Aunque no son mayoría entre quienes se trasladan dentro del país, las cubanas sí están en el centro de ese fenómeno que los demógrafos llaman migraciones internas.
Ofelia Domínguez nunca se ha cambiado de hogar. Desde que nació, hace 54 años, sólo ha dejado en dos ocasiones su natal Florida, en la oriental provincia de Camagüey, para ir de visita a casa de su hija en la capital. Sin embargo, conoce de migraciones.
“Tuve cinco hijos, dos hembras y tres varones. La mayor es bióloga y trabaja en un centro científico en La Habana. Los varones mayores andan por Villa Clara y Matanzas (provincias del centro), trabajando en comunicaciones y en el turismo. La que les sigue se fue detrás del esposo para Santiago de Cuba y sólo me queda David, el más chiquito.”
Domínguez, sin embargo, no es optimista: “David ya cumplió 17 años. Estará conmigo hasta que se enamore o se le ocurra ir a probar suerte con un trabajo lejos”, explica.
Para esta ama de casa, la mayor consecuencia de la separación de su familia es que apenas ve a sus dos nietos mayores y a la más pequeña, de cuatro meses de nacida, aún no la conoce.
Según el criterio de psicólogos, el distanciamiento afectivo suele acarrear sentimientos depresivos o de ansiedad para ambas partes. En ciertos niños y adolescentes, la ausencia del ser querido puede afectar, incluso, la estabilidad emocional y disminuir el rendimiento escolar.
En 2005, de las 70.290 personas migrantes que se reportaron en la isla, 35.618 fueron de sexo masculino y 34.672 de sexo femenino. En términos estadísticos se puede afirmar que las cifras tienden a un equilibrio por sexo.
Diana Saldívar es una de esas mujeres que decidieron abandonar su región de origen. Cuando empezaba 2003, marchó desde Las Tunas (650 kilómetros al este de la capital) a Ciego de Ávila (a 420 de La Habana), tras una oferta de empleo en un centro turístico de esa provincia.
Allí conoció a su actual esposo y nació Claudia, su primera hija, un año después. A fines de 2006 salió embarazada nuevamente y sus padres decidieron llevarse a la niña mayor para Las Tunas, para que ella pudiera dedicar más tiempo a su embarazo y su trabajo.
“Sólo la veo cuando puedo ir algún fin de semana y cuando hay alguna fiesta familiar. La extraño mucho. Mi esposo me ha dicho que deje de trabajar y me vaya con la niña hasta que nazca la otra, pero yo no quiero, pues tengo miedo de que mi matrimonio se rompa”, se lamenta la traductora de 34 años.
Sociólogos, psicólogos y otros especialistas coinciden con Diana en que vivir casado es un reto cuando uno de los cónyuges anda lejos del hogar por prolongados períodos de tiempo.
El agobio por el peso de las responsabilidades domésticas no compartidas o por los problemas en la crianza de los hijos hace pensar a no pocas parejas en el divorcio, como una solución. También puede aparecer la sensación de abandono.
De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Migraciones Internas (ENMI), de 1995, la principal causa que impulsa este fenómeno en Cuba es de tipo familiar (68,1 por ciento), entendiendo como tal todo lo relacionado con el matrimonio y el divorcio, acercamiento a los seres queridos, problemas entre parientes y otros similares.
El estudio fue hecho por el Instituto de Planificación Física (IPF), el Centro de Estudios Demográficos (CEDEM) y la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), con el apoyo del Fondo de Población de las Naciones Unidas.
Poco más de una década después, los motivos familiares siguen encabezando la lista de las razones para migrar. Pero la insatisfacción con el empleo y la búsqueda de opciones laborales en otros territorios les siguen de cerca, según especialistas.
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