Las familias cubanas viven una situación inédita, la respuesta a la COVID-19 impone quedarse en casa y el hogar se convierte no solo en el centro de los cuidados, sino también en espacio educativo y de trabajo.
A medida que la pandemia avanza, surgen preocupaciones y sobrecargas al interior de las viviendas. Las estrategias de respuesta familiares son diversas, como diversas son las familias cubanas; pero para aquellas con menores de edad y adultos mayores, las presiones se incrementan.
“Obviamente, las principales preocupaciones son las que genera el virus. Se siente preocupación cuando hay que salir en busca de insumos necesarios para el hogar o porque alguna de las personas de la casa aún está trabajando”, declara a SEMlac la psicóloga Roxanne Castellanos Cabrera.
La especialista participa en la coordinación de un grupo de apoyo psicológico a través de la red social Whatsapp que reúne a 257 personas, en su mayoría mujeres. El grupo es uno de los dos creados, durante el aislamiento físico, para familias con hijos e hijas menores de 18 años.
La iniciativa fue organizada por profesionales de la Sociedad Cubana de Psicología e incluye otros grupos de apoyo para poblaciones vulnerables a la COVID-19 como personas mayores, personal de la salud pública y familias transnacionales, con integrantes que residen en el extranjero.
Entre las primeras medidas implementadas por el gobierno cubano estuvieron las de protección a las madres trabajadoras y las facilidades para el teletrabajo. Estas acciones han llevado a muchas cubanas de vuelta al espacio privado, un ámbito en el que, según investigaciones, persisten desigualdades de género y violencias machistas.
En su experiencia de orientación psicológica, Castellanos ha identificado sobrecargas relacionadas con el trabajo doméstico, el cuidado de hijas e hijos y las responsabilidades que impone el teletrabajo.
“Además del teletrabajo y la casa, se les está pidiendo a las madres que les oferten más actividades didácticas a sus hijos y estén más atentas por su vulnerabilidad psicológica ante esta situación. Muchas trabajan, incluso, a altas horas de la noche y de madrugada. Yo creo que hay un sentimiento compartido, y me incluyo, de estar más cargadas y con más actividades que en los períodos normales”, reflexiona la especialista.
La feminización del trabajo doméstico y de cuidados no es resultado de la COVID-19, sino un hecho conocido desde hace tiempo en Cuba. La Encuesta Nacional de Igualdad (ENIG 2016) ofrece datos sobre la división sexual del trabajo y las desiguales de género que prevalecen al interior de los hogares cubanos.
“Nuestros hogares son esencialmente construidos y organizados reproduciendo una lógica patriarcal y, en ese sentido, hay una sobrecarga para las mujeres, quienes, al mismo tiempo, tienen que asumir otras responsabilidades en el ámbito público”, sostiene Georgina Alfonso, directora del Instituto de Filosofía.
“Por ejemplo, ellas son 71,1 por ciento del personal de salud y también son mayoría en la fuerza técnica y profesional del país, pero ¿qué pasa cuando regresan a casa?”, reflexiona Alfonso.
La investigadora feminista reconoce que el escenario actual exige poner la mirada en los cuidados y repensar la manera en que se asumen al interior de las familias, pero también en la sociedad.
“Esta circunstancia nos obliga a reflexionar sobre algo en lo que se insiste desde el pensamiento feminista: la responsabilidad individual y colectiva en la organización equitativa de las tareas del hogar. No se trata de ‘ayudar a mamá’, sino de distribuir las tareas del hogar porque la responsabilidad de la reproducción de la vida es de todas y todos”, afirma Alfonso.
¿Y si, en vez del closet, echamos abajo las desigualdades de género?
Convocatorias, videos motivacionales y recetas para pasar la cuarentena convidan a realizar proyectos pospuestos: reformas hogareñas, leer un libro, hacer proyectos nuevos, organizar libreros y armarios, dedicar tiempo a la familia. Pero, ¿la realidad doméstica lo permite?
Los testimonios indican que aquellas familias que habían avanzado en la equidad están en mejores condiciones para hacer del tiempo en aislamiento un momento provechoso y menos desigual.
Es el caso de Yorisel Andino Castillo, residente en la ciudad Santiago de Cuba, a unos 867 kilómetros de La Habana.
“Por fortuna me tocó una buena familia y, luego de adulta, tengo la certeza de haber formado mi propia familia de la mejor manera para todos nosotros. Por eso el tiempo de aislamiento social no ha venido a inventarnos nada, sino a reforzar lo que somos”, cuenta la joven musicóloga y directora de la Sala de Conciertos Dolores.
Andino vive con su hija pequeña, su esposo Miguel, su madre y una tía materna, ambas adultas mayores. Tres generaciones conviven en armonía, una realidad que para otras familias es un reto.
“Vivimos en una casa enorme del centro histórico santiaguero, así que la higiene de la vivienda es tarea históricamente compartida, te aseguro que la columna vertebral de una sola persona no resistiría”, afirma la joven de 36 años.
En su caso, el cambio generacional y la formación profesional han sido factores determinantes. Organización y equidad vienen de la mano y las tareas domésticas se distribuyen de acuerdo con las habilidades y posibilidades de cada integrante. Así, ella puede trabajar desde casa, pueden jugar con la pequeña Adriana Mercedes y disfrutar rituales familiares como el café de la tarde.
“Como matrimonio, pertenecemos por suerte a una generación que cambió las percepciones sobre la familia tradicional. Gracias a nuestra formación en las ciencias sociales y humanísticas, y a nuestros contextos, trascendemos las tareas etiquetadas o prefijadas a los llamados roles de género”, explica la también profesora de arte.
La experiencia de Andino no es única. Desde otros espacios se comparten historias de padres que participan de manera activa en los cuidados y educación de hijas e hijos.
“Los que se están quedando en casa con las mamás están distribuyéndose las actividades. La red de apoyo es esencial y lo correcto es que todos los miembros adultos de la familia se compartan las labores de manera justa. Y si nos estamos refiriendo a los niños, ambos padres deben estar mano a mano haciéndolo todo”, refiere, desde su práctica de acompañamiento, la psicóloga Castellanos.
La investigadora Odalys González Collazo también propone comenzar por la familia para valorar los cuidados y el trabajo reproductivo.
“La distribución equitativa de las tareas al interior del hogar puede ser un primer paso, así como una mayor conciencia del valor y significación que tienen estas labores. Se debe romper con el esquema erróneo de que los cuidados son solo un trabajo concerniente a las mujeres, las cuales `especial y naturalmente` están dispuestas a ejercerlo”, opina González, especialista del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS).
Las entrevistadas por SEMlac plantean un menú de opciones participativas para las dinámicas familiares en tiempos de COVID-19, que incluye: la distribución de tareas y responsabilidades domésticas y su rotación entre integrantes de la familia; la designación de una persona para hacer las gestiones imprescindibles fuera del hogar; dedicar tiempos para el autocuidado y respetarlos; diseñar horarios para el estudio y las tareas domésticas y reservar momentos para compartir y disfrutar en familia.
Así, la “cuarentena” ha visto nacer los cine-debates familiares, momentos para compartir la banda sonora de distintas generaciones que conviven en casa y hasta grupos familiares y barriales de Facebook donde se intercambian anécdotas diarias.
El uso de las redes sociales virtuales e internet como recurso para la información, la comunicación y la convivencia, en plena pandemia, es inédito en Cuba. En la nación caribeña crece el acceso a estos servicios, pese a su carestía. De acuerdo con el Informe Global Digital, en 2019 Cuba reportó 7,1 millones de personas conectadas, lo cual representa 63 por ciento de la población.
¿Qué sucede cuando no nos protege el mismo techo?
El hogar es mucho más que una vivienda y un techo, pero en momentos en los que todos deben mantenerse en casa, ese espacio físico y las desiguales sociales también limitan las estrategias familiares.
El déficit de viviendas en Cuba es un problema complejo. La publicada en 2018, refiere que 849.753 personas viven en cuarterías, ciudadelas y edificios críticos.
La Habana es la provincia más afectada y cuenta con 104 comunidades de tránsito, en las que algunas familias han vivido por más de 20 años, según información difundida por la Agencia Cubana de Noticias (ACN). La capital es también la provincia con mayor número de casos confirmados de la COVID-19.
¿Qué estrategias para la convivencia pueden generarse y apoyarse hacia esos espacios precarios, en tiempos de pandemia?
“Las miradas también deben ponerse en los recursos y estrategias familiares para afrontar este acontecimiento de salud y brindar especial atención a aquellas familias que se encuentran en situación de vulnerabilidad social”, opina Odalys González Collazo.
El gobierno ha dado a conocer distintas medidas de apoyo a familias vulnerables, como las de adultos mayores, personas solas y con menores de edad, y aquellas que se encuentran en localidades con transmisión de la enfermedad. Las disposiciones incluyen ayuda financiera, asistencia social, entrega a domicilio de alimentos y medicinas, entre otras acciones.
Para Georgina Alfonso, el contexto cubano tiene fortalezas que hacen de la comunidad el espacio donde pueden desarrollarse iniciativas solidarias con la participación de la familia, la comunidad, el Estado, la ciudadanía y el sector privado de la economía.
“El tejido social cubano favorece la vida en la comunidad y, en estos momentos, es un factor muy importante. En la comunidad se sabe quién está enfermo, qué familia necesita ayuda, quiénes son las mujeres que están trabajando en estos momentos”, opina la investigadora feminista.