Abuso sexual infantil: reconocerlo para enfrentarlo

Por Marta María Ramírez

Cuantificar el abuso sexual infantil es una tarea imposible en la actualidad, cuando el mundo tiende a soportar, en silencio, esta forma de violencia intrafamiliar por prejuicios de índoles diversas.
Sin embargo, identificar las características comunes de víctimas y victimarios, así como reconocer los factores sociales y familiares que propician este delito, podría conducir a la creación de efectivos programas de prevención e intervención a diferentes niveles de la sociedad.
Con este precepto, la master en psicología social Iliana Rondón y el especialista en segundo grado en medicina legal, Aquilino Santiago, abordan el tema desde hace unos 15 años. Aún cuando las cifras no sean definitivas, ambos investigadores coinciden en que «actualmente no es tan raro, en la isla, el delito de abuso sexual entre la población infantil y aunque exista una sola víctima, esta necesita atención».
La punta del iceberg
Pedrito era abusado sexualmente por un anciano vecino, a quien diariamente le llevaba el pan a la casa. Un día se negó a cumplir con su cotidiana tarea. Cuando la madre le insistió para que la realizara, el niño le contó lo que sucedía.
La mamá, indignada, preguntó por qué no le había dicho antes, a lo que el pequeño respondió: «es que todo el tiempo dices que las personas mayores siempre tienen la razón».
A esta máxima errónea de la educación formal tradicional y a las creencias populares encontradas –como que «los niños nunca mienten» o «ellos nunca dicen la verdad»–, se enfrentan diariamente víctimas, familiares e investigadores del abuso sexual infantil.
«Te enteras de la niña o la adolescente victimizada. Entre los varones impera la cultura del silencio, porque temen ser estigmatizados por la sociedad como homosexuales, aunque este episodio no indique su futura inclinación sexual, porque ni siquiera hay un disfrute de la relación», comenta a SEMLac Santiago.
El subregistro estadístico podría estar dado también por la desconfianza que los mecanismos policiales y legales generan en las víctimas y sus familiares, porque no funcionan o porque simplemente son más nocivos para el menor.
«Si la única vía de resolución para una familia en la que hubo un maltrato sexual es la penal, creas una división entre sus miembros: Montescos y Capuletos, como en el drama de Shakespeare», opina Santiago, en alusión a la antológica disputa familiar de Romeo y Julieta.
Al no poder establecer un claro perfil del abusador, Rondón aclara que «muchas veces es una persona que tiene un reconocimiento social y el niño está desamparado. ¡Es un menor contra un profesorsazo o un funcionario!».
Otro de los tabúes a los que se enfrentan cotidianamente como especialistas es la falsa creencia de que la víctima del sexo femenino provocó el hecho violento: «cuando la policía se ocupa de estos procesos tal parece que la delincuente es la niña. Para ellos, ella lo estimuló», asegura Rondón a SEMLac.
Bajo la superficie
Rondón y Santiago establecieron los rasgos del abuso sexual a partir del análisis de los expedientes de 246 menores de 16 años, edad que marca la responsabilidad penal en Cuba, atendidos en 2001 por especialistas del Instituto de medicina legal, tras la denuncia de cualquier expresión de maltrato sexual.
Los autores de la tesis Perfil actual del abuso sexual contra menores de 16 años, en Ciudad de la Habana refrendaron sus resultados al compararlos con los de un estudio realizado en la década del noventa por un grupo de investigadores de este Instituto, titulado Niños víctimas de delitos sexuales.
Aunque el trabajo indaga sólo los casos denunciados y examinados por los médicos legistas y no tiene en cuenta la sentencia firme del tribunal, ha servido de apoyo científico para la labor de los entendidos en el tema, al revelar los aspectos comunes del abuso sexual infantil en ambos análisis.
La investigación sostiene el predominio del abuso lascivo en el 69,9 por ciento de la muestra analizada. «Este es de los llamados delitos en silencio. La violación deja huellas, el tocamiento no», explica desde su experiencia cotidiana Rondón. A lo que Santiago añade: «creo que es un proceso escalonado. El abuso lascivo es el primer peldaño, justo cuando ocurre la denuncia».
Este tipo de victimización sexual infantil ocurre frecuentemente en el entorno de la víctima y en los horarios en los que habitualmente realiza sus actividades por lo que, según el estudio, el 88,6 por ciento de las veces se trata de personas que conocen al menor y se aprovechan de la confianza de la familia.
La figura que prevalece con mayor porcentaje en el abuso sexual en la infancia es el padrastro, en un 50 por ciento de los expedientes analizados, dato que rompe con el viejo mito de que sólo hay que cuidarse de personas desconocidas.
Si bien no puede hacerse un perfil del abusador, la experiencia diaria de los especialistas indica que no se trata de pedófilos, o sea, no sienten placer sexual única y exclusivamente con los niños, y pocas veces se ve inmiscuida una mujer en este delito.
Las relaciones intrafamiliares disfuncionales, así como la convivencia de víctimas y victimarios en el mismo hogar, son también factores de riesgo detectados por los expertos.
El doctor Santiago señala que «las condiciones actuales de la familia cubana, funcional o no, a partir de la coexistencia de varias generaciones bajo el mismo techo y los altos índices de divorcios, propician que los pequeños carentes de afecto se acerquen a la persona equivocada, muchas veces dentro del propio núcleo familiar, y esa es quien los victimiza sexualmente».
El abuso sexual infantil está estrechamente vinculado a otras formas de violencia intrafamiliar, incluso al maltrato psicológico, así como al consumo de alcohol y otras drogas, aunque estas últimas casi nunca se declaran por su carácter ilegal.
Según el estudio, puede establecerse que entre los 11 y 15 años de edad hay más riesgo de sufrir esta forma de violencia intrafamiliar, al concentrarse en estas edades el 52,4 por ciento de los casos revisados por los especialistas.
«Es a los 11 años cuando el riesgo es mayor porque el niño tiene la apariencia física del adulto, pero no todos los recursos físicos ni psicológicos para defenderse, mientras los mayores constituyen importantes figuras de poder», dice Rondón.
Algunas investigaciones sugieren una relación entre la edad, el empleo de la violencia física, el grado de conocimiento previo del victimario y el lugar donde ocurre el delito sexual: mientras más pequeña es la víctima, el abuso es menos violento físicamente, el abusador es conocido por el infante y ocurre cerca o en su propio hogar. A medida que aumenta la edad, es más violento, el victimario es desconocido y ocurre más lejos de la casa.
Los resultados demuestran que la población infantil es más victimizada sexualmente por personas mayores de 35 años y las mujeres por hombres menores de 35 años.
«Antes de los 35 años, el hombre está en mejor forma física y, para reducir a un niño, no la necesita. Al mismo tiempo, dejas a tu hijo más fácilmente bajo el cuidado de un adulto responsable que de un joven», teoriza Rondón.
Para los autores es vital tener en cuenta el predominio en ambos estudios de las víctimas femeninas en cerca del 75 por ciento. De esta manera se identifican como otras de las causas la formación sexista y androcéntrica, así como el estatus de objeto sexual de la mujer desde edades tempranas.
«Los delitos en el sexo masculino se reportan menos, no sólo porque el objeto sexual de preferencia es la mujer, sino porque tienen miedo a la estigmatización», insiste Rondón.
Denunciar o no ¿esa es la cuestión?
«Hay que dejar el triunfalismo cuando, en realidad, tenemos los mismos conflictos que en otros países. Reconocer que existe el problema es la primera manera de enfrentarlo», alerta Santiago, para quien la victimización sexual ocurre, en parte, por desconocimiento.
La complicada dinámica del abuso, así como los factores de riesgo exigen de prácticas concretas de vigilancia, control y prevención. Las acciones debían estar diseñadas para intervenir en los niveles primario, secundario y terciario, comenzando «por la educación afectivo-sexual en su más amplio espectro», señalan los especialistas en las conclusiones de su estudio, vigentes en la actualidad.
«Generar una buena comunicación con los hijos es vital para que, cuando ocurra algo, inmediatamente nos lo digan», sostiene Rondón.
En segundo lugar, los autores sugieren el trabajo con grupos de alto riesgo. Mientras que para un tercer paso, cuando el acto criminal se manifiesta, proponen el tratamiento a las víctimas para reducir la gravedad y duración del trastorno, sus recaídas y la revictimización.
«Tendremos que ampliar las vía de solución para que no sea sólo la penal. Podríamos tomar el ejemplo de otras naciones donde hay centros a los cuales la familia asiste con estos conflictos y encuentra una mediación. Todo se resuelve sin ir a la vía jurídica», sueña Santiago con su ideal.
Para él, «si las casas de orientación a la mujer y la familia fueran un poquito más dinámicas, podrían ser más efectivas para detectar el abuso sexual infantil y para buscar las anheladas soluciones».
Cuba cuenta con más de 100 servicios de atención a la población de la Federación de Mujeres Cubanas, organización femenina que tiene además las Casas de orientación a la Mujer y la Familia y coordina el Grupo nacional para la prevención y atención de la violencia intrafamiliar, centro multidisciplinario instituido en 1997.
Mientras, el paradigma de Rondón consiste en «la creación de una red social de apoyo de protección a la infancia, que funciona sólo a niveles formales. Y declara: «desde hace 15 años luchamos por la existencia de un centro de atención a víctimas que permita atenderlas, denuncien o no a su atacante».
«El control penal tiene que existir, pero no debiera ser la única solución. Debemos valernos de otros medios de intervención formal con los que brindemos oportunidades para tratar sistemáticamente a víctimas y victimarios. Hay que enseñar a la familia a solucionar el problema y la prisión no educa», reflexiona Rondón.
Los doctores advierten sobre la necesidad de mayores espacios para el tema en los medios de comunicación: «sin exacerbar el morbo, hay que decirle a la gente qué ocurre, qué hacer si se ven en una situación similar y qué sucede con los culpables de este tipo de hechos», insta el médico.
Si la conducta moral y social ideal es denunciar estos abusos para que se investiguen y se adopten medidas, no es menos cierto que esta es una decisión familiar.
Ante este panorama, Rondón recomienda creerles siempre a las niñas y a los niños: «indagar y, sobre todo, apoyarlos y atenderlos desde el punto de vista psicológico».
(octubre/2006)

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