Cuando se intente recorrer los pasos de la crítica literaria feminista en Cuba, un nombre descollará de manera irrevocable ante la concurrencia. Zaida Capote Cruz (1967) es una de las principales estudiosas que, desde esta isla, se han propuesto rescatar el lugar de las mujeres en la historia y la cultura cubanas.
Sus libros —Tres ensayos ajenos (Premio Pinos Nuevos, 1994), Contra el silencio. Otra lectura de la obra de Dulce María Loynaz (Premio de Ensayo Alejo Carpentier y Premio de la crítica, 2005) y La nación íntima (2008)— suponen un cuestionamiento a la tradición canónica de la literatura cubana desde una lectura feminista.
Además, es especialista en Estudios de la Mujer por el Colegio de México, Doctora en Ciencias Filológicas e investigadora del Instituto Cubano de Literatura y Lingüística.
Feminista convencida, Zaida posee una agudeza en el pensamiento y la reflexión que dota a su prosa de una enorme lucidez, al defender sus argumentos. Su conversación permite desentrañar conceptos, ideas, símbolos desde los que se ha estructurado el ser mujer en las culturas patriarcales; primer paso para subvertir esa zona de margen a la que históricamente se ha desterrado la creación femenina.
¿Cuándo comenzó a estudiar la literatura de mujeres?
La opción del feminismo tiene que ver con experiencias personales como, por ejemplo, percibir desde la infancia que no podía hacer lo mismo que mis hermanos varones. Ese tipo de vivencias me fue despertando la inquietud de cuestionar cierto orden preestablecido para hombres y mujeres. Pero, la historia real es que Jorge Fornet1, mi esposo, hizo su tesis de licenciatura sobre la literatura femenina de la revolución mexicana y empezó a leer acerca de los estudios de género. Yo estaba trabajando con la obra de Vargas Llosa, pero mientras, a la vez, me fui familiarizando con los textos de crítica literaria feminista, casi desconocidos, pues en la Universidad no se estudiaba la escritura femenina desde un punto de vista teórico. A esas inquietudes se unió después la motivación académica, cuando ingresé al Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM), en el Colegio de México.
¿Cuánto contribuyó ese aprendizaje teórico, recibido en el Colegio, a canalizar aquellas primeras inquietudes feministas?
Luego de graduarme de Filología, empecé a trabajar en el Instituto de Literatura y Lingüística; pero mi real vinculación con el estudio de las mujeres vino luego del encuentro organizado en 1990, en la Casa de las Américas, por Luisa Campuzano2, junto a otras cubanas y mexicanas del Colegio de México. Allí se discutieron abiertamente los problemas que nos preocupaban y, como resultado, se hizo una convocatoria de estudios de especialización en cuestiones de género en el PIEM. Esa experiencia fue muy rica porque se trató de un programa interdisciplinario, en el que trabajamos temas jurídicos, psicoanálisis, historia de las mujeres, teorías sociológicas; en fin, era como un descubrimiento, al estudiar las asignaturas habituales junto a otras con las que nunca había tenido contacto, y a la vez descubrir que existía una historia distinta, si esta se contaba desde el punto de vista de las mujeres.
En aquel momento, en Cuba casi nadie se dedicaba a la crítica literaria feminista. ¿Cuán difícil fue abrirse un espacio en este camino?
Existe un término que usualmente utilizan las feministas, que es el de sororidad. Con esto apuntan hacia una hermandad o fraternidad femenina. Creo que eso funciona siempre y también en mi caso, pues conté con el apoyo tanto de mis profesoras y colegas en México, como con el espacio que abrió Luisa Campuzano en la Casa de las Américas. Creo que el hecho de que existiera un lugar en el cual se hablara sistemáticamente de estos temas funcionó como ondas de agua. Por eso, al principio, no fue tan difícil. En el campo de la publicación y la difusión no tuve ningún problema. Aunque recuerdo reacciones y opiniones críticas, no pasaron de ser una cuestión personal.
Aún existe el estigma de que este tipo de estudios encierra en un gueto la cultura producida por mujeres. ¿Cuál es su posición al respecto?
A mí me interesa, desde el punto de vista sociológico, hacer crítica feminista. También desde el punto de vista literario, para saber cómo se construye el discurso de las mujeres a través de la historia. Pero es cierto que algunas autoras ven con mucho recelo que se les ubique en un espacio distinto al del canon nacional. Eso llega a ser problemático, porque a veces te estás planteando descubrir o trazar una línea de tradición de escritura femenina, y las autoras recelan un poco de que su antecesora sea Avellaneda y no Carpentier. La gente siempre aspira a ser reconocida por el canon y no se da cuenta de que también hay que cambiar esta manera de apreciación de nuestra propia tradición literaria. Ese sigue siendo un problema irresuelto.
Dentro de la crítica literaria feminista también se es muy puntual, se destacan algunos momentos, pero no hemos conseguido una periodización. A veces no hay porosidad entre la crítica literaria feminista y lo que se dice en otros círculos, pero no es solo un problema de las mujeres. Me parece que quienes hacen crítica de narrativa cubana también están en pequeños guetos, o los que solo estudian la literatura de los jóvenes, igual. En la cultura cubana hay poco intercambio, poca discusión, pocos espacios de diálogo cultural.
Por otra parte, el trabajo de los estudios feministas en la literatura sigue siendo una cuestión mayoritaria de mujeres, no se ha extendido suficientemente y todavía hay mucha precariedad en la difusión. Cada quien trabaja desde su espacio, pero aún no trasciende, y a nivel de los medios el discurso es mucho más conservador. Creo que esas ganancias siguen quedando en estratos culturales muy pequeños.
En sus ensayos hay un cuestionamiento al canon literario como modo de exclusión de las mujeres. ¿Cómo se ha comportado este canon con respecto a la literatura femenina cubana?
En términos abstractos se supone que el canon es lo que se estudia en las escuelas, lo que aparece en las historias de la literatura, los textos que se incluyen en las antologías. Es una muestra de lo más representativo de la literatura en un momento dado y, por tanto, ha sido muy difícil encontrar textos de mujeres en una relación de igualdad con sus correspondientes masculinos. Por ejemplo, Jardín, de Dulce María Loynaz, no se había vuelto a publicar nunca, mientras obras similares de Carpentier alcanzaron 15.000 ejemplares. La literatura de mujeres siempre se ve como un caso aislado, siempre hay autoras que destacan en condiciones excepcionales y, entonces, integran el canon. Pero el resto no, y esa es una historia que debemos rescatar, porque de manera sistemática está por escribirse la historia de la literatura de mujeres en Cuba.
¿A qué se debe entonces la eclosión de la narrativa femenina contemporánea?
Creo que tiene que ver con crisis de autoridad. Me parece que cuando fallan los controles hegemónicos, que se imponen en la sociedad y en el campo cultural, las poéticas de las mujeres comienzan a emerger. Eso fue lo que nos sucedió en los años sesenta y luego en los noventa, cuando surgieron un grupo importante de narradoras.
¿Se podría decir que en los noventa existe un verdadero reconocimiento literario de las mujeres?
El problema del reconocimiento es una batalla diaria. Las mujeres tienen una presencia bastante buena en cuanto a la publicación, son muy productivas; pero siguen estando en un circuito cerrado. Por ejemplo, a mí no me van a calificar como una crítica literaria y punto, y a ellas no las ubican solo como escritoras, sino dentro del contexto de la literatura femenina, como un grupo que es diferente del resto. Al final, cada una tiene poéticas individuales y pueden incluso ponerse en contacto con otros autores contemporáneos, y tal vez tengan más en común que con otra mujer.
¿Qué entiende usted por literatura femenina?
Siempre que preguntamos si existe una literatura femenina es como si estuviéramos preguntando si existen las mujeres. Las mujeres existen, escriben y, por tanto, hacen literatura femenina. En un sentido directo, se trata de una literatura producida por mujeres. Siempre trato de evitar cualquier declaración acerca de si esta literatura tiene rasgos específicos, sobre todo en el tema formal. A veces encuentras coincidencias, pero otras no. Por eso es importante el contexto, leer la producción cultural de las mujeres —como la de los hombres— en relación con su momento histórico, analizar los modelos que dominan el panorama de la autora, contra qué o a favor de qué escribe, cuál es la situación social de las mujeres en el lugar donde habita. Deben tenerse en cuenta todos esos elementos a la hora de analizar cualquier tipo de texto, los escriban las mujeres o los hombres.
¿En qué momento se encuentra el feminismo en Cuba?
Más bien hay gente que se declara feminista por su práctica profesional, pero no hay una articulación como movimiento desde el que podamos ponernos de acuerdo para exigir políticas públicas. Creo que eso es una carencia, porque estamos muy dedicadas cada quien a hacer nuestro pequeño espacio en las disciplinas en las que trabajamos, y no estamos organizadas para llevar adelante demandas u organizar cualquier tipo de acción social. Por ejemplo, el código de familia, el código civil o el tema de la salud reproductiva. Todo eso se puede discutir en espacios académicos, pero no hay un seguimiento sistemático en la prensa, ni está presente en el mundo cotidiano de las mujeres cubanas, y esa sería una labor que nosotras quizás deberíamos realizar.
¿Qué es lo más complicado de ser feminista en la Cuba de hoy?
Una tiene ideas, evalúa procesos sociales, tiene imágenes y una conciencia de lo que está mal y de las pocas cosas que están bien; pero, al mismo tiempo, no tienes los recursos para movilizar. Creo que es un tema pendiente, porque nos falta organizarnos y estar en contacto.
¿Cómo contribuye el arte o la investigación cultural a potenciar estas reivindicaciones que aún precisan las cubanas?
Nos toca ir ampliando esta perspectiva en el mundo cultural, explicarla, buscarle un espacio, instaurarla, difundirla. Pero me parece que a nivel social los espacios son mínimos, se cae mucho en la banalidad. Por ejemplo, ahora todo el mundo habla de género sin tener idea de lo que significa, o se equipara género con sexo. Se ha puesto de moda el término, tal como cierta perspectiva sensible para obtener financiamiento de organismos internacionales, por ejemplo. Hay mucha improvisación y esa es una carencia muy fuerte en la sociedad cubana, se va mucho al tema de la conducta sexual, y género es más que eso.
¿Cuál sería entonces la manera correcta para emplear esta categoría?
No me gustan las recetas, pero te respondo. Se supone que la categoría de género descubre que lo que creemos natural, no es más que una construcción cultural e histórica. El cuerpo también es histórico, las conductas sexuales, la biología, todo es histórico. A mí me gusta analizar la producción cultural de las mujeres como un producto del contexto, comprender la manera en que la mujer escribe y se comporta en una circunstancia dada, los temas que le interesan. No hay nada que se mantenga permanentemente y el modo adecuado de estudiarlo es con mucha sensibilidad hacia el contexto y, por otro lado, a la historia misma del movimiento femenino, a la historia de las mujeres, plantearse cómo se construye el ser mujer en un momento determinado de la historia.
¿Y cómo construye Zaida su ser mujer?
Con retacitos, con pedacitos de experiencias tanto mías como de otras mujeres. Es muy difícil definirse a una misma. Soy el resultado de lo que significa ser mujer en Cuba, hoy. Al mismo tiempo, siempre pienso que yo vivo determinadas condiciones que me permiten concebir la feminidad de una manera, por lo que no puedo pretender que sea un modelo para nadie. Esa es una de las razones que el feminismo ayuda a cuestionar siempre, cómo estás hecha y qué historia personal tienes, en qué medio vives y te desenvuelves, qué tipo de familia tienes y si te puede apoyar o no. La condición femenina siempre es una dificultad, se construye como una pelea permanente en la que asumes la herencia de mujeres en tu familia, junto a la que se va adquiriendo en las lecturas y las investigaciones, y con la experiencia de la vida cotidiana.
¿Qué significa ser una mujer cubana, intelectual, feminista, madre?
No sé si seré todas esas cosas; pero es muy complicado conciliar esas esferas. La feminidad también es tratar de concertar esos mundos a los que pertenecemos, que siempre parecen muy distantes, y que en realidad intentamos concentrar en una unidad que está en perpetuo movimiento. Para mí la maternidad es dificilísima, pero es muy gratificante. Lleva un esfuerzo, igual que el tema profesional.
¿Ha tenido que sacrificar alguno de esos espacios?
Al final, terminamos exigiéndonos más y tratando de sobrevivir a esas dificultades. Ser mujer y pretender tener una vida pública, una vida profesional satisfactoria, o una vida familiar independiente, resulta muy difícil. Siempre trae problemas que vivimos como situaciones personales, pero que en realidad constituyen experiencias históricas que compartimos muchas mujeres, que aprendes a sortear, a veces enfrentándote abiertamente y peleando por tus derechos en ese espacio, o a veces ignorándolo para seguir adelante con tu proyecto, porque también a eso se aprende.
¿Qué les falta a las mujeres cubanas luego de 50 años de Revolución?
Hemos ganado muchísimo. Con la Revolución, la vida de las cubanas cambió definitivamente. Ahora, siento que ha habido una regresión a modelos de feminidad que parecían abolidos por la práctica social. Con la crisis de los noventa, afloraron comportamientos que ponen en peligro ciertas conquistas alcanzadas por las mujeres, sobre todo en el nivel de la subjetividad. En cuanto al espacio público, creo que hay ganancias, pero hemos perdido algo importante en la construcción del feminismo como movimiento: la práctica ciudadana. Necesitamos reconstruir espacios de autonomía femenina en la sociedad, establecer redes de contacto entre las mujeres. Tenemos que reaprender todo lo referente a la discusión sobre los temas de las mujeres, porque en Cuba tenemos una herencia de feminismo.
1 Ensayista y crítico literario, dirige el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas.
2 Luisa Campuzano, ensayista, investigadora y académica. Dirige el Programa de Estudios de la Mujer de la Casa de las Américas. Ver entrevista en página 150 de este libro.