Unas decidieron estrenarse y pedir tierras ociosas para producir alimentos; otras sumaron nuevos terrenos a los heredados de sus mayores o trabajan los otorgados a sus esposos. Algunas prefieren la crianza de animales, pero no pocas escogen los cultivos varios o mezclan de todo. Como la vida misma, las mujeres usufructuarias de tierras en Cuba son diversas, pero tienen algo en común: la persistencia.
Yusimí García es veterinaria y ejerció su profesión en una cooperativa habanera. Después de enviudar, todavía joven, pidió un terreno y compartió su tiempo entre la cooperativa y su finca hasta que un día decidió que, si quería buenas vacas lecheras, tendría que dedicarles toda su atención.
Sola, con la responsabilidad de criar a su hija y no descuidar su hogar, cada día ve engordar su rebaño y crecer sus resultados económicos. Ella es una de las cerca de 17.000 mujeres favorecidas con la entrega en usufructo de tierras estatales ociosas, según datos publicados en noviembre de 2012 por el periódico Juventud Rebelde.
En Cuba fueron otorgadas 1.523.000 hectáreas del fondo agrícola desde la puesta en vigor del Decreto ley 259, en septiembre de 2008, que fue sustituido desde el 9 de diciembre de 2012 por el Decreto ley 300, que amplía algunas posibilidades, entre ellas la cantidad de tierras para cultivar por persona y la autorización para la construcción de viviendas que garanticen la permanencia en el campo.
De acuerdo con Pedro Olivera Gutiérrez, director del Centro Nacional del Control de la Tierra del Ministerio de la Agricultura, de las 172.000 personas beneficiadas con este proceso, entre el nueve y el 10 por ciento son mujeres.
Ana Julia Álvarez, ganadera de Cabaiguán, en la central provincia de Sancti Spíritus, es de las que solicitó hace poco más hectáreas, pues las heredadas de su padre están al tope y la falta de terrenos le impide incrementar la producción lechera.
«Las mujeres pueden seguirse abriendo caminos en el campo. No digo que sea fácil, lleva trabajo, apoyo e inversiones; pero, explotada inteligentemente, la tierra te agradece y retribuye», cuenta esta mujer de 47 años, quien junto a su esposo asumió la finca familiar, después de vivir 17 años en la ciudad.
Para Niurka Pérez Rojas, al frente del Equipo de Estudios Rurales de la Universidad de La Habana, es cierto que hay un avance, pero continúa siendo muy escasa su presencia femenina en la agricultura.
«Las que piden tierras por lo general han estado vinculadas de alguna manera al campo; sin embargo, otras cuyos oficios no tenían nada que ver con la agricultura, como la fotografía, por ejemplo, también han preferido solicitar un terreno», dijo a SEMlac Dilcia García, al frente del programa de género de la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA).
Este proceso, que a todas luces puede verse como una oportunidad de empleo, ingresos, disponibilidad de alimentos y desarrollo, encuentra a su paso dificultades y obstáculos, más marcados en el caso de las mujeres.
A la caza de porqués
La interrogante se reitera ante el panorama de la mujer usufructuaria: ¿por qué son solo el diez por ciento de los beneficiarios?
Las miradas son múltiples y las explicaciones muy diversas. Para Aurelia Castellanos, presidenta de la ACPA en La Habana, el obstáculo está en las propias personas.
«Es tan patriarcal la construcción de la familia que, en un matrimonio, incluso si el hombre tiene un trabajo que le impide estar directamente vinculado a la producción y la tierra, pero hace falta una finca, la propia mujer accede a que la tierra, en los papeles, esté a nombre del esposo», declaró a SEMlac.
A su juicio, ese tipo de pensamiento está muy enraizado en la cultura y es muy difícil cambiarlo en dos días. «Aun cuando las decisiones sobre la finca, la comercialización y el acceso a los recursos cada vez más las toman las mujeres o, a diferencia de hace apenas unos años, a ellas se les consulta y escucha, la tierra está otorgada oficialmente al hombre», subraya.
Tal es el caso de Hortensia Martínez, de la finca La China, en La Lisa, La Habana. Tras un viejo sueño, esta ingeniera mecánica y su esposo recibieron seis hectáreas. Por enfermedad, él no puede asumir las labores agrícolas, a las que ella dedica casi todos los días de la semana, junto a cuatro obreros.
Integrados a la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) «Roberto Negrín», siembran viandas, condimentos y alimento animal. Crían gallinas, conejos, cerdos y vacas, con crecientes resultados. «Nosotras mismas lo aceptamos así, porque llevamos mucho de machismo dentro de nosotras», dice.
Además de los patrones patriarcales que marcan las relaciones desiguales de poder entre mujeres y hombres en la sociedad cubana, investigadores han hallado otros obstáculos.
Según la ponencia «Las mujeres: reservas potenciales e invisibles de productividad», presentada en junio de 2011 en un seminario del Centro de Estudios de la Economía Cubana por la economista Teresa Lara y la socióloga Dayma Echevarría, la entrega de tierras «aún no constituye una oportunidad de empleo de la fuerza de trabajo femenina, ya que su presencia como beneficiaria es muy pequeña».
Sin embargo, en las mujeres hay un potencial como fuerza de trabajo considerable, toda vez que menos del 15 por ciento se dedica al trabajo remunerado.
Las especialistas señalan que también conspiran en contra el poco desarrollo de servicios para el cuidado de niños, ancianos y discapacitados en zonas rurales, lo que refuerza su rol como cuidadoras; así como las infraestructuras insuficientes de electricidad y agua, pues sobre las mujeres recaen las actividades «que más demandan estos servicios y de las que se beneficia toda la familia como cocinar, limpiar, lavar, planchar».
En encuentros de nuevos usufructuarios, algunos se quejan también de la falta de recursos y medios para desbrozar las malezas que, generalmente, inundan los terrenos, al igual que de los altos precios de los insumos agrícolas. Nervys Terry, quien explota una finca muy cercana a La Habana, insiste: «Los recursos son escasos y los pocos que hay en la tiendas están caros».
Espacio para el optimismo
Aunque lentamente, la participación femenina en el campo se va abriendo paso. Pero las transformaciones, insertadas en nuevas perspectivas económicas que buscan mayor eficiencia e incentivar mucho más la producción de alimentos agrícolas para disminuir las costosas importaciones de alimentos, deben acompañarlas cada vez más los hombres, con una mayor corresponsabilidad.
«Estoy muy optimista con la presencia femenina y la sensibilización que se está obteniendo en todos los territorios, pero estos temas no se resuelven de un día para otro porque pasan por las ideologías y hombres y mujeres tenemos que deconstruir la visión patriarcal y asumir nuevas relaciones», considera la responsable de género de ACPA.
Trabajando sistemáticamente cerca de quienes dedican su día a día al campo, García considera que, en la actualidad, comienzan a evaluarse las necesidades sentidas de las mujeres, su acceso a puestos de trabajo no tradicionales y a cargos de dirección, «y los resultados que se evalúan son alentadores», precisa.
Estudiosos indican que la posibilidad de asentarse en el terreno concedido en usufructo podría estimular la incorporación de usufructuarias.
Datos oficiales indican que en el país hay todavía más de 975.468 hectáreas ociosas, a disposición de quienes quieran solicitarlas mediante el Decreto ley 300 que, como novedad, autoriza la construcción viviendas para beneficio propio y de familiares en apoyo a la producción.
Para Mavis Álvarez, estudiosa del género en el ámbito rural, en este sector se requiere aún de sensibilización para que mujeres y hombres tomen conciencia y actúen en contra de las desigualdades y desventajas para uno u otro sexo, en cualquier ámbito que se manifiesten. Aboga, además, por capacitar especialmente a las más jóvenes, de modo que tengan posibilidades de aprovechar las oportunidades.
A su juicio, en las actuales circunstancias del campo cubano y por el potencial que representan las mujeres para el sector agrario y pecuario, deben reducirse las brechas de género y valorizarse su aporte, para estimular su permanencia en el campo.
Para Dilcia García, las mujeres que han optado por tierras en usufructo y las están trabajando, ya no regresan atrás, porque tienen una fuerza y un compromiso.
«Medidas como la entrega de tierras favorecen su empoderamiento y las lleva a ser más solidarias. Lo veo en productoras de conejos, de huevos, quienes además de tener favorables resultados productivos que ayudan a mejorar la economía familiar, entregan algunos frutos de sus producciones, de manera gratuita, a hogares maternos, de ancianos, círculos infantiles (guarderías). La oportunidad está ahí y hay que seguir incentivando que las mujeres estén y luchen por obtener ese espacio», sostiene.