Abuso sexual infantil transcurre entre mitos y silencios

Por Sara Más/ saramas_2000@yahoo.com

El abuso sexual a niñas, niños y adolescentes sigue siendo un tema del que se habla poco en Cuba y permanece invisible en la conciencia personal y en algunos espacios institucionales, confirman estudios y especialistas en la isla.
«Si bien se han dado algunos pasos en la atención y tratamiento a las víctimas, debiera haber un empeño mayor», asegura la socióloga Patricia Soberón García, autora de un estudio sobre el tema.
En su opinión, el estudio, tratamiento y prevención de esos actos necesita de una mirada sistemática, coordinada y con una mayor implicación de las instituciones, pero también de un mejor conocimiento por parte de las familias y la sociedad.
Tras entrevistar a varias víctimas de abuso sexual, Soberón García concluyó que, socialmente, hay una tendencia a creer poco probable que estos hechos ocurran. «Este es el nudo principal que lo convierte en mito o tabú», asegura la joven en su tesis de grado «Abuso sexual y cuidado de la infancia ¿Un conflicto en la familia?»
El abuso sexual infantil se sustenta, al igual que otras formas de violencia, en una relación de poder, pero en su caso involucra lo psicosocial, lo afectivo y lo genital. Aunque lo sufren niñas y niños, la mayoría de las víctimas son del sexo femenino.

Se considera una violación de los derechos humanos que se expresa en cualquier contacto sexual directo o indirecto hacia un niño o niña, con el propósito de someterlo y obtener gratificación sexual, ya sea mediante el poder físico o psicológico del agresor.
En estos casos, niñas, niños y adolescentes son sometidos a la obediencia, violentando sus sentimientos, haciendo uso del engaño, mediante promesas, intimidación, chantajes, amenazas y hasta la fuerza física.
Especialistas aseguran que no hay un perfil único que describa o identifique a los agresores, pero alertan que no se trata de delincuentes. Por el contrario, suelen mantener una buena imagen social y se hacen merecedores de toda la confianza, lo que les facilita cometer el hecho y someter a sus víctimas.
«Los agresores sexuales no son enfermos mentales, como se suele a veces pensar; son personas que pueden responder ante la ley y tienen una preferencia sexual por los menores que, generalmente, no es exclusiva; es decir, tienen relaciones sexuales con personas adultas y, cuando se les da la oportunidad, abusan sexualmente de los menores», precisó la psicóloga Juana Niurka Ronda, directora del centro de atención de La Habana, al ser entrevistada para el citado estudio.
Considerado por expertos y especialistas como «el secreto mejor guardado», el abuso sexual ocurre con más frecuencia de la que se suele imaginar, principalmente en el propio ámbito familiar y lugares donde transcurre comúnmente la vida de las víctimas, casi siempre ejecutado por personas cercanas o conocidas.
Ello condiciona, en parte, que se trate de un acto poco conocido o denunciado, pues niñas, niños y adolescentes tienden a ocultar lo que les pasa, muchas veces bajo la amenaza de los adultos que abusan, otras por vergüenza, en ocasiones porque no logran explicarse bien qué les sucede y hasta callan, incluso, para evitar un disgusto o problema en la familia.
«La existencia de subregistros sobre las estadísticas reales del problema y los mitos que existen sobre sus causas y manifestaciones hacen difícil su estudio», precisó a SEMlac Soberón García, quien actualmente trabaja en el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex).
Hasta esa institución gubernamental llegan casos de este tipo, a veces directamente a la consulta especializada de abuso sexual infantil por sospecha o indicio de algún familiar, otras mediante la atención psicológica que ya es parte del proceso de instrucción, y también cuando alguien acude al servicio de orientación jurídica, confirmó a SEMlac Manuel Vázquez Seijido, asesor jurídico del centro.
«En todos los casos hemos dado orientación y atención psicológica, cuando es necesaria. Igualmente remitimos a niñas y niños al Centro de Protección a Niñas, Niños y Adolescentes de la capital cubana, creado en 2005.
Actualmente existen otros dos centros de este tipo en las ciudades de Santiago de Cuba, en el oriente, y Santa Clara, en el centro del país, con personal especializado que previene o disminuye la victimización, realiza la exploración, atención y tratamiento psicológico y psiquiátrico a las víctimas y sus familias.
En su investigación, la socióloga Soberón García evaluó la relación que existe entre el cuidado de la infancia en la familia y la existencia de abuso sexual infantil en nueve niñas y un niño entre 5 y 15 años que acudieron al Centro de Protección a Niñas, Niños y Adolescentes de La Habana, en marzo de 2010, por haber sido víctimas de diferentes tipos de abuso sexual: actos lascivos, violación, pederastia con violencia, ultraje sexual y corrupción de menores.
Constató que la mayoría vivía en familias extensas, donde predominaban la ausencia de la figura paterna o en menor escala la materna, los padres divorciados y el maltrato infantil en el ámbito familiar, fundamentalmente la violencia física y la negligencia.
A gran parte los dejan con otros familiares -primos, tíos, abuelos y otros-, refiere la autora, y la totalidad fue víctima de violencia física, aunque lo negaban, «porque desde pequeños les enseñan que las cosas que pasan en la casa se quedan ahí, a puertas cerradas; que no se puede decir nada en la calle», precisa Soberón García.
Especialistas alertan que la detección del abuso sexual es compleja, pues se vincula muchas veces a la manifestación de sus efectos, que adoptan formas diferentes en cada niña, niño o adolescente abusados.
Poco más de la mitad de la muestra estudiada por Soberón García contó directamente el problema a sus padres, aunque ellos no les creyeron o no les dieron importancia. De 10, cuatro callaron o acudieron a otros familiares, no a sus padres.
«Nadie tiene el valor de hablar del tema, ni siquiera en la familia, y si acaso lo hacen bajito, para que las paredes no oigan», dice a SEMlac la periodista Aloyma Ravelo, quien ha conocido algunos casos por las cartas que recibe en una sección de correspondencia que mantiene hace décadas en las revistas Mujeres y Muchacha.
Casi siempre le han escrito las madres, aunque eventualmente lo ha hecho una hermana u otro familiar, precisa. «Tengo un grave problema con mi hija, primero empezó a presentar problemas en la escuela y luego con el sueño, tenía pesadillas. Estaba callada, triste. Cuando la llevé a la psicóloga fue que supe lo que le había pasado», recuerda Ravelo que le contó una madre.
Soberón García considera que, de alguna manera, la gente empieza a saber que el problema existe, aunque hay una baja percepción de su ocurrencia, faltan acciones preventivas y haría falta extender aún más los servicios actuales.
«Es por esto que lo primordial sería hacer ver que este fenómeno sí existe y convive entre nosotros. Mientras más oculto, más tendremos que exponerlo y explicarlo», remarcó a SEMlac.

 

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