Por Sara Más / saramas_2000@yahoo.com
Sin un sello particular que lo caracterice, según especialistas, el arte visual cubano realizado por mujeres se distingue, entre otros rasgos, por una mirada muy cargada de elementos etnológicos y antropológicos.
Para la profesora y crítica de arte Magaly Espinosa, se trata de un fenómeno determinado por los mismos elementos que caracterizan a las artes plásticas en su conjunto en el área caribeña y latinoamericana.
«Los temas de las microsubjetividades son muy fuertes para nuestras culturas, en plena ebullición, por lo que empiezan a emerger estas micro secciones de la sociedad: lo femenino, lo trans, lo marginal y otras subjetividades particulares que empiezan a ser comprendidas o interpretadas», aseguró Espinosa.
Espinosa intervino como ponente junto a la también crítica de arte Dannys Montes de Oca Moreda y la joven artista Lisandra Isabel García en un diálogo sobre representaciones de género en las artes visuales, en el espacio «Mirar desde la sospecha».
La cita es convocada cada mes por el Programa de Género y Cultura del Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero, con el apoyo de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), la Consejería Cultural de la Embajada de España y la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude). «Muchas de las artistas latinoamericanas y cubanas trabajan lo autobiográfico y desde ahí exponen la mirada de los problemas sociales que la mujer afronta. Otras acuden a lo auto etnográfico, factores que a veces no son del tipo personal o familiar, sino de la comunidad, la aldea, la zona donde se vive, las costumbres, los hábitos y creencias», comentó Espinosa.
Mientras unas trabajan desde una lectura estética de la producción visual, como Analía Amaya; otras asumen el audiovisual partiendo de lo puramente visual, como Nora Ochoa, y hay quien, al estilo de Jeannette Chávez, se mueve entre muchos componentes y produce una obra, por ejemplo, que se expresa contra la represión social, detalla la experta.
Con una producción visual todavía pequeña, pero interesante, la joven Aylee Ibáñez parte de su referente personal como mujer, de lo cual es exponente su videoarte Palimpsesto, de ocho minutos de duración.
En el corto recrea, desde su propia representación, la historia de una mujer víctima de la violencia continuada por parte de su pareja, lo que la lleva a la situación límite y reactiva de responder con violencia y matar a su esposo.
«Simplemente me basé en una historia real y en mis propias vivencias como mujer al enfrentarme a esta historia», comentó Ibáñez a SEMlac a propósito de la exhibición de ese material en la muestra temática del Festival de Cine Pobre de Humberto Solás, en 2009.
«No tenía grandes conocimientos teóricos sobre género ni partí de esa idea, pero tampoco me conformé con lo que decían en el barrio de la protagonista, de quien solo se comentaba que había matado al marido, pero en realidad se ignoraba qué la condujo a ese final», agregó a SEMlac.
En esa misma cuerda parece moverse Lisandra Isabel García, aunque ya reconoce una evolución en su caso. «Al principio el tema de lo femenino no fue muy consciente, surgió de forma espontánea, pero esta ahí. Quizás desde una mirada pasiva, no radical, que tiene que ver con mi entorno, con usar mi cuerpo y los objetos que me rodean».
En opinión de Montes de Oca, crítica de arte, resulta lógico en la actualidad que, como parte de un proceso de decantación y madurez, las artistas no le den tanta importancia al hecho de ser mujer o tener que dialogar sobre estos temas para hacer visibles voces que estuvieron marginadas y ocultas.
«Para ellas es más natural hacerlo y lo asumen desde su condición individual, con una naturalidad en la cual lo que emerge les resulta esencial, no es un propósito ni una estrategia en sí misma, sino que es parte de la propia investigación estética que tiene lugar desde la mirada de género», sostuvo.
Entre las artistas cubanas con un discurso femenino más sólidamente reconocido, Espinosa destaca a Sandra Ramos, quien se suele representar en una niña que le permite reconstruir la historia familiar.
«Trabaja lo que se podría denominar autobiografía artística. Continuamente, desde esa memoria personal, familiar y social, va reconstruyendo un discurso social que también va más allá porque, desde ese punto de partida, crea una obra con una implicación de carácter ideológico», explica Espinosa.
En el caso de Cuba resulta sintomático que la transgresión no es solo en términos políticos, sino también estéticos, opinó Montes de Oca.
«La superposición de elementos históricos, de naturaleza social y política, con otros asociados al cuerpo y la identidad femenina le confiere un sentido particular a esas obras, en un contexto que siempre ha legitimado el discurso que se potencia desde las condicionantes sociales, históricas y políticas», agregó.
Como ejemplo expuso la obra de Tania Bruguera, con una carga política y densidad conceptual muy distante de aquella otra mirada que habla de una «manera femenina» de hacer el arte.
Sin embargo, esta artista «no deja de discursar y reflexionar sobre su condición de mujer, a partir de su cuerpo y de otras implicaciones históricas que la abarcan y de las cuales es parte», explicó.
El artista audiovisual Omar Estrada discrepa, sin embargo, de cómo se suele entender el arte femenino desde la teoría como «arte producido por mujeres». «Falta un cuerpo más grande que trascienda esa percepción, pues el mismo tema no es aceptado de igual manera cuando es producido por hombres, aunque se trate del mismo dilema», acotó.
Montes de Oca insiste por ello en la aportación del feminismo, al proponer una mirada diferente, que cambia el paradigma estético.
«Muchas de esas obras podrían haber sido hechas por artistas hombres, precisamente, porque las teorías feministas y de género abrieron la puerta a una mirada diferente sobre las inequidades y las subjetividades que se esconden detrás de lo que había sido hasta entonces el desarrollo de la autonomía estética», reiteró.
No obstante, reconoce que aún hay mucha resistencia a entenderse o ser parte de un movimiento que se catalogue de «femenino» o como «artista feminista», aun cuando las obras dialogan sobre fenómenos de género y sus subjetividades.
En ello influyen los prejuicios históricos relativos al carácter falocéntrico y machista de la cultura cubana, pero también el descrédito que, en algún momento, tuvieron los movimientos feministas y el rechazo a esos temas que son interpretados como posturas mujer vs. hombre, precisa Montes de Oca a SEMlac.
«Cuando en realidad de lo que se trata es de un entendimiento y de un mejoramiento de las condiciones de socialización de ambos géneros», concluye.