Rompiendo el molde del campo

Por Raquel Sierra / raquels@enet.cu / Foto: SEMlac

El molde del campo cubano ha sido siempre rígido: los hombres trabajando la tierra y manteniendo a la familia; las mujeres, confinadas al hogar, lavan, cocinan, friegan y alimentan a los familiares y los animales de corral, labores por las que no perciben remuneración. No sin tropiezos, el molde comienza a ceder. Nervys Ferry, única mujer entre cinco hermanos, se quedó en Guantánamo, en el extremo oriental de Cuba, al cuidado de su abuela, mientras su mamá y sus hermanos se fueron a vivir a La Habana. En aquella tierra, muy calurosa, se casó, se hizo veterinaria  y nacieron dos de sus tres hijos.
El tiempo pasó, “la situación empezó a apretarme fuerte, mi mamá decidió que yo también debía venir para la Habana, hace 28 años. Ya no estaba la abuela, a quien tenía que cuidar”, contó a SEMlac.
Una vez en la capital, siguió trabajando como veterinaria, hasta que salió embarazada nuevamente. Decidió entonces trabajar por su cuenta y con una nueva pareja, “un guajiro” (hombre del campo). Con el aprendió sobre las intimidades de la comercialización agropecuaria.
Llegó en 1999 a un pedazo de tierra opuesto a Alamar, una urbanización de unos 100.000 habitantes al este de la capital. Con los terrenos recibidos en usufructo vinieron los problemas.
“Nadie quería este pedazo de tierra porque era marabú y piedras. Casi nadie me siguió, en un momento me vi sola. Hasta mi esposo se negaba rotundamente a hacer esta actividad tan fuerte de limpiar el terreno, pero empecé a `conquistar´ hombres, a decirles que sí se podía y no había que tener miedo”, recuerda.
Aunque en los últimos años ha crecido la participación femenina en el espacio productivo agrícola de la capital cubana ellas siguen siendo minoría.
Fuentes de la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA), que agrupa a personal técnico y productivo en toda la isla, indican que, en no pocos casos, la labor de las mujeres se esconde detrás de los esposos, pues generalmente ellas figuran como “la esposa de”. No es el caso de Ferry, pero no está ajena a esa realidad: “muchas mujeres se me han acercado con muchos deseos de trabajar, pero el marido les dice que si cogen un machete o una guataca ahí mismo se acabó el matrimonio, y les digo: `esto es una cuestión de decisión, el mío tampoco quería y, al final, lo convencí y ambos guataqueábamos juntos; es cuestión de proponérselo”, asegura.
Los prejuicios rodean la actividad femenina en el campo. Ferry se ha crecido ante la indiferencia, las burlas, la falta de cortesía de los hombres. “Yo les decía: mírame, ¿qué tu me ves?, ¿soy diferente a tu mujer?´. Hoy es distinto: me ven, me llaman, me dan el asiento en el transporte”, sostiene.
“Aquí, en el campo, he aprendido a hacer de todo: arar con los bueyes, enyugarlos, sembrar, manejar mi tractor y andar en él por toda la ciudad como si fuera el Lada (auto de fabricación rusa) más lindo. No vivo esos prejuicios, a veces me señalan y dicen: `mira, una mujer´, y yo los saludo, les tiro una sonrisa”.
Como madre, dice ser implacable. “Vivo detrás de ellos como si fuera un patrullero (oficial de la policía motorizada). No me importa que sean grandes, los regaño como si tuvieran dos años. Tengo oídos para lo que me digan, los escucho, pero si creo que  no estoy equivocada se hace como entiendo. Les digo que yo ya tengo un resultado y el de ellos está por verse”, asegura a SEMlac.  
“Este no es un trabajo fácil, da muchos logros y satisfacción, puedes estar lo más estresada del mundo, llegas a tu finca, tu tierrita, te pones a trabajar y hacer algo y todo se te olvida, no tienes que ir a un siquiatra, esta es la cura”, cree.
Para esta mujer de piel negra y tersa, que no delata su edad, “la fuerza de voluntad de las mujeres es mayor a la de los hombres. Somos tan capaces que ellos, al final,  nos siguen”, considera.
Las pistas de estos asuntos se ven reflejadas en las cifras. Datos del Centro de Estudios de Población y Desarrollo (CEPDE), de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), refieren que las cubanas suman alrededor de 47 por ciento de las personas que habitan áreas rurales.
Sin embargo, según las cuentas del Ministerio de la Agricultura, en julio de 2009 apenas llegaban a 19,2 por ciento de la fuerza agrícola en el país. Aunque críen los animales de corral, recojan viandas y frutas para la alimentación familiar, todavía se les ve exclusivamente como amas de casa.
Al menos en la capital  es pequeño también el número de mujeres que recibieron terrenos en el proceso de entrega de tierras ociosas en usufructo, establecida mediante el Decreto ley 259, de 2008.
De acuerdo con Amarilis Ramos Días, subdelegada de funcionamiento de la Delegación de la Agricultura en La Habana, las parcelas entregadas fueron a parar a manos de dos mil 057 hombres y solo 391 mujeres, porque sus solicitudes fueron también menos.
 
Abrirse camino
“Mi papá criaba todo tipo de animales y le gustaban mucho los conejos. Yo llegaba de la secundaria y lo ayudaba a cuidarlos. Pasaron los años, me hice profesora, trabajé 30 años en educación y, cuando me jubilé, le dije a mi esposo, a quien también le gusta esa especie: `vamos a criar conejos´, como hobby y para la alimentación”, cuenta Gloria Ramos Ramos.
Esta historia comenzó hace apenas dos años. Se inscribieron en un órgano de base de la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA), pero a la larga decidieron crear uno en su consejo popular: Debeche-Nalón, en Guanabacoa, uno de los municipios con espacios libres en la periferia de la capital.
 “Pensé, sobre todo, en la mujer y la familia. Muchas se jubilan y no hacen nada más, se quedan en las casas, se deprimen y se me ocurrió que esto podría ser un estímulo. Además, la carne de conejo es sana y nutritiva, no provoca problemas de colesterol y, criando estos animales en pequeños espacios, se puede llevar una buena comida a la mesa”, dice Ramos.
Al principio se sumaron 20 personas, ahora ya son 68 conejeros asociados a ACPA, subordinados a la CCS Daniel Hernández. Las mujeres, que comenzaron a asomarse discretamente, ya ven la viabilidad y conveniencia de poner ellas mismas en la mesa un alimento sano y tener ingresos propios.
En la barriada de La Lisa, un tanto alejada del centro de La Habana, Juana María Torres Martínez también habla con pasión de los conejos. Aunque comenzó hace solo cinco años, su papel ha ido en ascenso: pertenece al órgano cunícola de ACPA en su territorio, es su secretaria ejecutiva-financiera y punto focal de género, cargos que ocupa también a nivel de la provincia.
“Me incorporé a este movimiento hace cinco años, cuando vine a vivir con mi esposo, Fernando Ordaz, presidente de los cunicultores cubanos. Él ha desarrollado esta actividad durante 45 años y así comencé a relacionarme con este mundo de la cunicultura”, dijo a SEMlac.
Primero que todo, comenzó a participar en talleres para adquirir conocimientos y  se interesó por este universo que poco a poco la fue absorbiendo y hoy considera fascinante.
“Cualquiera, frente a los conejos, los ve a todos iguales y fáciles de criar, pero no es así. Son animales con un sistema digestivo muy primitivo, no toleran cambios bruscos en la alimentación. Son muy sensibles a enfermedades, ciclones, vientos y altas temperaturas”.
Incansable, trabaja por la incorporación femenina al trabajo y sostiene que su cooperativa, la Orlando López, apoya ese enfoque y ha servido de sede de encuentros de las cunicultoras de la ciudad, cuya cifra ha crecido de 44 en 2008 a 110 en 2010.
“Muchos esposos son reacios a que ellas participen, pero han ido entendiendo y se suman a los eventos, donde se debate desde autoestima hasta violencia. Si antes ellas venían solas, ahora las acompañan sus parejas”, agrega Juanita, quien por sus conocimientos es ya una experta de la especie y valora animales en las ferias agropecuarias.
En su trabajo “La revolución de las cubanas: 50 años de conquistas y luchas, Mayda Álvarez”, directora del Centro de Estudios de la Mujer de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), señala que los obstáculos fundamentales para el empoderamiento de la mujer rural siguen estando en la sobrecarga de responsabilidades domésticas.
Para Dilcia García, doctora en Medicina Veterinaria y responsable de los proyectos de género en la Asociación Cubana de Producción Animal, “el espacio rural cubano es muy masculino y cambiar esas mentalidades y lograr la corresponsabilidad en el hogar lleva tiempo”.
En declaraciones a SEMlac, García indicó que “hay avances, pero hay que seguir capacitando, trabajar con los niños  y las niñas porque así vamos a romper estereotipos y evitar reproducir la cultura patriarcal existente”.

Marzo de 2011

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