Todas las mañanas se les ve en su acostumbrado ajetreo, entre hilos, tejidos y agujas. Son las artesanas que sacan de entre sus manos las tradiciones más antiguas, transmitidas de generación en generación, para darles forma en piezas únicas, trabajadas con esmerado cuidado en los talleres de bordadoras y tejedoras de la tercera villa fundada en Cuba, la Santísima Trinidad.
Para los visitantes y curiosos que llegan a la ciudad, ubicada a más de 350 kilómetros de la capital, en el centro sur de Cuba, es casi obligado observar el minucioso laboreo.
Las tejedoras de Trinidad se han sabido ganar no solo un espacio entre los artesanos locales, sino el respeto por la obra que, con talento, han traído a nuestros días rescatando de sus abuelas y bisabuelas una manera peculiar, única, de hacer vestidos, manteles y las más variadas piezas con motivos siempre imaginativos.
La ciudad tiene el orgullo de haber sido declarada Ciudad Artesanal del Mundo en 2018 por el Consejo Mundial de Artesanías, un organismo asociado a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco)
Se cuenta que la tradición más extendida y permanente de tejer y bordar en Trinidad no vino en tiempo de bonanzas, cuando la ciudad prosperó económicamente gracias al desarrollo de su producción azucarera.
Todo lo contrario, fue hacia la mitad del siglo XVIII que, debido a la ruina del negocio de la caña de azúcar, sus pobladores exploraron nuevas alternativas para sobrevivir a la crisis y así los hilos y las agujas volvieron a ganar relevancia para garantizar la subsistencia de las familias.
En Trinidad este arte involucra a la familia, tanto a hombres como a mujeres, aunque el talento y persistencia de estas últimas han hecho que se conserve como manifestación artística, más allá de las demandas comerciales al uso.
Es cierto que en la villa trinitaria bordan hasta los hombres, sobre todo porque también el tejido y bordado es un arte que se vende en una ciudad como esta, abierta al turismo; no se puede negar la huella de la creatividad femenina en cada pieza.
Se dice que la práctica del tejido, en los primeros tiempos en que el oficio ganó espacio en la villa, fue un arte exclusivo de las señoritas de más alta condición social; sin embargo, pronto se popularizó entre todas las clases sociales y en fecha tan temprana como 1587 ya los comerciantes de la ciudad ofrecían entre sus mercancías los tejidos caseros que se producían en los hogares trinitarios.
Una de las más grandes tradiciones de la ciudad es la randa, que llegó con la presencia en la villa de los españoles. Cada pieza constituye una obra de arte única, en la que se expresan no solo la pericia, sino también la imaginación y los sueños de las tejedoras.
Las manos y la inteligencia de muchas de estas mujeres es el sustento económico de familias enteras. Una tradición que se mantiene viva y renovada, que bebe de sus fuentes originarias, pero se transforma en la medida que sus hacedoras han logrado investigar sobre esta expresión artística, que tiene ya más de 500 años de existencia en Trinidad.
Así, por ejemplo, la puntada que más demandan los compradores es la trinitaria, que reproduce el aspecto de las antiguas rejas coloniales y es una evolución de los primeros puntos que se practicaron en la villa.
El valor cultural de los trabajos de artesanía, particularmente los tejidos, bordados y deshilados, ha sido reconocido por expertos del Consejo Mundial de Artesanías (WCC, por sus siglas en inglés)
“Me parece que es lindísimo que la gente se preocupe por investigar, ir a los museos, mirar técnicas, puntos y hacer de esto una parte del futuro de Trinidad”, aseveró recientemente el presidente del WCC para América Latina, el uruguayo Alberto de Betolaza, respecto al rescate de algunos de los saberes más antiguos, ahora transmitidos a la juventud.
El Centro Nacional de Artesanías de Cuba valora también la nominación de Trinidad como Ciudad Artesanal de la Aguja, en reconocimiento a la preservación de saberes manuales asociados a la lencería.
En estos momentos, una treintena de ciudades del mundo —de ellas apenas cuatro en América Latina— poseen la condición de Ciudad Artesanal.