Por Susana Gomes Bugallo

Los debates sobre el respeto a las mujeres en el espacio público llegan también a las redes sociales

Por estos días la bronca de los piropos ha estado subidita de tono. Como los malos cumplidos, como los acosos verbales, como ya va pidiendo un asunto que va de las posturas más progresistas a las que casi sorprenden por su infinita ignorancia. Y hablando de ignorancia… aquí va la bomba que provocó la explosión.

Cuba: mujeres prescinden de piropos, hombres en crisis fue el título de un trabajo publicado en la revista digital Cubasí en el que se aludía a cómo las nuevas tecnologías están limitando el acceso a las muchachas por parte de los hombres debido a que ellas andan por la calle con audífonos y esto impide que escuchen todo lo que se les dice al paso (y sin permiso), tal y como establece la lógica de esas alabanzas omnipresentes. El texto entonces ponía en conflicto las posibilidades económicas de los que acuden a los piropos (como si esa fuera la única vía de llegar a una mujer para quienes no tienen dinero suficiente, y también como si hiciera falta poseer recursos para seducir a alguien) con la enajenación que provocan las nuevas tecnologías. Peor aún: decía que esta práctica estaba privando a las mujeres de algo que siempre les había hecho sentirse perseguidas y hermosas. Como si nosotras fuéramos por la calle esperando algún cumplido para que nuestro día fuera bueno.

Más allá de la intensidad de los debates que se dieron por la causa, llama la atención que después de tantos años de lucha por la emancipación feminista, contra la violencia de género, por el respeto a los espacios de ellas y en pro de la equidad entre ambos sexos, sigan existiendo posiciones como la que genera estas líneas, y, peor aún, vayan a parar a medios de prensa del país.
Hasta un organismo tan «masculino» como la FIFA se pronunció en este Mundial de Fútbol para pedir a los camarógrafos de las agencias de prensa que dejen de filmar a las aficionadas atractivas. De acuerdo a Fare Network, institución que combate la desigualdad en este deporte, el sexismo fue el mayor problema del certamen en este campo, aunque se pensaba que la lista negativa la encabezarían el racismo y la homofobia.

De hecho, la reconocida agencia fotográfica Getty tuvo que disculparse por publicar una galería de imágenes que nombró Las fans más calientes del Mundial. Y eso sin contar la cantidad de mujeres (sobre todo periodistas) que fueron acosadas por los hinchas en medio de los estadios.

Cuba va al otro extremo cuando, además del citado trabajo periodístico, pone a uno de sus íconos televisivos -el gustado programa Vivir del cuento- a favor del punto de vista que refuerza a las mujeres como necesitadas de que se les alabe sin permiso alguno.

Eternizadas en su rol de sexo débil, ellas parecieran aguardar siempre con ansias que el halago de un extraño llegue para confirmarle todas sus cualidades. Sin eso no podrán andar, parece que opinan los «expertos». Y en el show de Pánfilo, además de colocar la posición progresista del respeto al espacio ajeno femenino en boca de un gay (infeliz analogía de que son ellos los únicos que piensan así) otorgan la carta ganadora al galán que alaba a la mujer que otro decidió dejar de asechar a ver si funcionaba. Por si fuera poco, esta dama se preocupa porque no es lisonjeada, y se arregla, desesperada, en busca del piropo añorado.

Un solo espacio televisivo y varias creencias reforzadas. Un solo trabajo periodístico y otro tanto de estereotipos fortalecidos. Ante ambos, una ola de opiniones femeninas intentando resolver el disgusto que les causó el show mediático. Y junto al oleaje de las mujeres, otra marea silenciosa pero intensa de hombres procurando que se restablezca su lugar en esta historia, de machos que reclaman su derecho a piropear porque, al parecer, para ellos esto es algo tan natural como respirar o satisfacer cualquier necesidad fisiológica.

De acuerdo a una síntesis de imaginarios y creencias recogidos en el 2018, más del 70 por ciento de las juventudes de entre 15 y 25 años (en algunas edades sobrepasa el 80 por ciento) opinan que es normal que un hombre diga piropos a una mujer en las calles. Este pensamiento es generalidad, no solo en Cuba, sino en la zona latinoamericana. Por otra parte, se constata también que en muchas de las muchachas persiste la necesidad de que los hombres las reafirmen al halagarlas. Este es también un mito sostenido en nuestro universo.

Un estudio publicado por el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) en 2011, muestra que la violencia sutil está presente, con más frecuencia de lo que nos parece, en los contenidos del sentido común. Estas formas de violencia de género se legitiman en piropos, refranes, chistes, mitos y expresiones de sexismo en el lenguaje cotidiano.

¿Cuán rezagada está Cuba en su conciencia social sobre el acoso callejero? Bastante, si atendemos a iniciativas como las que protagonizan Las Morras y Las hijas de Violencia (colectivos formados por mujeres mexicanas que utilizan los vídeos como vía de denuncia e incidencia), y Acción Respeto (iniciativa colaborativa que vincula usuarios/as y organizaciones).

Estos movimientos no solo contestan ante cualquier agresión callejera dejando claro que no quieren escuchar ninguno de los comentarios, sino que muchas veces los graban o hasta disparan con pistolas de confeti y le cantan en tono punk todo lo sexistas que son. ¿Interesante, no? Ni hablar de ingenios como el de crear aplicaciones móviles que ofrecen servicios de taxis conducidos únicamente por mujeres. Sí, es para tanto, dice un eslogan. Y quien lo ha vivido lo sabe.

Preocupa mucho saber y constatar diariamente que las propias amistades masculinas que rodean los grupos estudiantiles sostienen la opinión de que a las mujeres se les piropea sobre todo porque se visten provocadoramente con el propósito de llamar la atención. Y que, si así lo hacen, pues no hay modo posible de escapar a la tentación.

Las feministas cubanas deben pensar un modo de crear conciencia entre quienes aún marcan el tono de sus conversaciones con personas del otro sexo por la cuerda de las insinuaciones, adulaciones exageradas y molestias constantes que solo son acoso disfrazado del cariño más resbaladizo. Más aún, cuando todo ocurre por las calles y la prisa del día a día nos va postergando el frenar la normalizada conducta.

Una de las etiquetas popularizadas por estos días de debate entre cubanas, resumió a su modo nuestro modo de revelarnos. Como versión criolla de esa genial campaña de comunicación española que rezaba en su eslogan ¡No es no!, la colega que esgrimía su declaración en Facebook, no pudo hacerlo mejor cuando posicionó el hashtag: #NoQuieroTuPiropoYPunto. Es tan sencillo.

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