Por Sara Más / saramas_2000@yahoo.com
Algunos géneros de la música popular cubana, altamente difundidos en la isla en la actualidad, legitiman la violencia en todas sus manifestaciones, pero muy especialmente contra las mujeres, coincidieron en señalar especialistas y público asistente a un debate sobre el tema, el pasado 19 de noviembre, en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. “Vivimos bombardeados en lo público y privado por un tipo de música que, si bien funciona por múltiples razones, transmite un discurso sexista, discriminador y sumamente violento”, comentó a SEMlac la periodista Helen Hernández Hormilla.Lo peor es que “no solo lo expresa de forma explícita, sino que lo hace de una manera acrítica, potenciando que esa violencia se legitime y naturalice en los ámbitos sociales”, agregó Hernández Hormilla, una de las coordinadoras del espacio de reflexión “Mirar desde la sospecha”.
Convocado mensualmente por el Programa de Género y Cultura del Grupo de Reflexión y Solidaridad “Oscar Arnulfo Romero”, esta vez su última edición del año se sumó a las acciones por la Jornada Cubana contra la Violencia hacia las Mujeres, que internacionalmente se celebra del 25 de noviembre 10 de diciembre.
Para el periodista Joaquín Borges Triana, la carga de agresividad simbólica y psicológica de los textos y video-clips de algunos exponentes de la música popular cubana se debe, fundamentalmente, a que “la música es un excelente correlato y reflejo de lo que pasa a nivel de la sociedad”.
Dedicado al estudio de la música urbana, Borges Triana considera que, ante estos casos, la solución no está en la censura. “Prohibir significa ocultar y autoengañarse”, sostuvo el periodista, uno de los ponentes de la mesa de debate.
El panorama se complejiza, en su opinión, con la introducción y desarrollo de las nuevas tecnologías, que han democratizado la producción y el consumo por medio de los formatos y soportes digitales, dejando atrás la dependencia de la industria disquera, la televisión y la radio.
Tras recordar que tanto la violencia de género como las manifestaciones sexistas han estado presentes, históricamente, en la música cubana, dijo que el fenómeno es complejo y no debe focalizarse en un tipo de música particular como el reguetón, aunque en este aparezca de manera más evidente.
“Quizás con la música bailable se hace más presente porque apela a determinados resortes y códigos de comunicación manejados históricamente para exacerbar a las multitudes, sobre todo pensando en el público”, comentó.
En el caso del rap, también se encuentran letras misóginas, sexistas, que alientan a la violencia. “Es contradictorio, porque se trata de un género que apuesta por la crítica social”, remarcó la psicóloga Sandra Álvarez, especialista de la agencia cubana de rap, dependiente del estatal Instituto de la Música y creada como respuesta a la necesidad de formar un centro promotor y comercializador que permitiera un mayor desarrollo de ese género musical.
La estudiosa de los temas de género señaló que los cantantes hombres de rap, por ejemplo, no reconocen el tratamiento violento de la figura femenina en sus letras o que algunos de sus planteamientos puedan ser discutibles. Por ese camino aparecen entonces mensajes donde la mujer que se prostituye es mala y no tiene moral, expuso como ejemplo.
En sus obras, muchas veces no detectan la subordinación de la mujer y recurren a estereotipos sexistas. En tanto, “las muchachas que están dentro del movimiento de rap reproducen la violencia como respuesta a la violencia y son bien vistas cuando su forma de rapear se acerca al patrón masculino”, agregó Álvarez.
Partidario de que “hay cambios que no son un progreso y hay que discutirlos”, el crítico Desiderio Navarro, director del Centro Cultural Criterios, discrepó acerca del sentido pasivo de la música vista como mero reflejo de la realidad o espejo social.
“La obra de arte no solo refleja, actúa a veces, como mínimo, naturalizando. Si te acostumbras a ver esas imágenes y consumir esos mensajes como normales, empiezas a asumirlos como tal”, reflexionó e insistió en que la falta de valoración lleva al fenómeno de naturalización.
Navarro lamentó que existan personas interesadas, en el sentido más materialista, porque esas expresiones sigan cobrando auge bajo impulsos globalizadores y comerciales.
“Puede haber una contrapropuesta a esos mensajes, sin renunciar a la música, al género y al baile”, opinó Danae C. Diéguez, profesora del Instituto Superior de Arte y otra de las coordinadoras del espacio de reflexión sobre género y cultura.
Gustavo Arcos, crítico de arte, abogó entre otros aspectos por la necesidad de hacer juicios críticos, “establecer jerarquías culturales y no de censura, pero sí poner límites” en un país donde, más allá de los canales alternativos, los medios de comunicación son estatales y, sin embargo, a veces “entran en el juego con lo comercial, la banalidad y el facilismo”.
“El problema no es un género musical en particular, sino la zonas de ese género musical que se están legitimando y potenciando, y que hemos asumido de manera acrítica”, agregó Hernández Hormilla.
Partidaria de que la crítica de arte tiene un papel que hacer en este asunto, se cuestiona también que las personas responsables de decidir qué se transmite por radio o televisión difundan música de alto contenido discriminatorio, sexista y violento, algo que se considera censurable en todas las sociedades.
“Lo que no se conoce, no se extraña”, comentó a SEMlac en alusión a que las personas muchas veces consumen y demandan lo único que se les da.
Noviembre de 2011