Muchas mujeres de fe en Cuba dan su testimonio cotidiano y retan a los poderes dominantes de un pensamiento patriarcal que durante siglos ha sido impuesto por la cultura y las tradiciones religiosas de las iglesias.

En la Mayor de las Antillas no son pocas las mujeres cristianas que viven aferradas a una práctica eclesial que les designa como sumisas, inferiores y les obliga a acatar los mandamientos de una imagen de Dios construida desde la posición dominadora de los hombres. Sin embargo, también hay iglesias, centros ecuménicos y mujeres de fe que han logrado conquistar, con muchos esfuerzos, espacios de poder.

Beatriz Casal, pastora de la Iglesia Bautista Shemá de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba (FIBAC) es una de esas mujeres que vive la fe en lo cotidiano. Ella colabora con diferentes espacios ecuménicos y coordina un proyecto eclesial ecológico comunitario, en el cual se realizan diversas acciones: cría de animales, siembra de plantas desde la agricultura sostenible, medicina natural y tradicional… Pero es también una activista incansable que defiende con pasión la equidad, la justicia social, una nueva manera de entender la masculinidad y la diversidad humana.

«La fe, comenta, es algo que transita por los sentimientos, no es fácil de explicar, y es preciso mostrarla en la práctica de las relaciones».

Para ella Dios se revela «para saber que existimos y que está ahí y se ausenta para enfrentar nuestra propia inseguridad». «Esa, explica, es la única manera de recrear y repensar su confianza. Lo único seguro que encuentro en la fe es la certeza de las dudas, y es esto precisamente lo que me hace seguir adelante en la búsqueda de aquel que no se deja atrapar, encasillar, enrejar, apresar, emparedar. Ese Dios en libertad es quien me libera para vivir mi fe».

Para Beatriz Casal, una relación con Dios desde una perspectiva patriarcal es opresora. «La mujer tiene, a diferencia del hombre, una manera diferente de relacionarse con Dios. Y, a la vez, Dios se relaciona con la mujer también de una manera diferente», refiere.

En su caso, ese proceso de acercamiento a la fe se acentuó cuando comenzó a acercarse a la Teología de la Liberación, una corriente teológica, nacida en el seno de la Iglesia Católica en Latinoamérica, que intentó responder a cuestiones que inquietaban a cristianos y cristianas de este continente como, por ejemplo, qué hacer frente a la opresión o cómo conseguir que la fe no fuera alienante sino liberadora.

Y justo ese repensar teológico llevó a Casal al encuentro con la teología y la hermenéutica feminista de la liberación que se hacen en Latinoamérica y el Caribe y, en particular, en Cuba. «Y desde muy temprano, todavía inconscientemente, me descubrí feminista», comenta.

Para ella ser feminista implica optar por un mundo sin condicionamientos patriarcales. «La esencia del movimiento feminista es el compromiso de acompañar la liberación de los excluidos, los marginados, todos los explotados de la tierra, y no solo de las mujeres», dice.

Y es que el feminismo se renueva cada día. Su esencia radica en continuar trabajando por desarticular el sistema androcéntrico que genera guerras, violencia, exclusiones, desestimación, desamparo y destrucción del ser humano y del planeta.

Para la pastora bautista, no hay nada más revolucionario y liberador que el movimiento de Jesús; por tanto, lo considera también un movimiento feminista.

«Si se lee la Biblia con ojos desmitificadores, dice, se comprende que Jesús soñó con una sociedad sin marginación, sin exclusión; el reino de Dios para él no tenía nada que ver con el sistema que ha regido y rige hoy el mundo».

Pero para Casal ser mujer cristiana en estos tiempos, donde existe tanto descrédito y discriminaciones, implica serios conflictos y retos.
Para ella, el descrédito es una de las armas -entre otras muchas- que se usa para legitimar el poder, cualquiera sea. «Cuando una persona desacredita o devalúa a otra, argumenta, en la actitud de quien lo hace se explicita la necesidad de acreditarse ante el resto como quien decide y posee los cánones de conducta y acción».

Ella misma ha tenido que sortear conflictos personales, que más que desarticularla, la han ayudado a crecer, a repensar sus equivocaciones y a convivir entre el amor y la injusticia. «Lo único que lamento de los momentos difíciles, refiere, ha sido encontrar en el camino patriarcas femeninas que decepcionan cuando desacreditan a otras mujeres, lo cual es más triste que cuando viene de un varón».

Sin embargo, su vida y testimonio de fe evidencian un proceso de madurez donde ha podido comprender que el trabajo honrado y la preparación sistemática son armas mucho más poderosas que el descrédito.

«El mayor reto para una mujer en el mundo eclesial y ecuménico es aprender a apropiarse de una hermenéutica feminista crítica de la Biblia. Es, además, una buena manera de salir de los conflictos con una fe más fortalecida», reflexiona.

Para Beatriz Casal existen dos poderes fundamentales y siempre enfrentados: el poder estructural y el poder espiritual. «Por un lado, comenta, el poder estructural es hegemónico y daña, pretende todo el tiempo dominar. Por supuesto que no funciona solamente a través de las cosas materiales, como la economía y la política, sino que como estructura de poder pasa también por la subjetividad social e individual».

La pastora asegura, por otro lado, que «el poder espiritual es epifánico y se vuelve praxis de vida si aprendemos a descubrirlo. En lenguaje religioso este poder se manifiesta como conversión a la libertad, pero me gusta más llamarle opción de vida».

En su caso particular esa opción de vida tiene que ver con el reconocimiento de un Dios liberador de todas las opresiones que el ser humano encuentra a cada paso.

«Ese Dios lo descubrí en la Teología de la Liberación. Un buen día conocí esta propuesta y opté por ella», asevera.

Desde hace más de diez años Casal comparte la fe con un grupo de personas en la iglesia bautista Shemá, que significa escucha en hebreo.
«Queríamos crear un espacio, afirma, que fuera, sobre todas las cosas, para escucharnos todas y todos. Y así ha sido. En nuestra iglesia cabe cualquier persona; no importa el tipo de creencia que profese; incluso, aun sin creer, puede acercarse a nosotros para compartir las enseñanzas de Jesús».

No podría ser de otra manera, porque la imagen del Dios que convoca a Casal es libre, dinámica. «A veces suave y otra estruendosa», como ella misma confiesa. Para ella Dios está en medio de la naturaleza, de la convivencia con la familia, con los amigos; está también en las alegrías y en las nostalgias. «Es una imagen -asegura- que se me convierte en pasión, paz, ilusión, sexualidad, sueños, esperanzas y, sobre todo, rebeldía ante las injusticias».

Ordenada al ministerio pastoral desde 2007, decidió dar ese paso porque sintió que ser pastora de su comunidad de fe la ha ayudado en la reestructuración del compromiso y el acompañamiento a la gente de su iglesia.

Pero también ser pastora le ha traído nuevos desafíos y le ha abierto nuevos horizontes. Ella considera que la ordenación de la mujer en las iglesias, teniendo en cuenta que ninguna institución escapa de la cultura patriarcal, significa poner las cosas en «orden», en el lugar que corresponde y les toca defender como mujeres.

«Mi vida y mi práctica eclesial están mediadas por una fe colorida que me proporciona un matiz diferente en cada espacio y que se hace cotidiana. Disfruto, aprendo, comparto, acompaño y me dejo acompañar», dice, mientras esboza una amplia y franca sonrisa.

Beatriz Casal ama, se esfuerza y debate en el misterio siempre latente de ese Dios que le trastorna la vida de miles de maneras pero que también le hace la existencia intensamente feliz.

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