Aun cuando dan muestras evidentes de creciente protagonismo en la vida social, política y económica del país, las cubanas aún no alcanzan el mismo nivel de participación en las esferas del poder que los hombres.
Así lo constatan las estadísticas en la isla caribeña y un estudio que, bajo el título 50 años después: mujeres en Cuba y cambio social, fue realizado por un equipo interdisciplinario de investigadoras cubanas, con el apoyo de una experta brasileña y el programa de Oxfam en Cuba.
El análisis, publicado este año, destaca que las cubanas han alcanzado 43,2 por ciento de los escaños en el parlamento, uno de los porcentajes más elevados a nivel mundial y por encima de la meta de 30 por ciento establecida por la Organización de Naciones Unidas para 1995.
En menor medida están representadas en el Consejo de Estado y, en el Consejo de Ministros, entre 2004 y 2008, se han desempeñado como titulares en seis diferentes carteras, en tanto 33 han asumido responsabilidades como viceministras.
Igualmente, el documento refiere un incremento en el número de mujeres trabajadoras con cargos de dirección en la esfera laboral; sin embargo, “la cifra de hombres que dirigen triplica la de las mujeres en los puestos de toma de decisiones”, agrega el estudio.
Entre 1980 y 2002, de acuerdo a la cantidad de personas empleadas de uno y otro sexo “y a pesar de haber transcurrido más de 20 años de aplicar políticas que favorecen el acceso de las mujeres a los puestos de dirección, los hombres dirigentes, en proporción con los hombres ocupados, continúan casi duplicando a las mujeres dirigentes del total de mujeres ocupadas”, indica la publicación.
De acuerdo con analistas, las competencias técnicas, educativas y profesionales hacen de las cubanas un potencial valioso para el avance económico, social y cultural, pero es preciso que esos conocimientos y capacidades se reviertan en la toma de decisiones en los ámbitos de la política y el gobierno.
Datos de la Oficina Nacional de Estadísticas indican que las cubanas constituyen 62,6 por ciento de las graduadas universitarias, 43, 5 por ciento de las egresadas de la enseñanza técnica y profesional y 50, 6 por ciento de quienes vencen el nivel medio.
Son, también, 42,7 por ciento de la fuerza de trabajo dentro del sector estatal civil y, dentro de este, 80,8 por ciento del personal administrativo, además de que ocupan más de 60 por ciento de los puestos técnicos.
Otras fuentes señalan, sin embargo, que pese a su nivel de instrucción y predominio entre la fuerza laboral técnica, estructuralmente prevalecen en puestos de trabajo de técnicos medios y en sectores tradicionalmente feminizados, como los de la salud, la educación y los servicios.
En no pocos casos sucede que, a medida que se eleva la pirámide hacia cargos más altos, disminuye la presencia femenina. Un sector como el de Salud Pública es ilustrativo: si bien las cubanas llegan a ser 70 por ciento de todos los trabajadores y algunas se han desempañado como viceministras, “ninguna ha ocupado la plaza central del ministerio”, señala el citado informe.
“En diversas investigaciones se evidenció que la mayor participación femenina en el poder se lleva a cabo desde responsabilidades intermedias y secundarias, que en muchos casos presentan un perfil auxiliar, porque se centran en funciones económicas, administrativas de carácter organizativo, y en la dirección de recursos humanos”, acota el estudio.
Ello influye en el desigual acceso a los recursos de hombres y mujeres, en detrimento de las segundas, por su baja representatividad en los altos cargos, donde se cumplen responsabilidades más complejas en el ejercicio del poder y se recibe mayor cantidad de recursos.
En cuanto a los motivos que retrasan el acceso de las mujeres a los puestos de decisión, el informe publicado a mediados de año refiere que, aun cuando algunas han establecido estrategias para descentralizar las tareas en la familia, para ellas se mantiene vigente el conflicto cotidiano entre lo público y lo doméstico, por la sobrecarga de roles que desempeñan.
Por otra parte, se sobrevaloran patrones de comportamiento asociados al hombre dirigente, que incluye trabajar largas horas, estar siempre disponible, tener “mano dura” o “ser arriesgado”. “Por esta razón las mujeres pueden permanecer años dentro de una organización sin ser promovidas u ofrecérseles una oportunidad, aun cuando tengan un desempeño técnico y profesional exitoso”.
Igualmente se detectan desigualdades en el acceso a la superación profesional y a la capacitación en el ejercicio del desempeño, debido a la centralidad que ellas conservan en el ámbito doméstico y familiar.
Octubre de 2010