper el ciclo de la violencia y salirse de él?
La baja denuncia obedece a múltiples factores: los relacionados con las mujeres que sufren los malos tratos, los relativos con su entorno inmediato y aquellos que atañen a la sociedad y las instituciones que la componen.
Los tres se relacionan entre sí. Las mujeres temen al agresor, su entorno inmediato teme a las represalias de este y las instituciones no comprenden el miedo de ellas, atrapadas en situaciones de violencia. Esto las lleva a temer a las instituciones que deben acompañar el proceso de sobrevivencia y no confían en la denuncia como solución de vida.
Las mujeres creen en las promesas del agresor, en su reivindicación; el entorno inmediato las conmina al perdón y las instituciones consideran que es un problema que deben resolver al interior de su pareja o familia. Por tanto: «es un problema de ellas», «al final ellas siempre lo perdonan», «entre marido y mujer nadie se debe meter». No siempre las mujeres, el entorno inmediato y las instituciones reconocen el desdoblamiento del hombre violento, a quien atribuyen cualidades como ser «buen padre», «un buen trabajador», «un buen compañero», «un hombre integrado». Las mujeres terminan sintiendo vergüenza de denunciar o sintiendo culpa, como «responsables de la agresión”.
Al final sienten que no tienen a dónde ir, que la denuncia agravará su situación, que si callan los hijos e hijas no sufrirán. El entorno inmediato guarda silencio y las instituciones la culpabilizan, o se pronuncian sanciones tan bajas contra el agresor que este regresa desafiante, amenazante y les recuerda que el silencio es la vía, quizás la única para proteger su vida y la de sus hijos.
Luego, romper el círculo de la violencia requiere reconocer que se viven situaciones de violencia, sentir el apoyo del entorno inmediato, que las instituciones sean sensibles, reconozcan la violencia, no re-victimicen a las mujeres y sancionen a los agresores, también como vía de prevención.
Es un círculo basado en un sistema de relaciones de género articulado en el poder, el control y la subordinación. Romperlo remite a desmontar siglos de dominación patriarcal cuya última expresión es la relación de pareja al interior del hogar, y a remontar una cultura basada en la equidad de género y en el pleno ejercicio de los derechos humanos de las mujeres y los hombres.
La Habana, noviembre de 2006

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