Ellas lo imaginan: ya no son las mismas. Pero no lo saben: ya no son las mismas. Algo habrá cambiado, sospechan. Pero lo que las une debe ser más intenso que cualquier variación del tiempo. Debe ser …
Definitivamente los años pasaron. La vida es diferente después de las cuatro décadas. No son solo los calores femeninos o los matrimonios al borde de un ataque de nervios. No es únicamente que las fuerzas flaqueen o el cansancio se robe el show. Hay negociaciones que hacer con el alma para poder seguir.
¿Por qué lloran mis amigas? es la pregunta que la cineasta Magda González Grau lanzó al aire con su filme más reciente. Yasmín Gómez, Amarilys Núñez, Edith Massola y Luisa María Jiménez, tres destacadas actrices cubanas, la responden en 80 minutos. Lloran porque lo más difícil es seguir siendo una misma. Y porque tal vez no haga falta.
Una quebró su vida por las circunstancias; otra sigue luchando contra los molinos de viento; otra rompió con todo para ser feliz; a aquella, la que más se resistió, el mundo le está pasando la cuenta porque no se puede atar la existencia a los credos de antaño. Lo importante es conservar las esencias. Pero sin maldecir los sueños.
Esta es una película hecha y presentada por mujeres. Pero los conflictos son para todos. ¿O acaso los dilemas de la vida no resultan comunes para cualquier geografía individual?
Habla de las diferencias, de pensamiento y de sexualidad, de carácter y de circunstancias, de cómo vivir la vida sin que sea un enfrentamiento a ser o parecer, de cómo conquistar el tiempo con los anhelos por delante y darlo todo, pero quedarse con algo.
Hace tiempo ya que las pantallas cubanas reclamaban una trama como esta. Cinta psicológica y social, pero sin salir a la calle a narrar lo que ya sabemos. Es un viaje hacia los dolores y luchas del espíritu, un pasaje hacia eso desconocido que tenemos dentro y solo dejamos ver ante los corazones más cómplices.
Para eso están las amistades: para sacarnos de ese rincón, entre mente y alma, lo que se nos enquista sin querer y no hallamos modo de transformar. Y es por eso que 20 años desaparecen de repente cuando decidimos contar aquello que más significó para la transformación que la vida nos trajo.
Pero, apuradas como vamos por la prisa cotidiana, las amigas se nos quedan del lado de allá de la agenda diaria, mensual y hasta anual. Pasa el tiempo sin que tengamos la necesaria «tarde de chicas» y se nos va la vida entre compañeras de trabajo (que llegan a ser algo, pero no son todo), compañías ocasionales y algún encuentro sorpresivo que poca oportunidad deja para un lavado de alma.
Enterramos lo que preocupa y de repente explota. Pero no para destruir si es que estamos con amigas. Sino para construir el verdadero orden de cosas que nos hará felices. Con las amigas todo se puede.
Esa tesis convierte al filme en necesario. En un momento de país lleno de urgencias, en el que se atiende con celo al proyecto personal y se olvida con frecuencia lo que nos hace sociedad, el reencuentro con quienes amamos viene a salvarlo todo. Y el espíritu de gremio en un sindicato como el femenino tiene todas las de ganar. Bien lo sabe Magda González y hace todo porque lo entendamos nosotras.
Vaya a ver la película. Y en cada escena coloque su vida y la de sus amistades de siempre. Vea que encajan de un modo u otro. Las tramas de nuestras existencias no son tan originales como creemos desde los anhelos de la soledad. Por eso es que las soluciones tampoco resultan tan esquivas.
Jamás hay que dejar de preguntarse por qué lloran nuestras amigas. Porque lo único cierto es que todas andan llorando por algún paraje. Y es mejor estar para no perdérselo. Ni perderlas, ni perdernos.