Dialogar sobre las relaciones raciales en Cuba con Gisela Arandia Covarrubias es un golpe al sentido común, un mazazo a las lecciones aprendidas y aprehendidas. Esta mujer, afrocubana y periodista, Doctora en Ciencias Filosóficas, coordinadora del capítulo cubano de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora (ARA), ha hecho un sacerdocio de la investigación sobre el racismo, junto a otros temas como el impacto de los medios masivos de comunicación, género, homofobia y trabajo comunitario.
«La sociedad cubana no tiene consenso para el tema de la discriminación racial. Hay que construirlo y no es algo que puedes hacer en silencio. El consenso tienes que construirlo desde un discurso público, un discurso crítico; porque es, además, una parte importante de la conciencia social», asegura al referirse a lo que es, a su juicio, uno de los elementos más importantes y urgentes a comprender para articular mejor la lucha contra este flagelo.
Autora de numerosos ensayos sobre esta problemática, quizá uno de sus textos que mejor explique el porqué de librar esa batalla, y conecte cada suceso a su causa y sustrato, es el que publicó en 2012, gracias a la cooperación del Fondo de Población de las Naciones Unidas y el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello: «Población afrodescendiente cubana actual».
«En realidad, las personas que vivimos en la isla no necesitamos que, desde afuera, nos digan qué hay que hacer para enfrentar conductas discriminatorias y prejuicios que muchas veces están lastrados por una mirada paternalista y también de tipo etnocentrista. En Cuba existe una lucha contra el racismo, tiene como aliado principal una cultura de resistencia con cánones muy fuertes que una vez más ponen a prueba su sentido de pertenencia y como dijo recientemente una joven rapera durante un debate: ‘convertir el dolor en valor y fortaleza'»; así concluye el volumen sobre el que conversa con SEMlac y que, de algún modo, refleja también la historia de quien ha sido testigo de esta lucha.
Ante el «síndrome de negación del racismo» -una de las definiciones que defiende Arandia- y su incongruencia en el plano político-institucional, la investigadora sostiene que no podemos avanzar sin entender que el racismo es un fenómeno global, con una base común.
«Su origen está, en primer lugar, en el diseño colonial, en el cual la trata marcó elementos nefastos: primero, fue la mayor violación a los derechos humanos que se ha cometido en la historia y duró casi cuatro siglos. Hoy se habla de que fueron trasladados más de 20 millones de personas. La peor de sus consecuencias es que la trata permitió acuñar a la población de origen africano como inferior», refiere la entrevistada.
«En segundo lugar, no se puede hablar del racismo sin hablar del capitalismo. Porque el racismo es finalmente un fenómeno económico», dice.
Para Arandia, de ahí parte la complejidad de esta problemática, que implica a muchas naciones, comunidades
y tiene que ver con algo mucho más profundo, «porque una de las características del racismo es que no puedes examinarlo desde una sola perspectiva», precisa.
«Tienes que analizarlo dentro del racismo de la hispanidad, o sea, acercarlo a la región; y en este se expresa la variable que algunos investigadores llaman racismo culto, que es la negación del racismo. En Cuba se usa con frecuencia, incluso en el discurso periodístico político», agrega.
La especialista explica que si por una parte británicos, alemanes y holandeses propusieron el racismo de la exclusión, es decir, de la segregación, donde no existía en lo absoluto el diálogo; Portugal -que fue el primer país que llegó a África, junto a Francia y España- practicó el racismo de la asimilación.
El no reconocimiento del racismo y la búsqueda de la blanquitud como modelo social por excelencia, hoy frenos para la eliminación del racismo, tienen sus raíces en esos hechos, subrayó.
«España era un país traumatizado por ocho siglos de invasión árabe, islámica y berebere, que trataron de barrer como pudieron con este país. No es fortuito que en América organizaran lo que llamaron título de blanqueamiento, donde entra la identidad a jugar un papel. Pero es una identidad ficticia, porque fue construida a partir de un fenómeno cultural, social, clasista», argumenta Arandia.
El ejemplo es simple, subraya. «Si eras el hijo de
, que tiene dinero, te inscribe como blanco, aunque fuese del color que sea. Tu apariencia no interesa, porque ahí entra entonces, en el contexto de la modernidad, la blanquitud como categoría filosófica. Esa blanquitud no es solo el color de la piel, es una actitud, es un comportamiento
En su opinión, «para un país como Cuba, desprenderse de ese sentido de la hispanidad es muy difícil, porque nosotros somos muy hispanistas. Y ello se defiende a partir de esa búsqueda de la blanquitud, porque no queremos ser de la africanidad. Justamente de ahí parten todos los mitos culturales, teorías y estereotipos que tienen que ver con esa búsqueda como paradigma; porque la blanquitud implica una posibilidad de éxito que no tiene la negrura, o la gente de origen africano.
«Siempre se dijo: hay prejuicios, pero no hay discriminación, y eso es una barbaridad», insiste la experta, porque la discriminación es la práctica del racismo y «el racismo es la ideología; aunque en Cuba no hay una ideología del racismo a la manera que puede existir en Estados Unidos, donde un policía mata a un negro y no pasa nada», dice.
«Pero esa ideología, en nuestro caso, está dentro de un contexto cultural, de una sicología», sostiene la investigadora.
«Desde esa visión eufórica de la hispanidad, América Latina ha creado un pretexto, que es el más interesante de todos: el mestizaje. Somos pueblos mestizos, pero el uso del mestizaje como un discurso cultural es la mayor barrera. Entonces, como todos somos mestizos, es como un paraguas gigante que abres y ya todos estamos debajo suyo. Culturalmente es hermoso, pero no acepta que existan las desigualdades sociales y hace que se siga viendo la pobreza como algo aislado, casual. No hay accidentes históricos», señala.
En ese sentido, si no se denuncia el racismo, puede existir toda la vida, porque no es un fenómeno que desaparezca, alerta Arandia.
Sentido de vida
Al periodismo dice deberle Gisela Arandia la activista que es hoy, pues desde esa plataforma asumió el tema del conflicto racial en Cuba. «Me dotó de oportunidades, que si yo hubiera sido una académica, socióloga, sicóloga
, quizá no hubiera podido llegar hasta aquí; porque a través del periodismo tuve la oportunidad de ser observadora participante, que es una metodología investigativa, pero que desde esa profesión es algo muy dinámico. Y ese fue mi primer comienzo», rememora.
Mucho sucedió, dijo, desde entonces y hasta el nacimiento del proyecto Color Cubano, que desde 2001, bajo el auspicio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y hasta su disolución en 2009, promovió la reflexión teórica en los medios y en el mundo académico e intelectual del país, y marcó un punto importante en su trayectoria profesional.
«En 1989 escribí mi primer ensayo, que aparece con algunas modificaciones, en el libro Sociedad multirracial e identidad nacional, el cual mandé al concurso Alejo Carpentier. Pasó, por supuesto, sin penas ni glorias, pero me sirvió infinitamente.
«Después, en la década de los noventa, se hizo un evento en Cuba que se llamó Malcon X, al cual vino un grupo de afroamericanos. Estos le plantearon a Fidel Castro la necesidad, tal vez, de que hubiera un discurso desde Cuba sobre este tema, porque había una propaganda muy fuerte contra el país, sobre todo desde los Estados Unidos. En ese contexto pude obtener un año sabático y comenzar un trabajo de investigación
, una investigación grande, inédita, de casi más de 500 cuartillas», relata la investigadora.
«Mi ilusión era, de cierta manera, que esas entrevistas me permitieran demostrar que en Cuba el racismo estaba desapareciendo. Pero la investigación, sorpresivamente para mí en ese momento, demostró que el racismo era muy superior a lo que yo era capaz de imaginar, tanto que tomé la decisión de dejar eso ahí y empezar entonces otra fase de la investigación, en la cual tuve la oportunidad de crear, desde la UNEAC, el proyecto comunitario La California», rememora.
Dicho proyecto, que comenzó en 1995 en un barrio pobre de Centro Habana, si bien no se ha disuelto, se ha ido extinguiendo lentamente.
«Tuvimos un gran apoyo de las autoridades, como Esteban Lazo, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, y de Abel Prieto, quien en ese momento presidía la UNEAC, y luego como ministro nos siguió apoyando. Se debatieron en la comunidad muchas cosas, con las autoridades presentes. Pero el problema de la marginalidad es bien complejo y, cuando esas personas asumen una nueva posición o una posición participativa, son muy críticas con las instituciones. Entonces las instituciones no están dispuestas a aguantar que esas gentes les hagan críticas», explica.
«Digamos que aquella fue la primera escuela real de lo que pasaba en la práctica y fue, justamente, con esa experiencia de La California, que en 2001 se creó Color cubano, como resultado de una de las comisiones ampliadas del Sexto Congreso de la UNEAC de 1998. Ahí estuvo Fidel Castro y tuve la posibilidad de conversar con él de qué era Color Cubano. Recuerdo que quería saber qué era la marginalidad. Y ahí yo le dije: ‘Comandante, la marginalidad no es solamente un problema económico, es un problema cultural, conceptual, filosófico…'»
Arandia califica la experiencia de Color Cubano de muy sólida. «Este país está preparado para asumir el tema del racismo, no es cierto que puede dividir a la nación, todo lo contrario. Color Cubano demostró eso. Que enriquece y fortalece».
Para la experta, otro de los grandes escollos a los que se enfrenta este debate es que no existen aún suficientes estudios sobre la problemática racial en el país, lo cual limita la visibilización del problema.
«Se está avanzando, pero a un ritmo lento; y si no hay una producción de conocimiento, es difícil arribar a investigaciones y conclusiones, porque la investigación es el resultado de un contexto, de un ambiente, de una situación», plantea Arandia, quien obtuvo, en enero de este año, un premio por su estudio teórico sobre la discriminación racial en Cuba.
Su tesis de Doctorado, titulada «Estudio teórico crítico del racismo, un modelo de análisis epistémico y político para el contexto cubano», refleja un problema sensible que, por primera vez, logra subir un escaño en las premiaciones científicas anuales de la Universidad de La Habana.
«Es un mérito y una alegría, y quiere decir también que están intentando abrirle la puerta a visibilizar este tema como un fenómeno cotidiano, parte de una herencia cultural sostenida en la actualidad y sobre la que existe un silencio histórico», refirió.
«El que calla otorga, y ese no es un problema del periodismo, sino del país. Alguien te maltrata y la gente vira la cara y permite que lo hagan. ¿Qué pasa con la población afrodescendiente? Que la gente hace silencio y asume entonces el discurso de la víctima. Pero la culpa y la responsabilidad son colectivas. Se trata de lograr más que tolerancia, que a mi juicio es un término clasista: yo me doy el lujo de tolerarte porque estoy en una posición de poder y te voy a tolerar, porque tú estás ahí, pero eres cualquier cosa. Y no es así. Yo no quiero que tú me toleres, tú vas a aceptar mi agenda porque yo, como ciudadana, tengo derecho a ese espacio», reflexiona la estudiosa.
«Pienso que en el contexto actual habrá un espacio para discrepar», asegura. Pero en ese camino hay elementos esenciales que hace falta comprender, como que las familias afrodescendientes no solo están, en su mayoría, en desventaja económicamente, sino que se enfrentan a un obstáculo mayor: carecen muchas veces del capital simbólico.
«Tú puedes abrir un hueco en la pared de tu cuarto y vender café o pan con tortilla. Pero, para abrir el hueco y vender el pan, tienes que tener un diseño, una inspiración; tú tienes que tener algo que te haga pensar en esa estrategia
Lo que sucede hoy es que el poder es blanco y la estrategia es blanca; y entonces las familias no blancas, excepcionalmente, pueden tener estrategias positivas. ¿Qué ha pasado en Cuba? La educación se blanqueó y las familias negras no están capacitadas», ejemplificó.
Ello, insistió, da al traste con el diseño de iguales oportunidades, en su criterio fallido. «Iguales oportunidades no producen equidad. Si vamos a construir un proyecto de equidad, es otra historia, porque ahí hay que crear políticas públicas, proyectos especiales, hay que trabajar sobre esa perspectiva de cómo tú vas a incidir en aquellos grupos históricamente desfavorecidos. No es solamente crear esa oportunidad», precisa.
«Y luego el otro problema, gravísimo en mi opinión, es que no hay un análisis acerca del impacto de la esclavitud en general. En el caso de Cuba, todas estas tesis del «blanco para avanzar», «el coco aunque sea blanco», los chistes que, en definitiva, son espacio para el racismo clásico. Pero también te permiten entender muy bien qué hay en ese imaginario social y cómo se expresa. Porque de los chistes se ríen los blancos y se ríen los negros también», abunda.
«Tú me hacías al principio una pregunta interesante ¿por qué los grupos están desarticulados? Porque ese es el proyecto colonial, y la colonialidad es eso, que estemos desarticulados», concluyó.