La historia de María del Loreto Pajón, una cubana nacida en 1959, está muy ligada a sus abuelos maternos, emigrantes gallegos con quienes vivió toda la vida en la calle San Nicolás, en el céntrico barrio de Centro Habana, en la capital cubana.
Nieta e hija de gallegos, desde pequeña en su hogar le hablaban y le cantaban en el idioma de la lejana Galicia; los platos y postres que comía eran los de aquella región española: garbanzos y judías, carne y mucha papa, pero nada de arroz, algo infaltable en la mayoría de las casas de la isla.
El apartamento de los abuelos, donde vive todavía, está muy próximo a la Iglesia de San Judas y San Nicolás. Allí iba a misa todos los domingos. Hasta sus disfraces (en épocas de carnaval), de vuelos y óvalos, siempre estaban ligados a Galicia.
“Ellos estaban perfectamente adaptados a vivir en Cuba, pero conservaron siempre sus costumbres. Tenían su manera de hablar, ese deje que nunca se pierde, murieron ancianitos y siempre lo tuvieron; algunas palabras todavía las pienso en gallego”, sostiene.
“Aquello tuvo sus consecuencias. Cuando jugaba con otras niñas, yo cantaba en gallego y las demás se burlaban de mí; la vida centrada en los orígenes de mis abuelos me afectaba en mis relaciones con las personas fuera de ese círculo”, recuerda Maylo, como le dicen casi todas las personas.
“Llegó un momento en que no sabía quién era y a dónde pertenecía”, confiesa a SEMlac. “Me inventé una familia, como una defensa contra el exterior. La abuela en parte lo entendió, pero me dijo que eso era una forma de mentir”, relata.
“Un día, en carnaval, un comerciante vendía cornetas y le pedí a mi abuela que me comprara una gaita, pues en la casa se llamaba así a todo instrumento de viento. El hombre me miró con extrañeza y mi abuela, con compasión. Creo que ahí entendió que había que criarme de otro modo”, confiesa.
“Se dieron cuenta de que me estaba costando trabajo incorporarme. Junto con ellos, yo tuve que conquistar mi espacio y tejer mi historia en este país”, dice.
Su abuelo, Gumersindo Lorenzo Vázquez, había llegado con 10 años a Cuba, en 1915. Su padre quiso irse a México y él decidió quedarse en Camagüey, a unos 550 kilómetros al este de La Habana. Con apenas tan corta edad, recorrió durante meses la isla, encontró gente buena y mala, pero sobrevivió. En la capital lo acogieron otros gallegos, en Luyanó, donde se concentraban los emigrantes de su tierra.
“Él nunca entendió por qué vino a parar acá, por qué su padre lo trajo. Se quedó solo, desde muy pequeño. Nunca más quiso volver”, cuenta Del Loreto Pajón lo que tantas veces le escuchó decir a su abuelo, quien murió en 1979, a los 73 años.
La abuela Amadora vino con 15 años, en 1925, desde una remota aldea que ya no existe. “Cuando su padre la despidió en el puerto, le vaticinó que no volverían a verse. Así sucedió”, rememora, con la pronunciación de sus ancestros.
Se conocieron y ya en 1931 estaban casados. En los años cuarenta pudieron regresar al terruño natal, pero habían perdido una hija en Cuba y decidieron quedarse para siempre. “Me inculcaron el amor por España y por Cuba, a quererlas y respetarlas a las dos. Se los agradezco mucho”, refiere.