Hagamos un ejercicio simple de memoria: ¿a cuántos maestros recordamos durante nuestra formación? Seguramente serán muy pocos, y aquel que hayamos tenido lo más probable es que pertenezca al período universitario o, en menor medida, al preuniversitario.
No es por gusto que el Anuario Estadístico de Cuba, de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei), en su versión correspondiente al año 2016, dedica un apartado al rol de la mujer en la educación. Queda claro en la comparación de los últimos seis años que, mientras que el personal docente frente a las aulas estuvo alrededor de los 250 mil profesionales, alrededor de 160 mil de esta cantidad eran mujeres.En igual proporción se manifestaba la diferencia en la enseñanza primaria, cuando el total rondaba los 80 mil profesores, y alrededor de 60 mil eran maestras. Como sugieren nuestras propias historias de vida, a medida que aumenta la enseñanza, crece la cantidad de hombres frente al aula. Por eso es que en la Secundaria Básica esa diferencia se reduce y ya son menos las maestras y más los profesores, aunque ellas siguen dominando las estadísticas.
Cuando llegamos a la universidad (¡vaya paradoja!) disminuyen considerablemente las profesionales que se enfrentan a esta responsabilidad. Como se ha evidenciado en otras ocasiones, esto se debe a que ellas se ven obligadas por las condiciones sociales a postergar más su realización profesional debido a razones del hogar y la familia. Por lo que un grado tal de especialización como el que requiere la enseñanza de las universidades está más cercano de las posibilidades de preparación de los hombres.
Si bien esta ha sido tendencia desde que muchos de los que hoy son profesionales estaban aún formándose, las cifras más recientes demuestran que la feminización en el sector educativo tiende a acentuarse cada vez más.
Solamente en el curso 2010-2011 matricularon en la formación pedagógica un total de 12 630 personas. ¿Cuántas eran mujeres? Pues nada más y nada menos que 11 404 de esos futuros maestros. Más recientemente, en el curso 2015-2016 la brecha no era tan superior, pero se mantenía el dominio femenino por mucha cantidad. De un total de 20 405 matriculados, 16 891 eran profesoras en formación.
Ello demuestra que cada día crece más el estereotipo de representarse a las mujeres como las encargadas de la educación, mientras que a los hombres no se les toma como buena elección, por lo general, la idea de convertirse en maestros. Lo demuestra también que, a pesar de que aún algunos muchachos toman la decisión de comenzar su formación como profesores, las cifras de culminación de estudios en esta especialidad son realmente elocuentes.
De 1696 personas que se graduaron como personal pedagógico en el curso 2010-2011, 1695 eran mujeres. O sea, que en ese año solamente un profesor fue a parar delante de las aulas. Similar se mantiene la proporción durante los cursos más recientes, hasta que en 2015-2016 ellas fueron 5336 de un total de 6418 graduados.
Sin embargo, al llegar a la educación superior, aumenta el número de hombres que elige Pedagogía, aunque ellas continúan liderando. De 19 841 personas que se matricularon en el curso 2015-2016, 14 488 eran mujeres. Esto evidencia que, aunque los hombres casi no lo elijan como formación pedagógica luego de acabar sus estudios secundarios, crecen los que sí lo tienen en cuenta como opción universitaria.
Tal vez ello se deba a que a esa edad se asocia más a los conocimientos y no tanto al estereotipo de la maestra de primaria y secundaria, encargada de educar, regañar y castigar a sus pupilos con casi la misma responsabilidad de una madre.
Reporta también el Anuario dedicado a los empleos y salarios que, de aproximadamente 543 mil personas empleadas en el sector de la educación en el año 2015, alrededor de 359 mil eran mujeres. Por lo que el seguimiento a las estadísticas de este sector persiste desde la formación de estos profesionales hasta los puestos que ocupan en la actualidad.
Vale preguntarnos entonces, ¿qué está definiendo esta realidad en la educación cubana? Además de los establecidos estereotipos y clichés que identificamos día a día, la falta de una formación vocacional y una orientación profesional adecuadas limita el poder de elección libre de quienes deben elegir cómo ser felices en su futuro.
Si los encargados de poner luz sobre el camino de los jóvenes de hoy reproducen la creencia de que la educación es cosa de mujeres, y en las familias los muchachos siguen encontrando opiniones por esa misma línea, ¿cómo lograr que ellas y ellos puedan acceder a la formación como pedagogos con igualdad de condiciones? ¿Seguirán las aulas cubanas dominadas por las mujeres? ¿Correrá el prejuicio también hasta los maestros del futuro?
En nuestras manos está que no sea así. La sociedad debe tener profesorados más heterogéneos, en los que muchachas y muchachos logren alcanzar su realización personal sin tener que cuestionarse sus grados de hombría y femineidad. Educar no es cosa de mujeres. Educar es tarea de todos.